Mi padre, el poeta cubano Eliseo Diego, aprendió el inglés siendo muy niño, se lo enseñó su madre, Berta Fernández Cuervo y Giberga[1], una criolla, hija de catalana y asturiano, quien lo había aprendido también desde muy pequeña. Mi abuela nació en La Habana el 21 de noviembre de 1891, pero en 1895 sus padres emigraron a Estados Unidos con motivo de la guerra entre Cuba y España, y allá vivió hasta la edad de 12 años, aproximadamente. Cuando abuela regresó a Cuba casi no recordaba el español. Sus canciones de niña eran en inglés, los nombres de sus juegos también, rezaba en ese idioma, pensaba en inglés. Se lo enseñó a su hijo porque no concebía la compañía si no podía encontrar ese extraño río subterráneo de comunicación que solo se establece a través de los matices que proporciona el primer idioma. Cuando le escribía cartas las encabezaba “Dearest Son”. Combinaba las dos lenguas en una jerigonza que a nosotros, sus tres nietos, se nos hizo muy querida.
Todo le interesaba: los avances de la ciencia, los descubrimientos de nuevos planetas, la historia, la política. Era una lectora insaciable, pero solo leía novelas escritas en inglés y sus preferidas eran las de Dickens y Lewis Carroll. Cuando papá tocaba a la puerta de su cuarto se oía su voz, alegre, diciendo: “No room, no room”[2], a lo que él, inmediatamente, replicaba: “‘There’s plenty of room!’ –uno de los parlamentos de Alicia en el país de las maravillas. Cuando alguno de nosotros tres íbamos postergando infinitamente el momento de, por ejemplo, hacer nuestras tareas, abuela citaba a Mr. Micawber, un personaje de la novela de Dickens, David Copperfield, y decía: “Never do tomorrow what you can do today. Procrastination is the thief of time”[3]. A veces, en medio de una conversación con mi padre, llegaba el momento en que abuela hacía una pausa y, con una sonrisa entre burlona y traviesa, decía: “The time has come…”[4], a lo que él tenía que responderle, “the Walrus said…” y ella replicaba enseguida, “to talk of many things”. Y continuaba: “of shoes and ships and sealing wax, of cabbages and kings, and why the sea is boiling hot, and whether pigs have wings”. Al final de estos delirantes y absurdos versos de Through the Looking-Glass, se oía una estruendosa carcajada de ambos. Y así, siempre, el inglés estaba presente en la cotidianidad de nuestra casa.
Los conocimientos del idioma le permitieron –cuando en 1929 quebró la mueblería de mi abuelo, el asturiano Constante de Diego– dedicarse a la enseñanza del idioma, fue Inspectora General de los Centros Especiales de Inglés de Cuba hasta 1960 y escribió un libro para la enseñanza del idioma, en tres tomos, Excercises in Functional Grammar.
Le trasmitió este amor por el idioma inglés y la literatura inglesa y norteamericana a su hijo. Tanto ella como mi abuelo eran grandes lectores, abuelo, incluso, escribió poemas y una novela y fue miembro de la Asociación de Escritores Cubanos –siendo español. Eliseo Diego nació el 2 de julio de 1920 y durante los primeros diez años de su vida vivió en una quinta en las afueras de la ciudad de La Habana, en el humilde pueblecito de Arroyo Naranjo. Era hijo único y fue un niño bastante solitario. Uno de sus entretenimientos predilectos era leer, leía mucho. Sus primeras lecturas fueron, por supuesto, en español, pero las alternaba con los libros en inglés. Fue en traducciones al inglés que leyó por primera vez los cuentos del danés Hans Christian Andersen y de los famosos hermanos Grimm, y también leyó en inglés los clásicos de la literatura inglesa para niños y jóvenes, como Treasure Island, una de sus novelas preferidas, Winnie the Pooh, Alice’s Adventures in Wonderland y muchos otros. Encontré libros dedicados a él por mi abuela, siempre en inglés. En el ejemplar de Kim, de Rudyard Kipling, escribió: “To my dear son, with love from Mamma. Miami, 1932”. Hay una antología de poemas, una edición de 1928, cuya dedicatoria dice: “To my beloved son hoping these English Poems will give him as much pleasure as they have given me. Lovingly, Mother, Dic 5, 1936”. Papá tenía 12 y 16 años, respectivamente.
Mi abuela tenía un fino sentido del humor, que la acompañó hasta el final de su vida. En diciembre de 1979 sufrió la temible fractura de cadera, tan frecuente en los ancianos. Pero era tanta su voluntad y su avidez por seguir leyendo y aprendiendo que, poco a poco, comenzó a dar sus primeros pasos otra vez. Una segunda caída la llevó de regreso al hospital. Una tarde que conversaba con ella me dijo, sin dramatismo y con una gran serenidad, que ya había llegado el momento de despedirse pues todos sus hermanos, su familia y los amigos de su generación habían muerto. Yo traté de animarla un poquito y le dije que no, que todavía tenía que seguir batallando, que pronto los médicos la curarían e iría a casa. Con una sonrisa algo tristona, me respondió: “No, mi hija, ya ni ‘all the king’s horses’ ni ‘all the king’s men’ me podrán componer otra vez”[5]. Y así fue. Murió pocas semanas después, el 5 de agosto de 1981, a solo tres meses y dieciséis días de cumplir sus 90 años.
[1] Ver el texto ¿Y ya no tocan valses de Strauss?, publicado en OnCuba el 19 de noviembre de 2017.
[2] Alice’s Adventures in Wonderland, Lewis Carroll, Avenel Books, New York, 195?, Chapter VII, “A Mad Tea Party”, p.95-96.
[3] The Personal History of David Copperfield, de Charles Dickens, Oxford University Press, London, 1952, p.174. “Nunca dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Procrastinar es robarle al tiempo”.
[4] The Complete Works of Lewis Carroll, Random House, New York, 195? En Through the Looking-Glass, p.186. La traducción, sería: “Ha llegado el momento, / dijo la Morsa, / de hablar de muchas cosas: /de zapatos, de barcos y de lacre, / de coles y de reyes, /de por qué el mar está hirviendo / y de si los cerdos tienen alas”.
[5] Abuela hace referencia a los conocidos versos recogidos en Mother Goose Rhymes (Los cuentos de Mamá Oca), citados por Alicia en Through the Looking Glass: “Humpty Dumpty sat on a wall, / Humpty Dumpty had a great fall; / All the King’s Horses and all the King’s men / Couldn’t put Humpty Dumpty together again”. Humpty Dumpty es el famoso huevo que se cae y ya no se puede volver a recomponer: “Humpty Dumpty en un muro se sentó / Humpty Dumpty estrepitosamente cayó / Ni todos los caballos ni todos los hombres del Rey / pudieron recomponer a Humpty Dumpty otra vez”. Pero según los historiadores y especialistas, Humpty Dumpty, en realidad, era el apodo de un poderoso cañón que, durante la Guerra Civil Inglesa (1642-49) fue colocado en la torre –o en un muro– de una antigua iglesia, en el sitio a Colchester. Con los bombardeos, el cañón fue derribado y “ni los caballos ni los hombres del rey” lo pudieron poner a funcionar otra vez. Existen otras explicaciones pero esta es la más aceptada de todas. También explican que a las personas muy grandes, en la Inglaterra del siglo XV, las apodaban ‘Humpty Dumpty’, por lo que tiene sentido que un cañón de grandes dimensiones fuera “bautizado” con el nombre de Humpty Dumpty.
Maravilloso, fue ella quizás su más grande influencia y detonante.
Ahhh, Fefé… !!!cuán orgullosos estarían tus padres y tus dos queridos hermanos, de estas crónicas tuyas, hilvanadas con la suavidad de las remembranzas!!! Un saludo y un abrazo bien fuertes.