En enero del 2017 el presidente demócrata Barack Obama acabó con la política pies secos/pies mojados, una iniciativa de su correligionario Bill Clinton que prohibía a los cubanos la entrada a Estados Unidos si eran encontrados en alta mar –o sea, a tres millas marítimas de la costa estadounidense–, pero que permitía el ingreso a quienes tocaran tierra firme.
Recientemente se supo que la Casa Blanca del republicano Donald Trump ha diseñado una nueva política de asilo que impide que todo extranjero que se presente en un puerto de entrada –terrestre, marítimo o aéreo– pueda recibir el asilo si antes no lo ha solicitado en un tercer país contiguo a Estados Unidos. Solo hay dos países contiguos a Estados Unidos: México y Canadá. Todo esto se debe a la enorme cantidad de personas que se han congregado en la frontera mexicana.
Aunque la nueva política está mayormente orientada hacia los posibles inmigrantes centroamericanos, lo cierto es que el texto no menciona a ninguna nacionalidad en particular, por lo cual se aplica también a los cubanos, esos que siempre han recibido un trato preferencial desde que la Ley de Ajuste Cubano fuera promulgada el 2 de noviembre de 1966 dando el derecho a la residencia al año y un día de permanencia en Estados Unidos. Ahora han visto levantarse un obstáculo más en sus pretensiones de vivir en Estados Unidos.
La política de pies secos/pies mojados, pese a la peligrosidad de la travesía en balsa del Estrecho de Florida, siempre fue un atractivo para emigrar, algo que el gobierno de La Habana ha criticado. Cuando Obama la eliminó, pocas semanas antes de dejar la Casa Blanca tras el deshielo con Cuba, aparecerse en la frontera fue visto como la única oportunidad viable para quienes nunca conseguían una visa de ingreso.
Siempre hubo cubanos que se presentaban en la frontera, pero era un movimiento esporádico. Desde que liquidaron los pies secos/pies mojados, el volumen de personas se ha disparado. Según el gobierno mexicano, en mayo había en la frontera casi 4.000 cubanos esperando ingresar a Estados Unidos.
Si antes el asilo era concedido sin grandes complicaciones, con el fin de esa política, a los cubanos le ha tocado que los enviaran a una cárcel de inmigración, por un tiempo más o menos dilatado, pero aún así lograban resolver su situación y eran casi siempre entregados a sus familiares en Estados Unidos.
Pero con la nueva política de Trump las cosas se han puesto más difíciles. Se acabaron las contemplaciones. Tan pronto se presentan ante un oficial de inmigración, los cubanos aplican para el asilo y sufren el destino de cualquier otro inmigrante indocumentado: el rechazo o la detención a la espera de una audiencia ante un juez de inmigración.
Esto, lógicamente, ha levantado ronchas. No han dejado de aparecer las críticas al mandatario, aun en una ciudad como Miami, cuyos electores cubanos han votado por el Presidente, generalmente lo defienden y principalmente lo adoran después que en junio del 2016 vino a la ciudad, en plena campaña electoral, y les prometió que sería “duro con Castro” y que acabaría con “ese régimen de dictadura”. En la comunidad exiliada hubo delirio en los círculos más conservadores y revanchistas.
Pero había una carta escondida bajo la manga. Trump pudo haberse comprometido en un momento de necesidad electoral. Pero muchos no se percataron de que la mentalidad del Presidente es profundamente antinmigrante. Para el mandatario, inmigrantes son todos los que quieren ingresar sin documentos.
“No es solo Trump. La filosofía de gran parte de los republicanos en estos tiempos es que aquí no se reciben inmigrantes sin papeles, y principalmente si tienen la piel un poco más oscurita”, comentó a OnCuba una activista de los derechos de los mexicanos, Alicia Suárez. “Es una realidad aberrante con la cual tenemos que habituarnos a vivir porque no le veo una perspectiva de cambio en los próximos tiempos”.
El que te vean no quiere decir que te oigan
En lo referido a la afectación de los posibles inmigrantes cubanos, varios expertos coinciden en que la nueva realidad se debe a una pérdida de influencia de los cubanos en la política estadounidense, al margen del partido que se encuentre en la Casa Blanca. Entre demócratas y republicanos hay una coincidencia, pero con orígenes distintos.
“Lo que todos veíamos delante es que durante décadas los cubanos tenían una influencia en la política exterior de Estados Unidos. Estábamos en los tiempos de la Guerra Fría y había aquel pensamiento de no permitir la proliferación de más Cubas en el continente. Lo que veíamos eran los cubanos opinando y votando por esa política”, afirma a OnCuba Eduardo Gamarra, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Internacional de la Florida (FIU).
Todo es cuestión de matices. Si los cubanos fueron importantes electoralmente para ambos partidos, los resultados electorales proyectaron una influencia que no era tal. La realidad era que las victorias electorales de cualquier candidato solo proyectaban una presencia local, no un impacto nacional, subraya.
La realidad de la política exterior se encuentra –y siempre fue así– entre bambalinas, aunque pudiera contribuir a articular posiciones que no necesariamente tenían influencia. El hecho de que te vean no quiere decir que te hagan caso.
“Cuando Obama llegó, ya la ecuación de la influencia estaba cambiando. Venía de atrás. Con él todos pensamos una situación diferente. Estábamos rechazando el embargo, abriendo relaciones con Cuba y de repente empezaron a perder más influencia. Lo que se discutía era encontrar una explicación de cómo se estaba perdiendo esa influencia”, enfatiza Gamarra.
Es cierto que en el sur de la Florida los congresistas cubano-americanos siempre alardearon de su influencia dentro de las administraciones, incluso durante la administración Obama. Siempre hubo en Miami quien quisiera aparentar y. entre demócratas, divulgar sus influencias que nunca tuvieron. Como se verá más adelante, los republicanos hacen lo mismo.
“En eso llega Trump y nada cambia, no se hace nada diferente en términos de facilitarle la vida a los cubanos. En el marco de la tesis muy estadounidense de que toda política es local, Trump sabía que tenía que ganar necesariamente el voto cubano y terminar por tener un control del venezolano. Por eso vino acá a movilizar el voto cubano y puso gente [cubana] clave en la política hacia Latinoamérica. Ahí tenemos [al senador] Marco Rubio, quien se encargó de la política hacia Venezuela. Esto es importante porque, como dije, todo lo que había con Latinoamérica estaba en manos de cubanos”, afirma el analista. Sin embargo, “el tiempo ha demostrado que no es así. Su influencia no es determinante”.
Trump llega a la Casa Blanca con una idea muy personalista y familiar de lo que debe ser la política exterior de Estados Unidos. De entrada, comienza por desmantelar el Departamento de Estado. Su primer secretario de Estado, Rex Tillerson, hace una limpieza y deja fuera a casi todos los especialistas en asuntos latinoamericanos. Y cuando decide negociar un nuevo tratado comercial con México manda a su yerno, Jared Kushner, a resolver el problema. Es cierto que ha llamado a cubanos como el cabildero Mauricio Claver-Carone para el Consejo Nacional de Seguridad pero sus funciones, en la práctica, son las de un portavoz. No es un delineador de políticas, aunque en Miami proyecten otra imagen.
“La realidad es que la influencia cubana en esta administración ha sido apenas visible, la presencia de Rubio y Claver-Carone ha sido superficial. La política exterior de Estados Unidos la hace Trump a través de Twitter. De modo que es cierto que los cubanos han perdido influencia, aunque sean visibles. Y lo van a seguir siendo si logran ganar la Florida. Es como Trump funciona. El Departamento de Estado está ahí, pero lo suyo es una política independiente”, afirma Gamarra.
Es así como los cubanos se enteran de que por mucho que sus líderes políticos alardeen de su influencia, ha terminado por imponerse la filosofía antinmigrante de Trump, que ha acabado por perjudicarlos al seguir siendo, además, política de la Casa Blanca acabar con los privilegios migratorios de los cubanos.
Las paradojas
Aunque lo nieguen el fin de la política pies secos/pies mojados que la línea dura del exilio tanto ha criticado, en el fondo le hizo un gran favor a los republicanos. En su momento el ex congresista Carlos Curbelo, en la Cámara de Representantes, y Rubio en el Senado, presentaron proyectos de ley para acabar con esa política. Los dos legisladores federales, al fin y al cabo, para contentar a su base electoral conservadora respondían, en ese entonces, a las críticas en el sentido de que a los cubanos recién llegados, sobre todo después del inicio de los años 90, había que devolverlos a la isla porque no eran exiliados genuinos sino un grupo que quería aprovecharse de los beneficios económicos, hacer dinero fácil y viajar a la isla de vez en cuando.
Con las nuevas disposiciones de política exterior antinmigrante de Donald Trump, Gamarra cree que Rubio está metido en una camisa de once varas con su electorado. Los cubanos se han dado cuenta de que por primera vez “están metidos en el mismo saco” junto a los demás inmigrantes. Incluyendo la generación mayor, por mucho que apoye a Trump.
En medio de todo, los dos legisladores federales del sur de Florida, Rubio y el congresista Mario Díaz-Balart, han estado callados, quizás porque saben que la política no va a cambiar y que su influencia es reducida. En las últimas elecciones legislativas, los cubanos perdieron dos tercios de sus representantes en Washington.
“Esto no va a cambiar. Se va a quedar como está ahora. Rubio está metido en otros problemas porque le prometió a los venezolanos el TPS [estatus de protección indefinida] y estos le creyeron. Pero Trump dijo esta que de ninguna forma, y aunque el senador logre pasar una ley en ese sentido –lo que veo muy difícil en el Senado–, el presidente la va a vetar. Rubio ni siquiera supo aprovechar el momento para pedir un TPS para los cubanos y resolver el problema que los suyos tienen en la frontera”.
Lo insólito: el rechazo a Trump en la calle
La última encuesta de FIU sobre el mundo cubano en el sur de Florida, ejecutada el año pasado, arrojó que hay un división por generaciones en la visión que se tiene de la política hacia Cuba. El 64% de los que llegaron antes de 1980 apoyan el embargo, un porcentaje que baja a 40% entre los que llegaron después de 1995, llamada “la generación de Guantánamo”. Esta diferencia se refleja en la manera como miran la política migratoria de Trump, que afecta a las familias cubanas.
El programa de reunificación familiar se encuentra paralizado. Ni siquiera Díaz-Balart, que lo ha prometido a su gente, logra convencer al mandatario de reabrirlo. Y en la frontera no están recibiendo a los cubanos con los brazos abiertos.
En la calle el ambiente está que arde porque los cubanos que votan republicano se han dedicado en cuerpo y alma a “mi presidente”, como suelen llamar a Trump, aunque a veces con algunos argumentos poco razonables, y este ahora los ha “traicionado”, epíteto que solía estar reservado para los demócratas.
“Esta es una traición porque los cubanos nos hemos batido por él contra los demócratas y comunistas, todo eso es lo mismo. Y ahora deja a los cubanos abandonados en la frontera. No nos recibe, nosotros que tanto luchamos por este país”, argumenta Moisés Espinoza, quien llegó a Estados Unidos a finales de los años 60 del siglo pasado. “Hemos votado republicano siempre, nos han prometido la libertad, pero ahora tampoco tenemos la libertad de venir a este país de libertad”. Lo curioso es que muchos de los amigos de Moisés están de acuerdo, pero no aceptan ser entrevistados para no dar el brazo a torcer.
Aunque no le gusta meterse en política, el médico Jorge Álvarez revela que muchos de sus clientes aprovechan la consulta para desahogarse. “Hace tiempo que la gente está desilusionada. Quedaron muy frustrados porque tenían la impresión de que el régimen cubano se iba acabar de inmediato en los primeros meses de Trump”, explica.
Lo más duro –dijeron tres cubanos de la vieja guardia– es la cuestión de la reunificación familiar. Antes de que esta administración congelara la reunificación familiar, ya los servicios de inmigración tenían un retraso de más de diez años en el procesamiento de los casos. Ahora que el proceso está congelado, nadie sabe cuándo podrá abrazar a los suyos. La administración no parece tener mucho interés en ello y los legisladores no tienen fuerza para darle la vuelta al asunto. Todo esto pese a que en las presidenciales del 2016, el 54% del voto cubano fue para Trump.
Al profesor Gamarra de la FIU le recomiendo no se rompa más la cabeza: los cubanos no han dejado de tener influencia en la política exterior lo que pasa es que ahora se han alineado con Trump ya que no le sirven para sus fines los emigrados cubanos que al año van de regreso a Cuba a gastar sus dólares en Cuba (pecado mortal) . Ahora lo que quieren es asfixiarnos por hambre y necesidades para después imponer la Helms Burton.
Todo lo que hace Marco Rubio es fingirse preocupado de que los cubanos no pueden ingresar como antes y al propio tiempo converge con Trump en negarle los paroles a los que esperan la reunificación familiar . Es un farsante y los cubanos de Miami lo que deberían hacer es retirarle el voto a él y a Díaz Balart. El muy iluso delira que podrá acabar con Cuba y Venezuela al mismo tiempo y que eso lo catapultara a la Casa Blanca. Vaya personajillo.