De camino a Ushuaia, 25 días en Cuba

Caren Peresón y Cruz Scardellato, una pareja de argentinos de 30 años y con un noviazgo de doce, están trabajando en Mérida, México. Cuando acumulen fondos ahí, avanzarán hacia la Riviera Maya, para después seguir a Belice y completar toda Centroamérica viajando, por regla general, en bicicleta.
De Panamá a Colombia, y así hasta la ciudad más austral en Argentina, a través del lado oriental (Venezuela, Guyana, Surinam, Guyana Francesa, Brasil, Paraguay, Bolivia).
Para consumar esto necesitan generar sus propios recursos, los cuales han sido cubiertos por una serie de trabajos precarios: meses en los que han remodelado un hotel, pintado paredes, lavado autos y la loza de restaurantes, o se han encargado de las cajas registradoras de algún foodtruck.
En más de dos años, según estiman, habrá valido la pena, porque estarán ya en Ushuaia, cumpliendo su plan de recorrer el continente americano.
El viaje lo iniciaron en mayo de 2016, desde Alaska. Una página en Facebook con el nombre Viviendo el camino, archiva el rastro del deseo que comparten: visitar, en amplitud, lugares de mutuo interés a un ritmo que les dejara tiempo de solazarse.

Por atención a los requisitos, el medio más eficiente era la bici, un transporte barato y parsimonioso, además de un ejercicio saludable (lo cual, admiten Caren y Cruz, no fue uno de los incentivos originales).
Haciendo paradas cada 80 o 100 kilómetros, tuvieron chance de explorar mejor, incluso apartándose un poco del trayecto cuando hubo motivos. Entonces fueron a puntos que se replantearon en la ruta por sugerencias, como la Huasteca Potosina o Bahía Concepción, en México.
Cada detenimiento para recobrar energías era una oportunidad de conocer pequeños pueblos locales y a la gente que vivía en ellos. La búsqueda en sitios web de alojamiento, les permitió intercambiar con más de doscientas familias. Todas dejaron un recuerdo grato, saludable, y sustentaron la idea que llevaban consigo desde el primer día: distanciarse de lo que aparecía representado en la televisión, las guías y folletos turísticos; aclimatarse más al centro de las realidades.
Sus extremidades han tenido que superar, en adición al cansancio, el frío glacial de Canadá, mientras que el calor árido de México les provocaba desmayos. Pero la naturaleza recompensaba por otro lado, obsequiándoles los paisajes en los que siempre quisieron estar. El Antelope Canyon, en Arizona, por ejemplo. O una escena inédita que los tomó de imprevisto: a cien metros de su posición, quizá, observaron a un oso grizzly cuidando de dos oseznos.

Llegada a Cuba.
Llegada a Cuba.

El destino Cuba –un país del que mucho se habla y poco se sabe, dicen Caren y Cruz– no lo tenían comprendido. Era una intención que solo había dado vueltas en sus cabezas, hasta que por la cercanía de Yucatán se sintieron lo bastante tentados como para no ignorarla.
Después de otros meses de trabajo y ahorros, compraron los pasajes. Harían una visita del 15 de abril al 10 de mayo. Conocieron, entre varios sitios más, La Habana, Boca de Jaruco, Matanzas, Boca de Camarioca, Cárdenas, Santa Clara, Caibarién, Remedios, Cayo Las Brujas, Trinidad, Cienfuegos, La Plata, Herradura, Viñales y Sandino.

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Lo que están haciendo exige alimentarse medianamente, al menos. ¿Cómo se las han arreglado?
Buscamos opciones económicas siempre. Cocinar nosotros mismos o comer donde los lugareños nos muestren. En Cuba frecuentamos las cafeterías. Primero por las pizzas, abundantes y baratas. Y, si no, íbamos donde vendieran arroz moro, espagueti con queso, pan con lechón, croqueta, jamón o salchicha. Varias veces la comida en casa la compartimos con gente local. El menú usual era pollo, congrí y plátano frito.

Las frutas y las verduras no las conseguíamos igual de sencillo. Los cubanos nos explicaban que el huracán Irma había afectado las plantaciones, y que la escasez se debía a esto. Por tanto, si veíamos alguna fruta no vacilábamos en comprarla.
Sin embargo, el gran protagonismo lo tuvo el pan, aunque hubo panaderías estatales que no quisieron vendernos por ser extranjeros.
Nuestra dieta no es la más equilibrada. Comemos lo que se puede en el instante; en los días de ruta nos va bien con solo consumir hidratos de carbono, que no es lo ideal. De noche, cenamos sándwiches con jamón, pasta o arroz. Cuando nos detenemos en alguna ciudad a descansar o a conocerla por más tiempo, equilibramos un poco mejor la alimentación incorporando verduras, huevos, avena y lácteos.

Pedraplen. Foto: Viviendo el camino.
Pedraplen. Foto: Viviendo el camino.

¿Qué nociones mantenían sobre Cuba antes, y cuáles tienen después de visitarla?
Teníamos muchas dudas que nadie podía contestarnos de veras, porque nuestros conocidos han ido comúnmente por la vía turística all inclusive.
La lección inicial fue aprendernos el sistema de doble moneda que tan mal entiende el turismo. Por nuestra parte, no gastamos ni un peso convertible (CUC) en comida, lo pagamos todo con moneda nacional, a pesar de que los empleados de las casas de cambio monetario (CADECA) nos dijeran que no necesitábamos el peso cubano, en un intento por vendernos nada más que CUC.
Otro tema con el que entramos en contradicción, fue con la imagen que se intenta vender de la gente bailando y feliz por las calles. Eso parece, a nuestro juicio, muy lejos de la realidad (salvo en sectores turísticos donde más bien es parte del espectáculo). No queremos decir que los cubanos no sean felices, pero la postal alegre que imagina todo el que averigua sobre viajes a la Isla, no es la verdadera cara.
En cuanto a las insuficiencias, no pensamos que nos fuera tan arduo adquirir alimentos, no lo decimos solo por nosotros, sino por los mismos cubanos, quienes nos comentaban que iban hasta a diez mercados para comprar, al final, unos muslos de pollo; o nos contaban que hacían horas de fila cuando llegaba a los mostradores algún producto básico del que carecían.
Caren Peresón y Cruz Scardellato. Foto: Viviendo el camino.
Caren Peresón y Cruz Scardellato. Foto: Viviendo el camino.

Compartimos con muchos cubanos, de distintas edades y modos de vida y, en su mayoría, nos confirmaron lo que suponíamos: no estaban contentos; no sienten libertades y, a la vez, creen que no pueden hacer demasiado al respecto. Quieren algo diferente para sus vidas, mientras intentan conformarse con la que llevan. Y no esperan que esta se transforme a corto plazo.
Lo que sí nos sorprendió fue lo abierto de ellos a la hora de tender una mano, conversar o ayudar. Fueron muy cálidos y hospitalarios con nosotros, lo cual sustenta nuestro criterio de que la gente es la mejor cualidad de cada lugar.
No podemos decir más que cosas buenas de su pueblo. Hemos experimentado la solidaridad cubana en su máximo esplendor, salvo por ciertos puntos de concentración turística, donde al percatarse de que no éramos los clásicos extranjeros que pagaban por todo en CUC, nos trataron de manera bastante despectiva.
También aprendimos que, si se sabe buscar, no es un país tan caro como se cree desde fuera.
Foto: Viviendo el camino.
Foto: Viviendo el camino.

Ustedes recorrieron en bicicleta las calles, al igual que las grandes avenidas. ¿Sintieron algo distintivo?
Definitivamente sentimos la propaganda política. Aún más cerca de las zonas turísticas, donde se levantan los carteles gigantes, las vallas. Entre La Habana y Varadero en particular. Ya desde el camino al aeropuerto, había referencias al bloqueo comercial de Estados Unidos. Nos parecieron intimidantes en algunos casos. Uno de los mensajes que más nos impactó decía algo como “un solo Partido como principio irrenunciable”.
Por momentos, no nos creíamos libres de opinar, no apreciábamos en el ambiente esa comodidad para expresarnos.
Pero en las calles vimos respeto hacia los ciclistas en la ruta, que no es una actitud menospreciable: la inseguridad vial nos preocupa de continuo. En Cuba los conductores solían abrirse al aventajarnos o esperaban y bajaban la velocidad, particularmente en áreas de menor turismo, donde las carreteras no están nada buenas.
¿Se sintieron acosados por su condición de extranjeros?
En los lugares de aglomeración turística, sí, como Viñales y Trinidad. Allí no podíamos siquiera dar dos pasos sin que nos pararan ofreciéndonos desde casas de hospedaje hasta cualquier baratija a precios garrafales. O venían a pedirnos dinero. Es fastidioso sin dudas. Aunque sepamos que se trata de gente intentando ganarse la vida, molesta que te vean como un billete con piernas, cuando no a todos los que visitan Cuba les sobra dinero.
Trinidad. Foto: Viviendo el camino.
Trinidad. Foto: Viviendo el camino.

También tuvimos nuestros desencuentros con los vendedores ambulantes, porque nos querían cobrar a un CUC lo que valía regularmente un peso cubano (CUP). Con tal de evitar a los arteros, intentábamos mantenernos al tanto de los precios, preguntando y escuchando.

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Llegada la noche, Caren y Cruz acampaban, después de pedir permiso en terrenos privados. Nunca –afirman– les dieron un “no” como respuesta, a excepción de una vez, en Cayo Las Brujas, cuando los echaron en plena oscuridad de una playa porque el gerente de unas cabañas cercanas decía que, aunque la playa fuese pública, el acceso a ella no lo era, y que su tienda deslucía el entorno, por lo que debían marcharse o los iban a requerir las autoridades.

Viñales. Foto: Viviendo el camino.
Viñales. Foto: Viviendo el camino.

Fuera de ahí, toda petición de ambos fue complacida. Hay un gesto no olvidan: Es el del día en que una familia, aun viviendo en una casa hecha de chapas y bolsas, los dejó primero acampar en su terreno y, luego, les ofreció dormir adentro.
Aquella familia no iba a pedirles ni un centavo a cambio.

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