Llegar a la Sala Transitoria del segundo piso del emblemático Museo Nacional de Bellas Artes, donde se encuentra la exposición Animales Peligrosos 1, de Rafael Zarza González, en el marco de la 14 Bienal de La Habana, es vivir una gran experiencia visual. Tal y como me expresó la especialista que allí estaba a cargo: “esto es… lenguaje de adultos”. Dentro de la sobriedad y el silencio que prevalece en este edificio irrumpe esta muestra que estremece los sentidos y se agradece desde el mismo momento en se observa la primera pieza; resultando, en su generalidad, una especie de “Aullido” a lo Allen Ginsberg.
La obra gráfica y pictórica de Zarza tiene su propio misterio. Nos referimos a un creador que despuntó en el escenario artístico cubano desde la ya lejana década del 60 del pasado siglo, cosechando, desde entonces y hasta la actualidad, múltiples reconocimientos, distinciones, además de las innumerables exposiciones colectivas y personales realizadas, ya sea en Cuba o en el extranjero. Méritos todos que lo hicieron merecedor en 2020, tras varios años de estar propuesto, del Premio Nacional de Artes Plásticas.
Con sus tintas y collages realizados entre los años 1966-1967, este artista, de origen académico en su figuración, empezó a trazar su propio camino estético y conceptual. De ese momento las figuras taurinas serían sus personajes protagónicos, como una marca identitaria en su obra. Con ellos dio una ruptura a su trabajo y apareció una nueva figuración, muy cercana a un neoexpresionismo, consolidándose con el paso del tiempo.
El toro como fetiche —y sus semejantes: vacas, bueyes y esqueletos bovinos— son la representación del poder, de la virilidad, de la fuerza, de la lucha en la obra de Zarza, y desde ellos, él dialoga con determinados sucesos de la historia y del presente del ser humano; también pueden representar una simbiosis de los tiempos. En el discurso de este creador no hay cabida para imágenes edulcorantes, sus temáticas son trágicas e inquietantes y son estos símbolos, en ocasiones convertidos en figuras antropomórficas, quienes las personifican.
El toro lo mismo puede estar en un campo de batalla (como dirigente, como soldado o incluso como dictador), puede estar sodomizando a una mujer o puede ser violado por ella, puede estar crucificado, puede ser herido o asesinado, o torturado o degollado. Desde todas esas propuestas, presentes en la exposición, Zarza nos invita a reflexionar con un matiz burlesco e irónico sobre algunos hechos históricos, actitudes aberrantes, religiones intransigentes, líderes o tiranos de un periodo, pero también nos invita a pensar sobre la realidad cubana. En estas escenas lo mismo puede aparecer la palma real, la libreta de comprar los alimentos normados, pasajes de la historia de Cuba, el tan popular picadillo, la aglomeración que se produce en los interiores de las guaguas o la sexualidad enervante del cubano (a). Por otro lado, y como una muestra de ese matiz de sátira es que, si bien sus toros pueden morir en la lucha por el poder -que es su obra toda-, no les sucede lo mismo a los bueyes 2 (representados por él en los Taurorretratos), quienes encarnan determinadas figuras históricas. Zarza nos propone hacer una disección, y sin anestesia, de nuestra realidad.
De ese entramado visual emerge un artista con un bagaje cultural amplio y profundo. Su obra articula, y esta exposición es una relevante muestra de ello, aspectos de la transculturación que nos identifica. A través de la cultura hispánica, de donde proviene la tauromaquia y también los cristos crucificados, Zarza se lo apropia para (de)construir escenas que aluden a la religión afrocubana. Entonces, con elementos de la cultura ibérica, la del “tercer mundo” y particularidades de la nación cubana, específicamente de nuestra cotidianidad, se erige el auténtico discurso visual de esta exposición.
En este punto es válido mencionar que, si bien estamos ante una visualidad grotesca, también es impactante como en algunas de estas piezas el espectador puede deleitarse con una exhuberante sensación erótica. Una muestra es que los toros con sus poderosos falos expelen sangre en lugar de semen y, aun así, inflaman la mirada de quien lo aprecia. Hay en toda esta poesía visual un doble sentido, un juego irónico hacia las acciones humanas (como animales peligrosos que somos) y que no da pie a la complacencia. Hay también, por supuesto, un cierto filosofar de la vida.
Esta exposición hace gala, además, de pinturas en gran formato, de instalaciones de cabezas de reses disecadas, y de grabados, técnica en la que Zarza es un verdadero maestro. Se aprecian rasgos de la cultura pop y de pintores como Rembrandt y Goya en la obra de Zarza. La curaduría nos lleva de la mano hacia algunas de sus creaciones de la década del 60 hasta el año en curso y, como si fuera poco, aludiendo a discursos tan necesarios de visibilización académica en Cuba como es el arte queer. Zarza y el toro como epicentro y difusor de la tragedia humana; la burla como vehículo y característica idiosincrática del cubano; en definitiva, una indiscutible puesta en escena con múltiples ofrendas al estilo Zarza.
Con todo ello, resulta significativo el casi absoluto silencio de la crítica especializada sobre la obra de este singular artista e incluso desde el escenario académico. Pero, como bien expresara el crítico de arte Hamlet Fernández refiriéndose a nuestro creador: “El arte verdadero termina por encontrar su acomodo en la historia, trasciende lo circunstancial y desde la vigorosa actualidad de su sabiduría nos interpela”.3 ¡Enhorabuena Maestro por tan magna exposición y merecidísimo Premio!
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Notas:
1 Hamlet Fernández: “Rafael Zarza, Premio Nacional de Artes Plásticas 2020”.
2 Son toros con el tarro cortado.
3 Estará abierta hasta el 13 febrero de 2022.