Ailynn Torres me enseñó a mirarme un poco más profundamente por dentro, a avanzar en ese proceso infinito de auto reconocimiento que implica vivir, aunque lo que veamos asuste y duela. Y lo hizo sin tener que acostarme en un diván a narrarle el rosario de mis calamidades. Ailynn me curó algunos males, leyéndola, siguiéndole los pasos.
Esta Violetada —la primera parte y esta segunda– ha sido una clase, una clase magistral para mujeres, hombres, niños, ancianos y hasta extrarrestres. Una clase para cualquier ser vivo que crea en la justicia, cualquier ser HUMANO que quiera un mundo mejor. Cuando terminamos de grabar este encuentro, las pocas personas que conformamos este equipito de “realización”, nos quedamos en estado de éxtasis, deslumbrados, encandilados ante la sabia convicción y la fuerza de esta grandísima, descomunal mujer que habla con una paz, una sonrisa fosforecente, y una modestia inmensa de temas tan duros como la violencia de género, la igualdad, los femenicidios, y convoca, sin proponérselo a seguirla porque nos consideremos feministas o no, su lucha, su convicción, su entereza y su coraje.
Ailynn me exorcizó mis espíritus más malignos y temibles, aniquiló mi peor demonio. Yo no sé si ella lo sabe. Yo sí y por eso, entre otras cosas, irá conmigo por siempre. Y yo con ella.
Esta es la última Violetada de esta serie de cinco entrevistas. Creo que cerrar con Ailynn es mucho más grandioso que un broche de oro. Disfrútenla. Muchas gracias.
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