Como la mayoría de las familias cubanas, una parte de la mía (en la que me cuento) está desperdigada allende los mares. Algunos se radicaron hace años en Estados Unidos; otros están en España; y yo, desde hace más de un década desando Argentina. Pero la mayor parte sigue en la isla, repartidos entre mi natal Holguín y mi adoptiva Habana.
Pero desde hace unos años, las distancias geográficas se acortan a diario gracias al reencuentro en un grupo familiar de WhatsApp, bajo el matriárquico nombre de “Campismo Las Cabrera”.
Compartimos cada día desde los temas más sublimes y profundos hasta los más disparatados y mundanos. A veces, mientras voy leyendo los mensajes en la pantallita de mi celular, es como si me transportara al portal de la casita de Caletones, ese pueblito costero en el norte de Holguín donde veraneamos por décadas y donde, muy cerca del mar, atesoramos los más entrañables recuerdos familiares. No en vano es la foto que identifica el grupo en la aplicación.
Mi grupo familiar de WhatsApp es similar a los de otras familias cubanas. Estas células virtuales se han convertido en una valiosa referencia sociológica de estos tiempos. En las conversaciones grupales los estudiosos tienen vasto terreno para perfilar algunos rasgos de la familia cubana del presente.
Es muy posible que en la radiografía familiar que sigue, quien lee pueda encontrar a su tía, su tío, hermana o madre.
La tía Vicky es especialista en compartir memes. La tía Alicia manda afectuosos mensajes y nunca olvida los cumpleaños. Mi madre es entusiasta de las misivas tiernas, de consejos de autoayuda y cadenas amorosas llenas de corazones y ositos cariñositos. Ella aprovecha la espera en las colas “de lo que sea” para enviar sus mensajes.
La lista sigue con un tío jodedor como Bartolito, que se hace el bacán de la vida hasta que llega Ileana, su esposa, y le pone los puntos delante de todos. Otro tío, Mayito, es más medido y analítico. El tío Jorge no tiene pelos en la lengua y cuando se va la corriente no deja a nadie sin mentar. La tía Lisette es puro amor. La tía Taira nos encomienda con sus oraciones religiosas el bienestar y la calma para todos.
Las primas Nery, Neldi, Ruth y Adriana aportan de todo un poco con frescura juvenil. Mi hermano Alex pone sabor con chistes o “dándole cuero” a lo que sea. ¿Y yo? Yo modero un poco y mando fotos de todos que voy sacando del baúl de los recuerdos.
El grupo virtual y vital no es solo una cercanía inmediata con mis afectos, así como a otra banda de amigos cubanos también repartidos por el mundo con los que me reencuentro asiduamente por WhatsApp.
Las infinitas líneas de texto, fotos y gifs conforman una ventana por la que me asomo a la realidad cubana. 2022 fue un año angustiante. “La cosa no está dura, está durísima”, comenta mi madre desde La Habana.
La economía cubana no termina de despegar. El Ordenamiento terminó siendo desordenamiento. Mientras, quienes deberían rendir cuentas y solucionar la crisis, en cambio piden más confianza y resistencia.
El año que se va será recordado, entre otras cosas, por el regreso de los apagones. Los largos cortes de luz mantuvieron al rojo vivo el grupo familiar. Fue el tema más candente. Más que el de las colas, la comida, el desabastecimiento, la inflación o la novela de turno.
Los cortes del fluido eléctrico, quizá, era lo único que faltaba para sentir que la máquina del tiempo cubana había retrocedido un par de décadas. Hace poco comenzaron a ser menos, y unas semanas atrás aparentemente recesaron; pero el tema en el chat familiar no se agota.
Ayer, mientras conversábamos en el grupo sobre los preparativos para el fin de año, mi tía Marinita confesó que tenía congeladas desde hace buen tiempo “unas libritas de carne de puerco, unos pomos de cerveza a granel y un par de botellitas de chispa ‘e tren”. Con cada apagón rezaba para que no se echara a perder la carne. Varias veces estuvo a punto de descongelarse, pero aguantó. “Así que para este 31 como sea armamos la fiesta”, soltó la médico de la familia, como quien revela el motín de oro en su cueva secreta.
Mi tío Mayito, que es ingeniero eléctrico, dice que para los primeros minutos de 2023, cuando abrace a cada prójimo, le deseará “salud y muchos pero muchos kilowatts”.
En unas horas, cuando llegue 2023, nos volveremos a conectar por WhatsApp en familia. De seguro así sucederá con muchas otras familias cubanas. En ese tiempo bisagra entre el ocaso de un año y el amanecer de otro; en ese momento ínfimo pero intenso en el que pasan como un flashazo recuerdos y las caras de seres queridos, los que ya no están y los que están; solo pediré para los míos y demás cubanos que el nuevo año venga menos jodido y más alumbrado. Nos merecemos cosas buenas. Salud, buena vida y… ¡muchos kilowatts!