Mis niños, no quisiera tener que escribir este artículo, especialmente en un día como hoy. A veces, me resulta difícil hacer confesiones públicas de mi fe y de mi amor por ustedes. Me suena cursi y simplón reducir mi amor de padre a una fecha, a una publicación en Facebook, o a una foto de ustedes en una cartera, guardada en el fondo de un oscuro bolsillo. Pero la pregunta de Y me ha tomado desprevenido: “¿Con quién vas a pasar el Día de los Padres?”, luego la abuela de ustedes, con el mismo amor conque de niño me untaba sebo de carnero en el pecho para el catarro, me ha dicho: “¿Qué vas a hacer mañana? ¡tómate unas cervecitas!” A las dos les respondí con esquivas, creo que también con un poco de aquel pragmatismo y dureza con los que me protejo, en días como hoy. Estaré solo, les dije, pero no se preocupen, “es lo que me toca”.
Muchas veces he tenido que escuchar que padre es cualquiera, esa frase marcante que encierra un poco de la experiencia popular y otro tanto de mito discriminatorio. Siguiendo esa lógica, puedo perfectamente estar lejos de mis hijos, ser un humano operante, un proveedor casi ejemplar, que ni siente ni padece. Pero, las preguntas de Y y de mami desarman en mí el sentido creíble de lo popular y me sumergen en ese mar de afectos, contradicciones y complejidades de un papá que es ÉL y no CUALQUIERA, un padre que en cada mes, y no solo en junio, se esfuerza por ser coherente con el amor que siente por sus hijos.
Quizás hoy, mientras escribo, intento sustituir la mano de mami en mi pecho, y aplacar un poco la pena por la ausencia de ustedes este día, que sin dudas me duele y me quema profundo. Ridícula pretensión es que un texto pueda sustituir el afecto de mis hijos, que no abrazo desde hace tres años. Tendrán que perdonarme mi imposibilidad de no tomar un vuelo e irlos a ver y darles ese abrazo, mientras malgasto mi tiempo escribiendo.
En fin, deben saber, aunque quizás ni sea saludable que sepan, que habrá miles de padres y abuelos cubanos migrantes que no estarán junto a sus hijos hoy en Cuba. Esta pudiera ser parte de mi disculpa para no estar allí, para alejarme, para estar, distante, ocasionalmente a través de la fría pantalla de un teléfono. Sin embargo, por más que me oculte en una coraza resiliente, no me resigno a esta soledad sin ustedes, como también sé que ustedes no se conforman con un padre a 6000 kilómetros de distancia.
Por eso, en la abrumadora soledad que me acompaña, disipo las brumas de esa melancolía pensándoles, caminando juntos por lugares de bellezas inimaginables, lejos de guerras, mezquindades, miserias materiales y espirituales. Sueño y despierto con las carcajadas interminables de ustedes dulcificando mis oídos, con una mirada tuya, Roxi, o un abrazo tuyo, Maikiel. Pero la crudeza de las múltiples fronteras, ríos, territorios ignotos que debo atravesar para alcanzarles físicamente, me espanta y me hace cuestionarme.
¿Vale la pena dejar atrás a tus hijos, a tu madre, a tu abuela, a tanta gente que amas y que te aman? La verdad, confesaría que no vale la pena nada que aleje a alguien de sus más profundos afectos y amores. Sin eso, aunque no lo desees, se pierde un poco de la risa, del encanto, de la plenitud, del por qué y para qué estás en algún lugar del mundo. Te consume la impotencia del abrazo imposible, del no saber cómo es que crecen, de no sentir cómo es que aprenden, de no estar más cerca en el error y en el éxito, de poder ver y escucharles articulando la palabra “Papá”. Entonces, si la pérdida es tan inmensa, habrá que salir por el mundo a buscarle respuesta a otra pregunta, o a la misma pregunta formulada diferente: “¿Por qué tantas personas deciden dejar atrás a sus hijos, a sus padres, sus abuelos, a tanta gente que ama y que le aman?”.
Indagar por las respuestas a esta última pregunta puede ser un ejercicio inútil, que en nada contribuya un día como hoy a los amores y los afectos. Dejémosla al tiempo, dejémosle un poco al viento, olvidemos preguntas y respuestas como estas por momentos. Dediquémonos hoy, mis niños, a pensar cómo será un mañana desde hoy juntos, diseñemos un mundo de colores tiernos donde nada separe nuestros amores y afectos. Mi príncipe, haz un diseño de nuestros nombres con palillos (¿te acuerdas?) y grábalo en tu mente.
Definitivamente hoy, Día de los Padres, estaremos juntos, no habrá oscuridad, ni oscurantismos, ni distancias que nos separen. Sé que otros tantos, desde tantos paralelos y meridianos, estarán en Cuba también abrazando a sus hijos, a sus nietos. Padre no es cualquiera, por eso haré que esta diáspora se reduzca al tamaño de mi abrazo migrante y esperanzado, que por alguna vía feliz les lleguará a ustedes. Y, por fin, por qué no, brindaré tranquilo a la salud y a la felicidad de mis hijos.