El recién terminado V Clásico Mundial de Béisbol ha vuelto a recordar cómo ese deporte, que sigue apasionando a los cubanos, está imbricado indisolublemente en las conflictivas relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Durante quince días el país ha sentido, disfrutado y/o sufrido la fiebre del béisbol con la vista puesta en lo que muy pocos pensaron que podía pasar y, sin embargo, pasó: los equipos representativos de ambos países se enfrentaron en un juego anticlimático que tuvo lugar el 19 de marzo nada más y nada menos que en el LoanDepot Park Stadium, cuartel general del equipo de Grandes Ligas (MLB o Las Mayores) de los Marlins, en Miami.
Era algo a lo que los más asiduos aficionados del béisbol habíamos aspirado ver sin éxito hasta este año: un juego de pelota entre los mejores peloteros de ambos países en una competencia oficial internacional. En ninguno de los cuatro Clásicos anteriores había sucedido.
El juego sirvió para rememorar, además de con pasión, con una mezcla de encono y esperanza, la larga historia de lo que ha pasado con el béisbol cubano y su relación con el norteamericano. Por un lado, los éxitos del TeamAsere, como se ha llamado popularmente a la Selección Cubana, nos han permitido soñar.
Si se sigue ese ejemplo y futuras selecciones cubanas incorporan a jugadores que se han ido de Cuba para jugar en otras latitudes, inclusive la MLB, podríamos alcanzar los logros que otrora disfrutamos y que desde hace más de diez años nos han resultado elusivos.
El Clásico también ha permitido aquilatar el difícil momento por el que pasan los vínculos entre ambos países.
Pasados estos días en que se vincularon béisbol, política y relaciones cubano-norteamericanas, ¿qué nos dejó el V Clásico?
En el plano meramente deportivo o beisbolero, que no deja de tener importancia política, quedó demostrado el éxito de la fórmula ideada por la Federación Cubana de Béisbol de integrar un equipo con jugadores cubanos residentes en el extranjeros que juegan para ligas foráneas, incluidos algunos contratados por Las Mayores y otros en la Liga Japonesa y en Ligas Mexicanas. No se hizo obligatorio que los contratos fueran mediados por la FCB. La fórmula dio resultado y el equipo jugó cohesionado. Es lícito esperar que se mantenga y se amplíe.
Después de un inicio incierto, los astros se alinearon y el TeamAsere pasó de la primera vuelta (el objetivo primario) y, no solo eso, logró jugar en una de las dos semifinales frente al poderoso equipo de Estados Unidos. Fueron buenas noticias para todos los cubanos que ansiaban un equipo de pelota que nos recordara al que obtuvo el segundo lugar en el lejano primer Clásico en 2006.
Este resultado en 2023 estuvo mediado por la sempiterna suerte. Después de perder los dos primeros juegos, el TeamAsere logró vencer a Panamá y a Taipéi; lo cual, unido a una victoria de Italia, permitió que pasaran como cabeza de grupo. Así se evitó el choque en los cuartos de final con Japón, a la postre campeón por tercera ocasión.
También en el plano deportivo, el resultado, además de garantizar la presencia de un equipo Cuba en el próximo Clásico en 2026, avala la posibilidad de que se retome el acuerdo entre Major League Baseball y la Federación Cubana de Béisbol. Pero, atención, aquí lo deportivo se mezcla con lo político.
Por más que a las Ligas Mayores les interese retomar el acuerdo, se necesita una clara señal de aprobación de la Administración Biden. Es difícil que suceda. Ni la Casa Blanca ni el Departamento de Estado han dado señales de que les interese, como sí lo demostró la Administración Obama, que lo fomentó. Como se sabe, el ex presidente Donald Trump lo canceló con el activo apoyo del senador cubanoamericano Marco Rubio.
En el plano estrictamente político hay tres elementos que sobresalen. Antes del Clásico un grupo de cubanos que juegan en las Grandes Ligas crearon una “Asociación de Peloteros Cubanos Independientes”, pretendiendo suplantar las legítimas funciones de la Federación Cubana de Béisbol y que la MLB los reconociera para crear un equipo “Cuba Independiente”, que reemplazaría al Team Cuba.
La iniciativa, que nunca tuvo la más mínima posibilidad de prosperar, fue rechazada por la MLB y tuvo la abierta oposición de la Asociación Mundial de Béisbol y Softbol, entidad internacional con la facultad de reconocer las Federaciones Nacionales.
Aunque fracasó, la publicidad que se le otorgó en la prensa de Miami y otros medios especializados permitió ver hasta qué punto podía politizarse el tema para afectar no solo el béisbol cubano, sino además las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
La maniobra se inscribía en los esfuerzos que hacen sectores extremistas en Estados Unidos, muchos de ellos basados en la ciudad de Miami, para deslegitimar todo lo que, de alguna manera, aun indirecta, tenga que ver con el Gobierno cubano.
Segundo, las fuerzas políticas opuestas al Gobierno de Cuba en la comunidad de emigrantes cubanos residentes en el sur de la Florida se movilizaron para llevar a cabo manifestaciones políticas de todo tipo en el LoanDepot Park Stadium. Estas se hicieron en abierta violación de las regulaciones vigentes en la instalación deportiva y alcanzaron la violencia física en algunos casos. Recibieron el apoyo activo de la Alcaldía de la Ciudad y otras autoridades. Lograron ejecutar acciones que intimidaron a los jugadores y echaron a perder lo que pudo ser un espectáculo deportivo positivo que contribuyera a la normalización de las relaciones cubano-norteamericanas.
Es inexplicable que se haya permitido.
No obstante, su efecto en Cuba fue contrario a lo que alegaban perseguir sus promotores. Lejos de fomentar más descontento y rechazo de la ciudadanía hacia el Gobierno, la inmensa mayoría de los ciudadanos cubanos vieron sus desplantes como algo dirigido contra los jugadores que habían tenido tan buen desempeño y contra la propia cohesión de la nación tan bien representada por todos los miembros del equipo, algunos residentes en Estados Unidos.
No ayudó mucho que numerosos cubanoamericanos se desmarcaran de esas manifestaciones y alegaran que fueron al estadio a apoyar al equipo. Sus voces no se sintieron o se sintieron poco. Fueron excepcionales los casos de cubanoamericanos que manifestaron públicamente su repudio por esos actos perniciosos, como fue el de Carlos Lazo.
Finalmente, contrario a lo que se suele tener por seguro —que los encuentros deportivos amistosos en deportes comunes como el béisbol fomentan la confianza mutua— el juego no contribuyó prácticamente en nada a acercar a los dos países.
La responsabilidad de ello recae totalmente en la Administración Biden, que pudo intervenir para hacer ver que apoyaba estos intercambios entre Cuba y Estados Unidos, como lo han hecho administraciones demócratas anteriores.
Bill Clinton, por ejemplo, apoyó la celebración de dos juegos entre la Selección Cubana y los Orioles de Baltimore en 1999. Barack Obama reforzó su mensaje conciliador invitando a los Tampa Bay Bucaneers a que jugaran en Cuba contra la Selección Cubana durante su visita en marzo de 2016. Raúl Castro, entonces presidente, lo acompañó aquella tarde.
Ante la insensibilidad que demostró la Administración Biden en este caso, resultan hipócritas sus alegatos de que el principal propósito de su política hacia Cuba es “ayudar al pueblo cubano”.
Tiene mucha razón la canción de Buena Fe titulada “Soñar en azul”, dedicada al equipo de los Industriales, solo que ahora sería para el TeamAsere. Sí, el béisbol se parece a la vida y sin él no podemos soñar.
Creo qué el articulista debe dedicarse a lo que sabe que obviamente no debe ser el BÉISBOL, como dice el dicho zapatero a sus zapatos.
Excelente artículo, totalmente de acuerdo con los criterios que se exponen. Fue muy lamentable lo sucedido en el juego Cuba-USA y un descrédito para el gobierno de Biden que sigue siendo rehén de las mafias de Miami