Aunque la Cuba B no es homogénea –pues cada uno de sus territorios tiene peculiaridades propias en occidente, centro y oriente–, voy mencionar las provincias de Las Tunas, Guantánamo y Granma, surgidas al cabo de la nueva división político-administrativa vigente desde 1976 y tres de las más atrasadas del país.
Se caracterizan por sus niveles de migración de sus serranías y municipios a las capitales de provincia. Tomando como botón de muestra a la provincia Granma, el Anuario Estadístico de 2018 sostiene que el 44,5% de su población vive en los dos centros urbanos más importantes de la provincia: Bayamo (239 047 habitantes) y Manzanillo (127 819).
De acuerdo con la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), más del 54% de la población de la provincia Granma es mestiza, como en Santiago de Cuba y Guantánamo –en el resto del territorio nacional el mestizaje es del 26%.
Moverse hacia la ciudad monumento, Bayamo, es en muchos casos también el punto de partida para emigrar hacia la capital del país, adonde se llega fundamentalmente para hacer lo que muchos de los orientales en las últimas décadas hacen en la capital, cubrir los empleos que ningún habanero codicia: policías, constructores y choferes de bicitaxis –pero también vendedores en los agros, lo cual no es, a todas luces, lo mismo. Y, desde luego, sin otra opción que vivir en los márgenes o en municipios superpoblados como La Habana Vieja y Centro Habana.
Esa es una de las razones del creciente envejecimiento poblacional en la provincia Granma: hoy las personas de 60 o más años llegan a la cantidad de 158 944 — es decir, el 19.2%– en línea con un país de alarmantes niveles de envejecimiento crecientemente estudiados por demógrafos y sociólogos (ahora mismo el 20.4% de la población cubana se monta sobre 60 años o más).
Granma es la cuarta provincia del país en pensiones por edad, invalidez o muerte (329,7 millones de pesos, solo superada por La Habana (1 252,7), Santiago de Cuba (481,9) y Holguín (458,9).
Por otro lado, persisten allí menores niveles salariales. En 2017 el salario medio de quienes trabajaban en entidades estatales era en Bayamo de 683 pesos mensuales y 685 en Manzanillo, ambos por detrás de la media nacional, que según la ONEI pasó de 740 pesos cubanos (CUP) en 2016 (29,6 dólares) a 767 CUP (30,68 dólares). En La Habana era de 848 CUP (33,9 dólares) y en Ciego de Ávila (818 CUP/32,7 dólares), seguidos por Pinar del Río (813 CUP/32,5 dólares), Villa Clara (808 CUP/32,3 dólares), Artemisa (782 CUP/31,2 dólares), Matanzas (780 CUP/31,2 dólares) y Sancti Spíritus (758 CUP/30,2 dólares). Guantánamo, la más oriental, fue la de menor sueldo medio, con 624 CUP (24,9 dólares).
Igualmente, Bayamo se caracteriza por una no muy relevante circulación de la “moneda dura” (CUC), si bien esto último ha venido aumentado no solo como resultado de las remesas estadounidenses, europeas y latinoamericanas de la nueva emigración, y de los trabajadores por cuenta propia, sino también del trabajo de médicos, técnicos de la salud, entrenadores, etc. que el gobierno cubano envía, por un período determinado de tiempo, a lugares tan distintos como Venezuela o África del Sur, con las diferencias de ingreso que cada uno de esos destinos supone.
Sin embargo, los pesos cubanos tienen en Bayamo mucho valor. En plena crisis, allí emergió una red de establecimientos estatales que puso a disposición de sus moradores una variedad de ofertas a precios módicos, y por consiguiente logró amortiguar de alguna manera el problema alimentario sin mayores impactos negativos sobre el presupuesto familiar.
Los bayameses se dedicaron a modernizar el bulevar en un tramo bastante amplio de la calle General García y a construir tres casas especializadas: la de la Croqueta, la del Huevo y la del Queso. En ese mismo contexto, inauguraron dos restaurantes de categoría –el 1513 y El Sevillano– y dos heladerías, una de ellas para niños.
También una juguera en Masó y General García que los vende fríos, variados y sin truco por solo un peso cubano el vaso. Y hay hasta un Palacio del Pan, donde se ofertan distintas variedades de ese producto, todo tras la huella de Saturno Bruqueta, quien en los años 80 hizo mucho por la cultura y la gastronomía bayamesas.
Suele haber consenso en reconocer que esos emprendimientos resultaron factibles, en primer término, por la labor de las autoridades locales, y en particular de un dirigente de otra provincia cuyos estilos de trabajo eran distintos a los demás. Y, en segundo, por la lejanía del gobierno central. Ello le permitió un mayor nivel de autonomía y operatividad al gobierno local y desarrollar dinámicas específicas con las empresas productivas del territorio –por ejemplo, la fábrica Nestlé de productos lácteos. Y aun cuando la salida del dirigente mencionado hacia otro territorio incidió sobre la variedad y calidad de esos servicios, estos han logrado mantenerse. Y con un trato a las personas que parece de otro mundo.
Sin embargo, es un terreno marcado por el conservadurismo. Recuerdo que hace unos años sancionaron o quisieron sancionar por pornógrafos, inmorales, obscenos e indecentes a un guionista y a un realizador por trasmitir en la televisión granmense el corto de ficción El grito, de la joven directora Milena Almira, producido por el Instituto Superior de Arte (ISA) y exhibido por el ICAIC durante una de las muestras de nuevos realizadores.
Acaso el material podría tener escenas fuertes –más en lo verbal que en lo estrictamente visual–, pero en el fondo no muy distintas a las mostradas por la propia televisión cubana en las películas del sábado. La decisión tomada en este caso remite a la poca capacidad para asumir la función transformadora y subversiva del arte, toda vez que con El grito se estaba en presencia de una crítica al machismo utilizando códigos deliberadamente chocantes. Lo consideraron, por el contrario, un “material ofensivo y obsceno que denigraba la imagen de la TV granmense y atentaba contra los principios morales de nuestra sociedad”.
De igual modo, un ingeniero bayamés fue sancionado a la separación de su puesto de trabajo durante cuatro años por tener en una laptop un audiovisual de educación sexual. El ciudadano llevó su problema a las instancias laborales y legales, con el aval de una sexóloga y un abogado que se esmeraron en demostrar que no se trataba de pornografía sino de un material referido incluso en una sección del diario Juventud Rebelde. Una comisión disciplinaria lo eximió de pornógrafo, pero dictaminó que el contenido del video era “contrario al interés social y a las buenas costumbres, principios y valores éticos que caracterizan a la sociedad cubana”. Finalmente, el tribunal municipal ratificó la sanción.
La mezcla de mojigatería y estrechez suele obrar como el Espíritu Santo: soplando donde quiere. A pesar de sus bondades gastronómicas y de su maravillosa gente, un crítico de cine lo resumió de la siguiente manera: “Si en pleno siglo XXI algunas ‘malas palabras’ o escenas provocan tales desmedidas reacciones, es solo una muestra de cuántos gritos quedan todavía por dar”.