Noviembre se esfumó del almanaque, y con él otra temporada ciclónica estéril. Desde que el huracán Sandy cruzara el oriente cubano en 2012, en Cuba no se viven las tensiones traducidas en categorías de Saffir Simpson. Por suerte –se apresurarán a apuntar los más supersticiosos.
Le temo mucho a los ciclones. No sé si por el ruido que hacen al golpear las paredes y los árboles, que promete arrancarlos. O si es por las imágenes que luego veo en la televisión.
Y odio a la TV porque me muestra ciclones, y me recuerda que la temporada dura la mitad del año, como si eso fuera alguna ventaja. Y entonces me quedo sobresaltada la mitad de todos los años. Y vivo a medias.
Tengo mucho miedo desde que comienza junio hasta que acaba noviembre. Así ha sido desde que pasó aquel que se llamaba Lily y se cayeron tantos árboles que luego yo no podía ir a casa de mi tía hasta que los recogieron de las calles.
Lily se llama una prima mía. ¿Por qué le habrán puesto su nombre al ciclón, si ella no causa esos daños? Es verdad que una vez se escapó de la escuela para ir a jugar al parque, pero la pobre, no merecía que luego sus compañeros de aula hicieran bromas de su nombre a causa del huracán.
Dice el profesor que me enseñó de historia, mapas y dinastías, que él tiene tres miedos: a la electricidad, a los truenos, y a las ranas. En aquella clase yo nada más recordaba uno, un solo miedo que según los meteorólogos, tiene ojo, velocidad de traslación, y vientos sostenidos.
Pero si rememoro el año del ciclón Lily es porque la casa de mi infancia tenía el techo de tejas viejas. Tejas y vigas. Yo había visto por la televisión la devastación de años anteriores, pero nunca había estado entre vientos intensos. Mis abuelos sí, y como prueba me contaban del Flora.
Yo debí estar muy nerviosa cuando se fue la corriente y el viento gritaba afuera. Mi abuela se empeñó en preparar la carne que había, porque “si este temporal dura mucho, se nos echa a perder”.
En lo que estaba la comida agarré mi mochila, fui para el cuarto y me dispuse a “ayudar”. Hice un pequeño equipaje. Puse ropas de los tres habitantes de la casa, una sábana y una toalla. Todo, para si teníamos que salir corriendo bajo aquella ventolera.
Por suerte no necesitamos huir, sino hubiésemos tenido que dormir con una sola sábana, secarnos con una sola toalla, y hacer magia con la ropa, pues de ninguno dispuse un conjunto completo.
Y seguí guardando, y rellené el espacio con un jabón, un cepillo de dientes…
A la hora de comer mi abuela sirvió los primeros platos. Pero de la olla había desaparecido la carne. Se alarmó, “cómo, si no tenemos gatos”. La carne estaba en mi mochila. Si teníamos que correr debíamos llevar también comida, ¿no?
¿Estoy en la seccion de cuentos infantiles?. Muy bueno. se lo voy a leer a mi hija.
Jaja seguro la comida tpoco podía faltar
No entiendo este articulo, cual fue su objetivo ??? Pensé por el titulo que iba a ser más científico, que decepción !!!! Parece una composición de un niño de 6to grado, de esas que mandan hacer para la tarea jajaja
Es cierto que el artículo parece la tarea de una niña miedosa. Simplemente horrible ¿Por qué publican algo así? OnCuba es uno de los pocos sitios donde (de vez en cuando) se hace “buen periodismo”. Por favor limpien la portada de este tipo de despropósitos. Saludos, Jack
Si a Carlitos y a Gilberto les da por emigrar, y esto es lo que queda, mejor que cierren OnCuba. Esta chica es terrible
Dejen a la niña que se desarrolle que a lo mejor se pone buena, quiero decir que comienza a escribir con mas peso.
Mort de rire, avec l’histoire de la viande.
Hola, creo que el articulo es bueno, si se mira desde el punto de vista que cuando estas fuera de Cuba, extrañas hasta sus ciclones, creo que es el mensaje que quiso enviar esta chica, pues solo quiso acercar al cubano emigrante a sus recuerdos.
solo faltó algo, que comenzara con: Había una vez, una niña que le temía a los ciclones……..