Búscate un perro

Dibujo: Lázaro Saavedra.

Dibujo: Lázaro Saavedra.

pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es Don Dinero.

 Francisco de Quevedo

El dinero no había sido un componente definitivo en la sociedad cubana. La mística de los años 60 convocó a un proceso de cambio donde los móviles morales y la idea del futuro, a la que convidaba una conocida tonada de la Nueva Trova, constituían los resortes básicos para la acción individual y colectiva en un contexto donde las fronteras entre lo utópico, lo deseable y lo posible no estaban claramente deslindadas.
Después, durante la institucionalización, la entrada de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y la adopción de “mecanismos de mercado socialistas” implicaron restaurar relaciones monetario-mercantiles desmontadas o minimizadas durante la etapa previa.
Esa fue, según algunos, la época dorada del socialismo cubano, emblematizada en un mercado paralelo que permitió sortear / trascender los límites de la canasta básica y de la libreta de productos industriales (¿qué se hizo, de pronto?) no solo con mercancías fabricadas en la Isla, sino también provenientes del bloque del Este, tales como vinos, latas de conservas y jugos embotellados búlgaros, compotas de manzana y ciruela rusas, confecciones textiles de la RDA y otros productos.
Entrados los años 80, el proceso de rectificación –de varias maneras una respuesta a la perestroika soviética–, con su rechazo al mercado y su vuelta al pensamiento económico del Che, muchas veces simplificado o malentendido, constituyó un intento de retomar los años duros rescatando un nacionalismo que había quedado como varado en la arena.
Una de sus expresiones iniciales se relacionó con los mercados agropecuarios o agros, aprobados y abolidos desde el Estado hasta su regreso algo más de un lustro después, al cabo de la crisis de los balseros, en 1994.
Los 90, con sus ajustes y readecuaciones para tratar de insertar a Cuba en un mundo postsoviético marcado por el culto al mercado y por la globalización, significaron la restauración del lugar del dinero en las relaciones sociales a un punto sin precedentes en las etapas anteriores.
La legalización de la tenencia de divisas, adoptada en el verano de 1993, oficializó la fractura del mercado interno dividiéndolo en dos pacerlas: tener o no tener dólares fue desde entonces el problema fundamental de la filosofía en la vida cubana, un espacio donde el salario no significaba, ni significa, atravesar el mes sin magulladuras en la cabeza.
Ahora los nuevos desarrollos del llamado trabajo por cuenta propia están implicando inevitablemente la re-emergencia de nuevos actores sociales, liquidados por la Ofensiva Revolucionaria de 1968, y el aumento de la diferenciación social partiendo del acceso al dinero.
Un sector de esa masa laboral, generalmente involucrado en negocios de restaurantes  y alquiler de habitaciones / casas, en muchos casos bastante competitivo y articulado con Airbnb y otros espacios del mercado internacional, ha logrado acumular dinero para pagar por la fuerza de trabajo –la explotación del hombre por el hombre aludida negativamente por el artículo 14º de la Constitución de 1976—; dinero para pagarle impuestos al Estado (y evadirlos tanto como sea posible, como ocurre en todas partes); dinero para invertir en otros negocios o comprar casas, e incluso dinero para “remesas al revés”, es decir, para enviárselo a miembros de la familia recientemente emigrados a Europa, América  Latina o los Estados Unidos, fenómeno inédito y digno de mayor estudio por los economistas cubanos.
En la vida cotidiana, el dinero pica y se extiende como bola entre left y center: dinero para comprar comida en las shoppings en CUCs, y en pesos cubanos en el mercado negro o los agros; dinero para pagar por debajo de la cuerda y agilizar los trámites burocrático-administrativos –para ello existe otro eufemismo: un “regalito”–; dinero por llevar clientes al dueño del negocio (comisión); dinero para “resolver” un pasaje de ómnibus o avión para viajar al interior de vacaciones (o viceversa) y ver a la familia; dinero para figurar en el jet set con ropa de marca y artefactos a la moda; dinero (sobre todo en los más jóvenes) para discotecas en esa perenne búsqueda del hedonismo, porque la vida es corta y los problemas, grandes; dinero para pasar tres noches en un hotel de cinco estrellas en Varadero o en uno de la cayería norte, generado por negocios propios o recibido mediante la Western Union.
Un amigo me contó una vez, entre apesadumbrado y atónito, que hasta se estaban alquilando pedazos de muro para sentarse en el Malecón habanero, o espacios en las escaleras de edificios multifamiliares, cerrados a cal y canto por razones obvias, en especial durante los carnavales, para amantes hetero en apuros sin dinero para hotel ni posadas –estas últimas desplazadas a las casas particulares de los cubanos y marcadas con un letrero en rojo– o para parejas gay ocasionales.
La onda expansiva incluye el regreso de uno de los oficios más viles y despreciables que en el mundo han sido: el prestamista o garrotero, que acciona a la sombra en los barrios explotando a sus víctimas con una sonrisa cínica. Son como instrumentos ciegos de la necesidad y la miseria humana. Se necesitaría un hacha social para hacer con estos sujetos goyescos lo que un universitario ruso del siglo XIX llamado Raskolnikov hizo con una vieja huraña experta en esos menesteres.
Definitivamente, el poderoso caballero recurvó, como lo capta una caricatura. En ella aparece un gato negro con una sonrisa socarrona. Debajo, la siguiente inscripción:

Yo trabajo por dinero. Si quieres lealtad, búscate un perro.

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