Andar (con) derechos la ruta del cambio

“En Cuba hay gente que cree que la transformación del país se puede hacer sin el Derecho, o con el Derecho después”, se queja el jurista e historiador Julio Antonio Fernández Estrada. De casta le viene. Es hijo del ya fallecido Julio Fernandez Bulté, uno de los juristas cubanos de más reconocimiento popular y profesor de varias generaciones en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana.

Fernández Estrada abrió el pasado sábado el taller “Pasado, Presente y Futuro de la Justicia en Cuba”, organizado por el proyecto Cuba Posible en el Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo de la ciudad de Cárdenas.

Su ponencia “El Derecho y la justicia en la identidad nacional” ensayó una síntesis de cómo la identidad nacional se nutre también de una determinada concepción de la juridicidad, que proviene del Derecho romano, en la base del Derecho español; de la persistente vocación civilista de nuestros primeros pensadores y patricios de las guerras de independencia; del constitucionalismo mambí; de la compleja concepción republicana de Martí, “con todos y para el bien de todos”…

“Hemos ido perdiendo la tradición de la importancia de los juristas y especialistas del Derecho ligados a la política”. En el pasado reciente se ha vivido en Cuba una suerte de “nihilismo jurídico”: años en los que no se graduó nadie de Derecho, en que se había reducido la enseñanza del Derecho en su mero perfil instrumental, la eliminación del estudio de la Filosofía del Derecho… Por otra parte, el reforzamiento de cierta inseguridad jurídica, dada por la poca difusión y el desconocimiento de las normas, incluida la Constitución; bien por el escaso ejercicio legislativo –de 1976 a la fecha solo fueron aprobadas 119 leyes– y la sobreabundancia de Decretos leyes y normas de menor rango que no pasan por la Asamblea; bien por los solapamientos, contradicciones, imprecisiones establecidos dentro del propio sistema jurídico cubano (en alguna medida asistemático).

“Hace 40 años están congelados los derechos en la letra constitucional, y hoy en la práctica tenemos más derechos que los reconocidos por esa Constitución, lo cual no quiere decir que todavía no nos falten muchos más”.

En la actualidad, dice Fernández Estrada, lo más preocupante es el modo en que sobreviven determinados prejuicios que han hecho imposible en muchos casos practicar el principio de progresividad de los derechos. “Hoy todavía somos víctimas de los prejuicios sobre los derechos humanos y sobre el concepto de políticas públicas. Hay que perder esos prejuicios por aspirar a tener un Estado de Derecho. Si en el 2015 no podemos hablar en los medios de comunicación estatales sobre los derechos humanos, mi temor es que esos derechos no aparezcan tampoco en la nueva Constitución”, que presuntamente se prepara, a puerta cerrada.

Fernández Estrada teme que la nueva Carta Magna en vez de guiar los cambios en Cuba, se use para ratificar una determinada política. Como ha sido tradición, según el ex Fiscal General de la República, Ramón de la Cruz Ochoa, quien recordó este fin de semana en Cárdenas que ha sido “tradición de la Revolución colocar los hechos primero y el Derecho después”.

Esa visión instrumental del Derecho no es la más apropiada, cree el profesor. “La idea del Derecho solo como un instrumento es muy funcional a la rigidez y al verticalismo estatal. En algunos casos los representantes de la Administración Pública se benefician de tener un Derecho que venga siempre a parecerse a lo que ellos cambiaron, y en otros casos, con una ideología más trabajada y consciente, aprovechan para eliminar la posibilidad de poner a la gente a actuar”, comenta en exclusiva para OnCuba.

“Si entendemos el cambio constitucional como una convocatoria de participación para cambiar y pensar el país a largo plazo, como la posibilidad de hacer un ejercicio democrático de fundación de un nuevo pacto social en Cuba, no tendríamos que conformarnos con una Ley fundamental que se parezca sólo a la reforma que estamos haciendo, sino que podríamos hacer algo con mayores pretensiones”.

Durante las sesiones del Taller "La justicia en Cuba: pasado, presente y futuro"
Durante las sesiones del Taller “La justicia en Cuba: pasado, presente y futuro”

En una plaza sitiada sí cabe la democracia

Casi toda la historia de la Revolución ha sido la de un gobierno acechado por un enemigo externo. Esa circunstancia propició la idea de que la República podía esperar por muchos derechos individuales, declinables ante la urgencia de defender la soberanía y la independencia del país como totalidad.

“La gran discusión que tuvieron Agramonte y Céspedes está vigente hoy: qué tipo de República queremos: si civil o militar, si para la guerra o para el Estado de Derecho. El romanticismo de la legalidad por encima de todo, en medio del contexto de guerra, debería hoy seguir siendo fuente de inspiración.”

El predominio de una actitud defensiva fue “una lectura muy reduccionista de lo que se puede hacer en una república democrática”, cree el doctor Fernández Estrada. “Se ha demostrado que decir que no podemos tener pluralismo político, un verdadero Estado de Derecho, abolir la pena de muerte…porque frente al enemigo no nos podíamos debilitar, era una lectura política. Pero había otra posible: la de luchar frente al imperialismo separándose de él en todos los sentidos y ser cada vez más democráticos, más pluralistas, respetar más la legalidad y crear verdaderamente una alternativa socialista en el mundo”.

En la Constitución de 1976 no está descrita la condición de “plaza sitiada”. Sin embargo, para el historiador ese concepción ha permeado la práctica política y la interpretación de las leyes, lo cual trajo como consecuencia la generación de dogmas antidemocráticos y antipopulares, como el de que “el pueblo no está preparado para eso”.

“Cuando decías ‘vamos a luchar por la abolición de la pena de muerte’, te responden, ‘no, el pueblo no está preparado para eso’. Si se pedía luchar por la igualdad de derechos para las personas con diferente identidad de género, la respuesta es ‘no, el pueblo es machista, homófobo, no está preparado para eso’.

“Mira, el pueblo cubano no estaba preparado para el socialismo en 1959 y no se esperó para que se preparara. El pueblo no estaba preparado para la criminalización de la discriminación racial, por haber sido educado en el racismo, y lo hicimos, porque el Derecho sí estaba en función de la transformación”.

La energía inicial de aquellos procesos tomó luego otro cariz, fácilmente detectable, por ejemplo, en la actitud contra la prostitución. “En los años 60 sin ninguna preparación socialista, convertimos a las prostitutas en personas decentes, integradas, con oficios…y después, sin embargo, con la reaparición de la prostitución en Cuba, y luego de años de una Revolución establecida, preferimos barrer el churre y lo ponemos debajo de la alfombra y decimos que lo que hay que hacer es ‘guardar’ a las ‘jineteras’ hasta cuatro años en establecimientos ‘educativos’ (iguales o semejantes a la cárcel) para que no aparezcan delante del turismo. Son dos maneras de usar el Derecho, una revolucionaria y otra no”.

De toda la historia reciente los cubanos deberían aprender a situar en su lugar a derechos individuales como el de la participación y el pluralismo, puestos en el mismo nivel de importancia que la soberanía y la independencia.

“Si uno considera que la democracia y los derechos humanos son modificables en dependencia de qué entorno político tengamos, caes en una trampa”, asegura el profesor Fernández Estrada.

“En esa trampa todavía estamos encerrados como país: nuestro pueblo no habla de derechos humanos porque piensa que está hablando de grupos contrarrevolucionarios; hasta este momento no se ha podido abrir una Cátedra de Derechos Humanos en la Universidad de La Habana porque han dicho que no se puede hacer. Si quieres hacer un evento de derechos humanos, tienes que decir otra cosa porque se ve mal.”

“Estamos a la defensiva para hablar de eso”, agrega. “No proponemos ni defendemos lo que tenemos avanzado en esa materia, ni lo que nos falta. Generalmente siempre empezamos por criticar a otros para asegurarnos que lo que nosotros tenemos sirve. En ningún caso nos criticamos. No tenemos que compararnos con nadie sino decir ‘tenemos que ser algo más que lo hemos sido’. Tenemos que conseguir tener lo mejor para nuestro pueblo.”

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