Vericuetos del Coliseo romano

Por cinco siglos, el Coliseo fue el principal escenario de las cruentas luchas entre gladiadores, de peleas de prisioneros con animales salvajes como leones y hienas, de ejecuciones de personas y hasta de batallas navales.

Coliseo romano. Foto: Kaloian.

El Coliseo romano, el icono de la capital italiana, testigo portentoso del que fuera uno de los mayores imperios de la historia de la humanidad, y maravilla del mundo, recibe diariamente entre 19 mil y 20 mil visitantes. Antes de la pandemia llegó a contabilizar la cifra récord en un año de hasta seis millones de turistas. 

Leo de paso esas cifras en Twitter y recuerdo las colas interminables y el hormiguero de forasteros cuando visité esta joya arquitectónica construida hace 2022 años. Fue en un caluroso mes de julio de 2017. Había tanta gente fuera que estuve a punto de desistir de entrar.

Pero, pasé el umbral de aquellos arcos gigantes de las puertas cuando le escuché decir a un guía de turismo que el Coliseo guardaba una cantidad de curiosidades poco registradas por el imaginario popular y turístico.

Arranquemos “revelando” que su nombre original es Anfiteatro Flavio. Se debe a que fue Tito Flavio Vespasiano, emperador romano que gobernó bajo el nombre de César Vespasiano Augusto desde el año 69 hasta su muerte, en el 79 entre d.C., quien ordenó levantar el mayor anfiteatro de la historia del Imperio Romano para divertir al pueblo. Vespasiano fue un demagogo que con esta iniciativa buscó armarse una imagen benefactora. El auténtico lema de “pan y circo”.

Al parecer lo de llamarlo Coliseo llegó mucho tiempo después por una estatua empotrada cerca de allí, levantada en honor a Nerón Claudio César Augusto Germánico, el quinto emperador romano. Es ese mismo que pasó a la historia por prenderle fuego a la ciudad. 

La primera piedra del Coliseo se colocó en el año 70 y estuvo en obras durante toda esa década. Se usaron 1.000.000 de toneladas de materiales, entre hierro, bloques de travertino, hormigón, madera, ladrillo, mármol y rocas de tonos claros y luminosos. 

La inauguración llegó en el año 80, aunque faltarían dos años para que fuera terminado por completo el Coliseo. Los festejos duraron 100 días ininterrumpidos y fueron un preludio de lo sangriento que sería aquel lugar. Durante esas celebraciones perdieron la vida decenas de gladiadores y miles de animales. Por cinco siglos, el Coliseo fue el principal escenario de las cruentas luchas entre gladiadores, de peleas de prisioneros con animales salvajes como leones y hienas, de ejecuciones de personas y de hasta batallas navales. Se estima que en esos 500 años murieron en esa arena una cifra estimada de 400.000 hombres y un millón de animales.

Con capacidad para 55.000 personas, el Coliseo, de una estructura elíptica tenía 57 metros de altura por 188 de largo y 156 de ancho. Ochenta puertas debidamente numeradas en forma de arco daban acceso a ochenta filas de gradas distribuidas en cinco niveles. 

La entrada a todas las actividades eran gratuitas. Mas, había diferencias. Un público variopinto ocupaba los lugares de acuerdo a su estrato social. En este sentido, para el emperador y su comitiva estaba reservada una fila del ala sur. La alcurnia de la alta sociedad se colocaba cerca de la arena. Los plebeyos ocupaban el último piso. 

De esa época han quedado un par de mitos famosos muy usados en la actualidad. Uno de ellos es el gesto del emperador del pulgar hacia abajo, que sentenciaba la muerte del vencido. Otro la tan mencionada frase “¡Ave César! Los que van a morir te saludan”, con que los guerreros saludaban al emperador Claudio. Sin embargo, esa expresión, no está recogida en ningún documento histórico. 

Desde la prohibición de las luchas de gladiadores en el siglo V y hasta nuestros días, el Coliseo sufrió el embate de varios terremotos, perdió una parte del ala sur. En todo ese tiempo tuvo disímiles usos. Dentro fueron construidas pequeñas viviendas en una época. También se proyectó convertir aquel predio en una fábrica. Y durante algunos años de desidia hasta fue un basurero.  

En 1936 estuvo a punto de desaparecer. Benito Mussolini, el líder fascista italiano mandó a demoler el Coliseo porque entorpecía la construcción de una avenida. Por suerte esas órdenes del dictador nunca fueron llevadas a cabo.

En 1980 el Coliseo Romano fue declarado Patrimonio de la Humanidad junto al centro de la ciudad de Roma. Desde entonces han sido varios los proyectos para su restauración capital.

Cuando lo visité los obreros se entremezclaban con los turistas y los andamios y carteles en inglés de “Estamos en obra. Disculpen las molestias” podían verse por varias partes del más grande monumento que se conserva del Imperio Romano.  

Por lo que pude escuchar, la reconstrucción se estaba haciendo por etapas. La misma duraría varios año. El 2023 era la fecha prevista para su culminación. Había que restaurar todas las áreas del Coliseo, arrancando por la limpieza de las gigantes paredes exteriores cubiertas de hollín por el constante ajetreo de cientos de automotores que pasaban constantemente por sus alrededores.

Valió la pena haberme sobrepuesto en aquella oportunidad al calor y a las aglomeraciones. Del mismo modo, haber decidido pagar los 17 euros que vale la entrada. Tener la oportunidad de desandar en vivo y directo por los vericuetos de un lugar testigo de tantas historias, a veces no tiene precio. 

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