Ariel Ruiz Urquiola: “Libertad o liberación”

Fue el sonido, más que la posibilidad de morir, lo que más atormentó a Ariel Ruiz Urquiola en la cárcel. “No te imaginas cuánto alivio es no tener que sentir la tiradera de rejas. El sonido en la prisión es terrible. Los golpes de las puertas, los famosos llaveros, desde la prisión hasta el campamento. Siempre cerrar bruscamente las puertas, hacer sentir que son ellos quienes tienen el poder: ‘Yo soy el que abre la reja, y soy el que cierra la reja’”.
Conserva unos 65 kg de los 80 que pesaba el 3 de mayo de 2018, cuando fue detenido en El Infierno, su finca en Viñales. Después de 16 días en huelga de hambre y sed o, dicho técnicamente, inanición voluntaria, Ariel Ruiz Urquiola está en su casa bajo una licencia extrapenal otorgada por motivos de salud.
La excarcelación alude a un síndrome afectivo depresivo ansioso. “Fue una de las razones que se usaron antes para expulsarme de la Universidad de La Habana; como si fuera un síndrome patológico, cuando se trata de algo común”, dice el biólogo.
“Cuando tú le hablas a alguien de que eres el médico de tu hermana enferma de cáncer, aun cuando no eres oncólogo, te dicen que tienes un delirio de grandeza o algo por el estilo porque no es usual. Pero mi profesión es biólogo celular y molecular, y eso me permite explorar cualquier campo de la biología celular y molecular, incluyendo un cáncer. El de mama lo he estudiado mucho, y el resultado es ella”, dice señalando a Omara, su hermana mayor, que ha superado en 12 años el pronóstico de vida que recibió inicialmente.
“No tengo ninguna enfermedad. Retomaré mi caso con ayuda de abogados y cubanos de dentro y fuera”, dice el científico, quien espera solicitar una revisión de su caso al Tribunal Supremo.

Ariel Ruiz permaneció los primeros tres días de su huelga, de domingo a martes, en el campamento de trabajo Cayo Largo, en Consolación del Sur. El martes el jefe del lugar, el mayor Jorge Cruz, decidió trasladarlo a la prisión pinareña de Kilo 5.
“En el calabozo no cabía en posición horizontal, así que me acostaba oblicuo sobre un suelo lleno de santanillas. Dormía en el piso porque por el espacio entre la puerta principal de hierro y el suelo entraba aire de afuera. Respiraba el aire de afuera.
“Desde el principio me habían aclarado que mi huelga era una indisciplina grave, que me podía traer otras penalidades, que no iba a lograr nada…, todo con ánimo de persuadirme. En un momento me llegan a preguntar por mi vida privada y como no tengo nada que ocultar, y además sabía que ellos sabían que yo soy homosexual, les dije: ‘Yo no vivo con ninguna mujer. Tengo mi pareja, que es un hombre’”.
El viernes lo trasladaron a la sala K, destinada a reclusos, en el Hospital Provincial Abel Santamaría. “Allí me pesaban todos los días. No tengo ninguna queja del servicio médico de la prisión”, dice.
“En el hospital había dos tipos de trato –explica: las enfermeras y los médicos por un lado, y los guardias, que son los que mueven a los presos y acompañan al personal médico en sus visitas para que tengan un nivel de protección, porque ellos para tratar a un paciente no preguntan por qué está ahí, tienen que tratar a todo el mundo por igual. Es una máxima. Sin embargo, muchos de los oficiales tenían comportamientos tan descompuestos como los reos.
“Su puesto de mando estaba justamente frente a la reja de mi cubículo, desde donde me vigilaban. En dos o tres ocasiones revisaron con lámparas el falso techo y las camas, no sé si buscando cámaras. Yo lo único que tenía era mi ropa de preso y después el pijama de interno en un hospital. Nada más. Un calzoncillo solamente.
“Las enfermeras siempre trataron de ayudarme. Me lavaba los dientes con una torunda de gasa que una de ellas me facilitó. Yo me bañaba con agua fría. Me hubieran podido calentar agua, pero yo no lo pedía. Hacía el mínimo de demandas de atención”.
Ruiz Urquiola permaneció unos doce días en el hospital, los últimos de una huelga que naturalmente lo debilitó mucho. Pasaba todo el tiempo acostado. Horas y horas.
¿En qué pensabas?
Meditaba, hacía meditación vipassana. Cuando haces este tipo de meditación no piensas. Es una técnica en la cual empiezas a desconectarte del mundo para conectarte con tu mundo interior, a partir de observar tu respiración. Observarla metafóricamente. Vas sintiendo la respiración y llega un momento en que tu pensamiento se va a lo que sea: los recuerdos más insólitos, las alegrías más insólitas, las tristezas más insólitas. Lo que menos te puedes imaginar. No hay un hilo conductor. Resultado: una total relajación, una firmeza para seguir adelante. Pensar… no había mucho que pensar. Lo que había que hacer era resistir.
Y la mejor manera era la meditación. Tomé la decisión y me entregué a eso absolutamente. No es difícil para mí tomar decisiones.
¿Realmente no temías la muerte?
¿La muerte? La muerte creo yo que solo es inapropiada cuando se llega a ella de una manera violenta e involuntaria. Cuando no aceptas morir, la muerte tiene una connotación negativa, indeseada. Pero para un meditador la muerte no existe. Si llega en medio de una actitud serena y no está provocada deliberadamente, no es más que la separación del alma de tu cuerpo.
Regresaríamos al problema esencial de la filosofía, que no tiene solución. El contraste entre el ser y el estar, entre el pensar y el cuerpo, entre lo material y lo espiritual. ¿Qué definición tenemos de materia? Todas y específicas para cada una de sus cualidades. ¿Qué definición unívoca hay de espíritu? Ninguna. No lo podemos definir. Es como hablar del amor.
Yo creo que se pueden hacer cosas en el mundo terrenal. Soy ateo de convicción, no obstante, tengo esta filosofía porque no le veo nada discordante. Más bien un punto de comunión con los teólogos porque quienes único me han comprendido son las personas que practican alguna religión. Ocurre que la separación del alma del cuerpo es muy difícil, porque es un proceso doloroso.
En esas circunstancias dejar ir mi cuerpo era liberarme. La única forma en que uno puede amar algo fuera de sí mismo, es tener primero un amor propio muy grande. No se puede nunca dejar de ser uno para ser de otro. Entonces hay momentos en que hay que poner a un lado todos esos amores, por la familia, por la pareja, y asumir la propia responsabilidad. Es necesario amarse mucho para tener vergüenza y poder caminar con la cabeza erguida. Es la única forma de ser libre en cuerpo y alma.
Yo hablaba de libertad o liberación. Lo cual era algo insólito para los carceleros; para todo ese personal era difícil de comprender. Incluso para los médicos era insólito. Yo pienso que el cubano, incluso el profesional, está muy focalizado en su visión unidireccional y es incapaz de abstraerse de su propia realidad y de sus propias convicciones para poder explorar un mundo que es mucho más amplio y más rico que el mundo individual.
¿Qué sentiste cuando te avisaron de la excarcelación?
Cuando me lo dijeron no lo creí. Antes me habían dicho que por mi estado de salud debían moverme a otra sala, de cuidados progresivos. Yo digo que no me voy a mover porque mis signos vitales están en perfecto estado, yo me siento en condiciones normales acorde con el régimen que yo he elegido tener y he sido excelentemente atendido, y que no requiero irme para otra sala.
Finalmente el jefe de prisión junto a una mayor, me notifican que yo había recibido licencia extrapenal.
Me sentí en un juego entre libertad y liberación, me parecía que estaba en un delirio. Ahí sí dudé de mí. Pensé que había perdido la conciencia. De manera que no leí –ni he leído hasta ahora porque no me considero emotivamente apto para hacerlo en este momento– el auto de licencia extrapenal. Esa carga no está en mi cerebro todavía.
Lo recibí, firmé la notificación. Y es cuando él y la mayor me dicen que para ellos yo no tengo antecedentes penales, que si incurro en un delito, sería preso primario.
¿Cómo estás lidiando con la publicidad?
No la veo. Lo único que veo son personas interesadas en un caso, en lo que me sucedió; y ya eso me pasó en la universidad, me ha pasado antes. Quizás ahora con mayor emotividad o mayor interés, o más medios.
Yo soy la misma persona. Iré a trabajar. Soy un hombre de trabajo. No busco convertirme en ningún tipo de líder político. No busco ningún tipo de liderazgo en nada. Lo único que busco es mi espacio como ser humano dentro de una sociedad civil en mi país, independientemente de que tenga una parte de mi vida en Suiza, y de que tenga una parte importante de mi vida laboral en Alemania.
Jamás pleitearía ninguna posición de poder, porque no lo necesito. No soy un político.
¿Qué extrañabas?
Nada, casi que ni la libertad. De hecho preferí venir a la casa, antes de ir a Viñales. Es cierto que hubiera tenido dificultad para subir, pero yo soy una persona muy voluntariosa y lo hubiera conseguido. Pero es que aquí estoy en un lugar cerrado, más bien lúgubre. No me siento apto para ver todo el verdor, toda la explosión de vida en la finca, en la calle, en los otros lugares.

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