Los skaters cubanos se reúnen en varios puntos de la ciudad. Uno de ellos es el vistoso Paseo del Prado, una zona icónica de La Habana donde conviven el ajetreo turístico con la lucha por la vida cotidiana en la zona del país más densamente poblada y concurrida.
Bajo los árboles del Paseo, saltan y danzan en el aire con sus piruetas los skaters –la mayoría jóvenes– que han aprendido en la precariedad a ser parte de una tribu urbana muy particular.
A principios de este año consiguieron tener, con mucho de esfuerzo propio, una improvisada pista de patinaje en una nave en ruinas de la Ciudad Escolar Libertad, pero los muchachos de Prado siguen superando la gravedad en el largo Paseo habanero de los leones y frente al mar.
Son un pequeño movimiento de aficionados al skateboarding, deporte que se practica sobre una tabla con cuatro ruedas que les permite realizar diversos trucos, gran parte de ellos elevando la tabla del suelo y haciendo figuras y piruetas en el aire. Estos jóvenes combinan equilibrio, agilidad y coordinación al realizar giros y movimientos en lugares planos o rampas, y al vencer obstáculos complicados. Las patinetas y sus accesorios les llegan por diferentes vías: compra, cambios o donaciones de otros aficionados al monopatín dentro y fuera de Cuba.
Con sus skates los patinadores inundan la ciudad, están en cualquier lugar donde se pueda rodar. Son los “ramperos” quienes solo patinan en rampas. De hecho, en muchas competencias existen al menos dos categorías: street (estilo de calle) y vert (rampa). En agosto de 2016 el Comité Olímpico Internacional aprobó la incorporación del skateboard para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.