A días de que Estados Unidos haya puesto en las urnas el nombre de su nuevo presidente, la recién finalizada campaña electoral entre Donald Trump y Hillary Clinton se cuenta ya como una de las más polémicas jornadas de la historia de ese país, y a juzgar por todo lo que se ha vivido en estos meses, el fénomeno del Trumpismo dará mucho de qué hablar, al menos, durante los próximos cuatro años.
Y si de elecciones controversiales en Estados Unidos se trata, se ha comentado mucho también la del año 2000, resuelta en una ajustada y discutida decisión, pero prefiero aludir ahora a la no menos cuestionada elección de 1876, de la que pronto se cumplirán 140 años.
En aquellos comicios, que tuvieron lugar el martes 7 de noviembre, se enfrentaron Samuel J. Tilden por el Partido Demócrata y Rutheford B. Hayes por los republicanos. Tilden era el favorito y ganó el voto popular con una ventaja de unos 250 000 sufragios y alcanzó 184 votos de los colegios electorales contra 165 de su rival, pero le faltó un voto para la victoria, que eran 185.
La cosa se complicó cuando hubo una impugnación en cuatro Estados, se calentaron los ánimos y se temió una confrontación armada, y entonces el Congreso, en una decisión salomónica, creó una comisión electoral bipartidista para dirimir la cuestión.
Esta comisión estaba integrada por 5 representantes a la Cámara, 5 senadores y 5 jueces de la Corte Suprema, en total 15 miembros, que a su vez se subdividían en 7 demócratas, 7 republicanos y un independiente. Este último, un magistrado del Supremo, en secreto simpatizaba con el Partido Republicano y su voto fue decisivo para inclinar la balanza a favor de R. B. Hayes.
En varias de sus crónicas de la época José Martí trató este tema. En una fechada en Nueva York, el 5 de diciembre de 1885, para La Nación de Buenos Aires, y a propósito de la muerte del político Thomas A. Hendricks, quien fue candidato a la vicepresidencia con Tilden, dice: “Entonces fue cuando el fraude que acaba de historiar en un curioso libro J. A. Gibson sentó al republicano Hayes, por el dictamen de la comisión electoral nombrada para evitar un conflicto armado, en el puesto…” Luego acota que Hendricks “no acató, como Tilden, una injusticia que salvaba a la nación de un enorme conflicto” y sale en defensa de Tilden, capaz de “aquel acto de superior abnegación”, alabando también sus facultades como estadista, pues “probó en su gobierno de Nueva York que piensa hondo, obra bien y reforma sin miedo y con cordura”.
Martí reprocha en su texto a los demócratas, “torpes e ingratos”, que no le ofrecieron la candidatura en la siguiente elección porque “la grandeza lastima a los que no son grandes”. Fue el fin político de Tilden, a pesar de que en 1884 se barajó su nombre como candidato presidencial, aunque este declinó el ofrecimiento en una carta que el cubano calificó estar escrita “como por un profeta tallado en las montañas”. En ese año los demócratas vencieron con Grover Cleveland.
Samuel J. Tilden murió el 4 de agosto de 1886 y Martí le reservó un emocionado homenaje, en una crónica para La República de Honduras. Repleto de admiración, dice que él era “varón de virtud” y “grande alma” y resalta que poseía una “mente mayor” y “capacidad para pensar por sí y directamente”. Al final de su artículo revela que Tilden legó, por testamento, tres millones de pesos para inaugurar una biblioteca pública y en su estilo sentencioso Martí señala que ese legado tenía como suma deducción que “la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos”.
Por esos mismos días, en una correspondencia para El Partido Liberal de México, vuelve el cubano sobre el deceso de Tilden y no escatima otros elogios: “Era de aquellos hombres, aquí raros, que no se satisfacen con la mera posesión de la fortuna”, y aborda para sus nuevos lectores la sacrificada opción de 1876, en que por el bien último de su patria, recién salida de una guerra civil, se había negado “a disputar con las armas su derecho clarísimo a la Presidencia de la República”. Luego lo define mejor en una frase rotunda: “Noble fue aquella alma”.
Como un agudo observador de la sociedad estadounidense, y de sus hombres públicos se nos presenta José Martí en estas crónicas como en otras que dedicó a la política norteamericana y a los procesos electorales en particular, pues no en balde vivió allí su exilio durante quince años y, desde luego, la admiración que despertó en el desterrado cubano Samuel Tilden, un político perdedor, pero íntegro y noble.
El q quiera saber q son los Estados Unidos de America desde su fundacion, q lea al Apostol de Cuba. A todo lo q escribio sobre ellos, se le puede poner fecha de hoy.
si los cubanos siguieramos las ensenazas de os EEUU, pueblo y gobernantes, emresarios y peloteros, fueramos mas exitosos y menos Patrioteros !!