El béisbol en Cuba es pasión. En cualquier calle, plaza o parque, los niños se las arreglan para construir un pequeño estadio. El sueño siempre es el mismo: llegar a ser famosos.
Para Dayron Varona ese sueño se cumplió, aquí y allá. Luego de ocho temporadas en la isla, su salida por mar hacia Estados Unidos también rindió frutos. Llegó hasta la categoría Triple A del mejor circuito del mundo.
Ahora, tras su retiro del béisbol activo, ha vivido una nueva etapa. Entrena niños en una academia de Miami y trajo a Cuba a sus discípulos, The Varona Bulls, para desarrollar varios partidos de exhibición, ante elencos habaneros de las categorías 7-8, 9-10 y 11-12 años.
“Es otro sueño cumplido: poder volver a mi país. Pienso que las cosas no se buscan. Se te dan. Y cuando ves que tienes una posibilidad de hacer algo, por ahí tienes que coger. Hoy estoy en La Habana. La próxima vez quisiera ir a mi provincia, Camagüey”, dijo a OnCuba el otrora jardinero de los Toros en la Serie Nacional cubana que, curiosamente, obtuvo su título con Villa Clara.
¿Todos están contentos con su visita?
“Sé que no, pero yo sí lo estoy. Me siento cómodo. No soy político, lo mío es el deporte. Es bonito poder hacer esto. De todos modos agradezco a los detractores, gracias a ellos cada día soy más fuerte. He venido con el principal objetivo de que los pequeños jueguen pelota y conozcan mi país.”
Ciertamente, sus discípulos son una mezcla de nacionalidades e idiomas. Durante el entrenamiento hablaban en inglés. Pero algunos padres, que abarrotaron un sector de las estrechas gradas del terreno aledaño a la Ciudad Deportiva, se dirigían a ellos en español. Una clara imagen de esa urbe del sur de los Estados Unidos, tan cosmopolita.
Hace dos años intentó regresar como atleta a la Serie Nacional y no lo logró.
“Quise hacerlo. Volver a vestir los colores de Camagüey. Quedó todo en palabras. Nunca inicié el proceso. Decidí que no antes de empezar el trámite. Lo pensé mejor y entendí que era tiempo ya para dejar de jugar”.
¿Todavía sigues la pelota cubana?
“Ni la de aquí, ni la de allá. No me gusta verla. Lo mío es estar en el terreno. Tratar de hacer las cosas bien. Llevo casi cuatro años trabajando con niños. No quería que más nadie me dijera lo que tenía que hacer, por ese motivo comencé a dirigir. Desde entonces no he visto otra pelota que no sea esta.”
Entre 2007 y 2014 —su etapa en Cuba— Dayron Varona acumuló average de 307, conectó 38 jonrones y empujó 196 carreras. Sin embargo, muchos lo recuerdan mejor por haber hecho historia cuando nos visitó como parte del equipo de los Rays de Tampa Bay, pues fue el primer nacido en la isla que regresó vistiendo un uniforme de una franquicia norteamericana después de 1959.
Aquella tarde de marzo de 2016 estuvo también el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama en el Estadio Latinoamericano. Fue durante el breve deshielo de las relaciones entre ambos países. Ha llovido desde entonces. Pero este nuevo acercamiento, salvando las distancias, persiste en el tiempo con el mismo sabor de lo “prohibido”.
Acaba de ser noticia que Cuba no está invitada a la próxima Serie del Caribe, Mexicali 2025. No lo hicimos tampoco este año en Miami. Perdemos terreno allende nuestras fronteras. Nuestro nivel es inferior al de la mayoría de las naciones del área con tradición beisbolera. Así y todo, el deseo de niños y jóvenes por desarrollarse en la base sigue siendo intenso en casos particulares.
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Lilian Vallona es mamá de Liovis Ledian Muñoz, de siete años, segunda base titular del equipo de 10 de Octubre, primero que enfrentaría a los visitantes dirigidos por Dayron Varona. “Practicar béisbol conlleva mucho sacrificio. Es tiempo, dinero, esfuerzo. Tienes que vivir prácticamente para esto. Pero vale la pena. Es lindo soñar. Ojalá mi hijo llegue lejos”.
De forma similar piensa Oldanier Ochandía, padre de Neymar, un nombre de futbolista brasileño, ahora escrito en la espalda de un posible futuro antesalista de equipos Cuba, o quién sabe. “Hay que sudar bastante. Es un deporte muy caro. Los tacos (zapatos) valen 7 mil pesos, un guante 8 mil, el traje 50 dólares americanos. Pero se hace lo que sea por los hijos. Después te reconforta ver que pasan cosas como esta. Topar contra un equipo que viene de afuera. Así se van desarrollando más. El sueño no puede ser otro que llegar a Grandes Ligas”.
Evelyn Varela se ha convertido en anotadora por “cuenta propia”. Lleva los datos de su hijo, el torpedero Antony Bryan Álvarez, y del equipo de 10 de Octubre en una libreta. “Me gusta tener conmigo las estadísticas. Así estoy al tanto de todo. Pero lo más difícil es sin dudas la parte económica. Muchas personas no tienen esta posibilidad. Gracias a Dios la abuelita del niño vive en Estados Unidos y con el dinerito que manda resolvemos”.
Por la banda de primera base estaban sentados los padres de los muchachitos estadounidenses. Manuel Bolaños es uno de ellos. Norteamericano, le va a los Marlins, pero sus padres nacieron en Cuba. No conoce nuestra pelota. Es su primera vez aquí, al igual que para su pequeño Blake Bolaños, de 9 años. En castellano, pero con marcado acento anglosajón, comentó a OnCuba sentirse muy contento. “Es un sentimiento bonito. Tengo sangre cubana. Hoy he cumplido un sueño. La estamos pasando de maravilla. Las personas aquí son muy amables”.
Lo cierto es que este sábado, bajo un cielo nublado, todos nos descubrimos la cabeza por igual y se entonaron los dos himnos nacionales.
Antes de empezar el juego, los niños estadounidenses entregaron unas bolsitas llenas de confituras a los cubanos. Se lanzó la primera bola y el ambiente se tornó familiar. Entre cornetas, vítores y silbatos, se tejieron lazos que el deporte sabe muy bien cómo ajustar.