Hoy quiero recordarte un juego infantil transformado en concepto y título de una novela publicada en Buenos Aires, por la Editorial Losada en 1963, y en Cuba, por Casa de las Américas en 1969.
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”.
¿Es o no uno de los inicios más recordados de una novela latinoamericana? Debió ser de los más populares durante mucho tiempo en las décadas finales del siglo xx junto a aquel de García Márquez: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Pero, esa pregunta reiterada de ¿encontraría a la Maga? se convirtió a la vez casi en incógnita de enamorados en un afán por remedar lo de Horacio Oliveira y su amante Lucía, aun sin que hubiera Sena o París, aunque la circunstancia no estuviera envuelta por el velo poético que siempre creemos propio de ese contexto tan celebrado por la literatura. Y el amor como en Romeo y Julieta se sobreponía a la historia desbarrancada por el intersticio de la desgracia y la locura.
Rayuela es otro ejemplar de eso que se conoció como Boom de la literatura latinoamericana: novela, anti novela, libro donde el autor juega con los lectores permitiéndoles construir su propia versión de una historia de amor y desamor, de vida y muerte, de inspiración y desencanto donde el delirio amenaza con contaminar a quien la lee como una maldición.
Tiene varias formas de lectura. O tantas como se quiera. Yo mismo me hice de una una vez: la escritura transcurre en completa normalidad hasta que al final del capítulo dos un número entre paréntesis me tienta a romper el orden y pegar un salto hasta el 116 donde, como parte de la descripción, una nota también escrita con un lápiz casi ilegible recuerda:
“¿Cómo contar sin cocina, sin maquillaje, sin guiñadas de ojos al lector? Tal vez renunciando al supuesto de que una narración es una obra de arte. Sentirla como sentiríamos el yeso que vertemos sobre un rostro para hacerle una mascarilla. Pero el rostro debería ser el nuestro”.
Desde ese primer salto nada es igual, o mejor, nada es igual desde que el autor nos lo advierte; y si uno lo ignora y toma el camino que quiere desde entonces quedará sembrado el germen de la duda sobre lo que se nos dice.
Para 1963 Julio Cortázar, su autor, contaba ya con otra novela Los premios, así como una buena colección de cuentos que ratificaban su notoriedad como uno de los escritores más importantes del momento. Estaba vinculado a Cuba, gracias a su relación con escritores como Antón Arrufat, Calvert Casey, Virgilio Piñera, Roberto Fernández Retamar y especialmente José Lezama Lima, quien escribió un ensayo cuando al fin publicaron la novela en La Habana.
Desde septiembre de 1963 Rayuela era leída en la Isla, al menos en Casa de las América la tenían y por esa edición, regalo del autor, Fernández Retamar se había hecho una pregunta que transmitió por carta al argentino: ¿De modo que se puede escribir así por uno de nosotros? Pero, debieron pasar seis años para que al fin también los cubanos la tuvieran a su disposición.
En el primer número de 1969, la revista Casa, reproducía el ensayo de Lezama Lima mediante el cual presentaba Rayuela a los lectores. “Cortázar y el comienzo de la otra novela”, es el título de un poético y profundo análisis donde se asegura que se trata de un libro con “las posibilidades en la infinitud y la combinatoria infinita” y que “Rayuela ha sabido destruir un espacio, decapitar el tiempo para que el tiempo salga con otra cabeza”.
En abril de ese mismo año Julio Cortázar recibió un ejemplar con la edición cubana de su novela. Estaba en el buzón de correo parisino, envuelta en un sobre roto. Se lo habían dedicado Retamar, Mariano Rodríguez y Lezama Lima, el responsable de aquella interpretación ante la cual Cortázar se sintió tan conmovido que debió responderle por carta, diciendo:
“Con dos codos, con un simple empujón, sitúas de entrada las cosas en su terreno más entrañable, dejando de lado la hojarasca ‘crítica’ (sobre la cual tengo ya montañas). Tú entablas el diálogo con las Sombras, tú te pones desde la primera línea en el punto de visión del minotauro, de la gran araña cósmica, tú ves”.