En 1890 la legislatura de Luisiana aprobó la Separate Act Car o ley de separación racial de los pasajeros en los trenes. En septiembre de 1891 un grupo de ciudadanos negros de Nueva Orleans, organizado en The Citizens Committee to Test the Constitutionality of the Separate Car Law, decidió manifestar su desacuerdo mediante ciertas expresiones públicas, una de ellas nada menos que la primera acción de desobediencia civil registrada en la historia de los Estados Unidos.
En efecto, dos años después de promulgada aquella ley, bajo la sombra de ese mismo Comité y con la asesoría del abogado Albion W. Tourgee —a quien se atribuye la idea de que la justicia no tiene color—, el zapatero Homer Pessy (1862-1925) se montó en uno de los vagones para blancos en un tren de la East Lousiana Railroad Co. El hombre parecía blanco (“seven-eighths Caucasian and one-eighth African blood”), pero fue conminado a cambiarse de vagón. Ante su negativa lo bajaron del tren, lo metieron preso y lo multaron por desobedecer la ley: exactamente lo que buscaban los miembros del Comité.
Llevado el problema a cortes, Pessy sostuvo que le habían negado sus derechos de la Decimotercera y Decimocuarta enmiendas de la Constitución de Estados Unidos. Pero la decisión del juez John Howard Ferguson (1838-1915) no le dio la razón y dictaminó que la segregación en los trenes era legal. Un poco más tarde la Corte Suprema de Luisiana ratificó su veredicto.
Después de decidir tomar el caso, el 18 de mayo de 1896 la Corte Suprema de Estados Unidos se pronunciaría sobre Pessy v. Ferguson. Rechazando el argumento del demandante y sus abogados, los jueces determinaron, por abrumadora mayoría (7 contra 1) que una ley que “implica simplemente una distinción legal” entre blancos y negros no era inconstitucional. Como resultado, los lugares públicos separados por raza fueron, de hecho, legalizados/legitimados. “Separados pero iguales” se convertiría desde entonces en una doctrina y una expresión común en el vocabulario de los estadounidenses finiseculares. Las leyes segregacionistas Jim Crow, propias de los antiguos territorios confederados, habían logrado un triunfo con impactos que se extenderían durante décadas.
Florida había sido el primer estado en aprobar leyes segregacionistas en los trenes (1887), seguida por Mississipi, Texas y Luisiana. Ybor City era un enclave multiétnico donde la segregación no cuadraba demasiado, pero hacia fines de siglo, al calor de aquella decisión de la Corte Suprema —una de las peores en la historia legal de Estados Unidos—, las cosas empezaron a cambiar. Y, desde luego, para mal.
Por una parte, estuvieron los cambios estructurales en la producción de habanos. A la salida del Siglo XIX esas sólidas factorías de ladrillos rojos, al inicio propiedad de españoles y cubanos, pasaron a ser propiedad de conglomerados y corporaciones estadounidenses, las que inevitablemente empezaron a alterar los modos de producción y las prácticas laborales y a introducir otro grupo de valores que repercutieron sobre los trabajadores.
Por otra, en ese ambiente de racismo entronizado por Pessy v. Ferguson, las estructuras legales de Tallahassee, la capital floridana, y otras locales, comenzaron a presionar de manera creciente a los cubanos blancos de Ybor City para que se desvincularan de los negros, lo cual terminaría en un fenómeno por completo nuevo: la existencia de sociedades cubanas blancas y negras separadas. “El gobierno [estatal y local] les dijo [a los cubanos] que no podíamos trabajar juntos, tener una sociedad unida y que tendríamos que mantener las razas separadas. Esa era la ley del país”, testimonió Juan Mallea, un negro cubano por entonces residente en Ybor.
Todo lo anterior resultó favorecido por la desaparición de los clubes patrióticos cubanos después del fin de la guerra (1898). Según José Ramón Sanféliz, un habanero llegado a Ybor en 1890, “los cubanos blancos y negros vivían en armonía”, todos eran admitidos sin excepción en los diversos clubes revolucionarios” […]. Y más adelante, enfatizaba: “Las relaciones entre los blancos y los negros cubanos fueron de lo más cordiales y no hubo discriminación racial. Eran mutuamente respetuosas”. Por su lado, un blanco del Club Nacional Cubano, el antecedente del Círculo homónimo, dio fe de lo siguiente: estaba “compuesto por frijoles blancos y negros. No había distinción de raza. Sin embargo, cuando se formó el Círculo Cubano [1902], los negros quedaron fuera” .
El inicio del nuevo siglo implicó para la comunidad negra cubana de Ybor City (Cuban niggers, en el argot racista de los blancos anglo) un aumento de su fragilidad al constituir una minoría segregada y abrumadoramente monolingüe. Por entonces constituían alrededor del 13 % de los cubanos de Tampa, la mayor parte torcedores y trabajadores de las factorías y sus familias. Y se caracterizaba sobre todo por su movilidad, de hecho un factor de resistencia a la asimilación/fusión con la población negra estadounidense. Había entonces una sorprendente similitud con fenómenos y procesos actuales, salvando desde luego las distancias. De acuerdo con un estudio:
una proporción muy grande de los inmigrantes afrocubanos entre 1888 y 1930 permaneció en Tampa durante un tiempo relativamente corto, aunque muchos regresaron de nuevo. La proximidad a Cuba facilitó en gran medida un patrón de migración circulatoria. Muchos tabaqueros tenían esposas y familias que aún vivían en Cuba, y el viaje en el barco de vapor entre los dos puntos era económico. El informe de la Comisión de Inmigración sobre los tabaqueros de Tampa, en 1911, arrojó que casi la mitad de los cubanos (49,7%) había hecho al menos un viaje de regreso a la isla desde su llegada. Las historias orales también confirman que los viajes entre Tampa y Cuba eran extremadamente comunes. […] Incluso entre los afrocubanos que nacieron y se criaron en Tampa, el contacto frecuente con personas que venían directamente de Cuba o de otros centros de emigrados estableció una especie de estructura comunitaria cosmopolita fluida, en la que la movilidad tendía a reforzar en lugar de disminuir el sentido de la identidad cubana.
A esa identidad contribuyó la creación de la Sociedad de Libres Pensadores “Martí-Maceo”, fundada el 26 de octubre de 1900 por varios patriotas y activistas negros cubanos en la casa de Ruperto Pedroso y Paulina Hernández, la misma donde se había alojado José Martí en sus viajes a Ybor City después del intento de envenenarlo. Funcionaba como una sociedad recreativa y de ayuda mutua para los negros cubanos y sus familias.
En 1904, una facción desprendida de la primera creó en West Tampa una nueva sociedad —la llamaron La Unión— con el objetivo de obtener beneficios económicos y sobre todo médicos a partir de las barreras sociales, raciales, psicológicas y lingüísticas que dificultaban/impedían el acceso a los servicios de salud a los negros cubanos. Pero tres años más tarde, en 1907, ambas se fundieron en una sola: la Unión “Martí-Maceo”, que todavía existe. Se ha sostenido con razón que:
la segregación excluía a los afrocubanos de prácticamente todas las formas de recreación pública, pero dentro de los muros de La Unión Martí-Maceo fueron capaces de construir su propio mundo social. Produjeron obras de teatro, patrocinaron oradores y músicos, compraron equipos recreativos, establecieron una biblioteca y mantuvieron una cantina. Todos los días después del trabajo, los hombres se reunían en la casa club para jugar al dominó y socializar. Los niños aprendieron a tocar instrumentos musicales […]. Las mujeres asumían un papel activo aunque subordinado en los asuntos de la sociedad y, por lo general, asistían al club solo cuando había bailes u otros eventos.
La Unión “Martí-Maceo” le dio, en síntesis, un grado de mutualismo e identidad absolutamente necesarios a la comunidad negra cubana de Ybor City. “Para conservar nuestra herencia” —testimonió una vez uno de sus miembros más antiguos— “organizamos una escuela nocturna para enseñar el idioma español y la historia de Cuba”. Fue también, por lo mismo, un reservorio de aquella movilidad: por eso animaban a aprender inglés a su membresía, pero no permitían que se hablara en la sede de la organización.
El pasado 5 de enero el gobernador de Luisiana, John Bel Edwards, le otorgó el indulto póstumo a Homer Pessy, el hombre del histórico fallo de Plessy v. Ferguson. Tanto los descendientes del demandante como del juez se le unieron en una ceremonia en Nueva Orleans, en la que se firmó oficialmente el indulto. El acto se hizo en el lugar donde Pessy había sido arrestado, hace 130 años.