Quizás resulte difícil encontrar un momento en la historia de la humanidad en el que, en tan breve tiempo, se haya generado un volumen tan inmenso de información (y desinformación) sobre un problema que afecta a toda la especie humana, como lo que ha sucedido con la pandemia por Covid-19. Tampoco la humanidad se ha enfrentado a un futuro cercano tan incierto.
Además de la emergencia sanitaria a nivel global, que ha causado cientos de miles de muertos y más de 2 millones de contagiados en el mundo, esta pandemia ha puesto sobre la mesa política la insostenibilidad del sistema capitalista a nivel mundial, el paradigma del crecimiento ilimitado y la cultura del consumo creciente.
En el Día de la Tierra. Coronavirus, ¿un hipo en la contaminación?
De pronto ha surgido incuestionablemente la realidad de que vivimos en un planeta limitado, con recursos cada vez más escasos y que en la biosfera toda existencia está interconectada. El propio carácter zoonótico de la Covid-19 nos habla de la trasmisión directa del virus a los humanos, muy probable por el contacto o consumo de especies silvestres e incluso por el corrimiento de las fronteras naturales y la pérdida de biodiversidad. El hecho de que esta se expanda planetariamente, también nos alerta sobre los profundos cambios ambientales causados por la acción humana y su cultura tecnoindustrial desarrollada sobre la base de energía fósil. Hay que pensar qué puede suceder cuando, producto del cambio climático, continúen los deshielos y del “permafrost” se liberen paleo virus congelados hace miles de años, en un lapso demasiado rápido para que las especies existentes y, en especial los humanos, nos adaptemos a ese cambio. Si a lo anterior le agregamos la insostenibilidad de los sistemas productivos y las cadenas de valor (pensar en la ganadería estabulada, las grandes extensiones de monocultivos, la aplicación a estos sistemas de agroquímicos, hormonas, antivirales y manipulación genética), tendremos un cuadro aproximado al mundo que emergerá luego de la pandemia
Esto será un reto no solo para la ciencia, que deberá replantearse una serie de paradigmas, sino también para la política mundial que ha tardado demasiado en tener acuerdos globales que frenen o minimicen estos procesos; de ahí que uno de los elementos que deben emerger de esta experiencia a nivel mundial es una relación más directa entre la ciencia y la toma de decisiones políticas a nivel de país.
Luego de esta pandemia, no habrá una “nueva normalidad”, tendrá que ser otro mundo el que se construya y esa construcción se hará entre todos, con mayor solidaridad y participación ciudadana consciente, o se ejercerá a través de mecanismos de poder cada vez más autoritarios, ya podemos ver en algunos gobiernos estas tendencias.
El mundo que hemos conocido se estructuró a partir de la obtención de energía fósil barata, lo cual permitió que en los últimos 200 años se desarrollara una cultura tecnoindustrial que propició el surgimiento de grandes concentraciones humanas en mega ciudades. Naciones Unidas ha pronosticado que la población urbana aumentará a 6.700 millones; o sea, el 68% de la humanidad para 2050. En esa década, de continuar el ritmo actual, existirán 43 megaciudades con más de 10 millones de habitantes cada una, realmente algo insostenible para el planeta. Las generaciones actuales y futuras estarán obligadas a repensar sus estilos de vida o estar dispuestas a vivir un mundo distópico, de aislamientos, en el que las relaciones deban ser intermediadas por la tecnología.
Los avances de la tecnociencia en los últimos 20 años nos plantean ya una nueva ética, en la que cada ser humano tenga conciencia de sus límites de todo tipo.
La ingeniería genética, con toda su potencialidad, implica la aplicación del “principio de precaución” para la introducción de cada avance tecnológico. Aún desconocemos muchos efectos de las nuevas tecnologías en nuestra salud y en el ambiente global, no obstante, seguimos utilizándolas con una frecuencia excesiva.
A menudo hemos visto durante los últimos meses en las redes sociales, afirmaciones sobre la “recuperación” en breve tiempo de espacios naturales y de actividad de fauna silvestre en zonas urbanas, delfines nadando plácidamente en los canales de Venecia, cabras visitando lugares históricos de Escocia, jabalíes hurgando en las basuras de Paris y Barcelona… Nos ha alegrado que nuestros hermanos de otras especies recuperen sus ancestrales espacios aun cuando fue nuestra presencia quien los expulsó; pero todo ello es una falacia. Los procesos de deterioro del ambiente a nivel planetario continúan, y su resiliencia, en caso de que se pueda comenzar a revertir, tardará años, pero hay que comenzar. Solo pensar en estas cifras: en el 2018, la quema de combustibles fósiles bombeó 37.1 mil millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Si a esto le sumamos las emisiones netas de carbono causadas por el desmonte de tierras (oxidación del suelo) y los incendios forestales más vigorosos, podemos ver por qué las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono alcanzaron un máximo histórico de 415 partes por millón a principios de 2019.
Los retos de Cuba
Cuba presenta un panorama diferente pero contradictorio. País pobre, bloqueado desde hace 60 años por la mayor potencia mundial y con una economía abierta en franco deterioro (se estima que su PIB tenga un decrecimiento entre el 4 y el 7 % en el 2020), con una abultada deuda, sin financiamientos externos, con un alto índice de iliquidez, con un “riesgo país” como nunca, quizás sea el punto más profundo de la crisis sistémica de su economía. Ello la sitúa realmente en una situación muy crítica, sobre todo por la enorme crisis de abastecimientos que amenaza con convertirse en una crisis alimentaria tan aguda como la de comienzos de la década de 1990. Desde el punto de vista económico solo queda la alternativa de destrabar los mecanismos y comenzar a aplicar aceleradamente los acuerdos contenidos en los “Lineamientos” discutidos masivamente hace ya 10 años y que inexplicablemente no acaban de aplicarse.
Creo que todos los cubanos podríamos coincidir en la urgencia de liberar trabas a la producción agrícola, la ineficiencia de este sector y los pésimos métodos de administración y gestión, contrastan con las estadísticas que demuestran que la mayor parte de la producción nacional de alimentos es generada por pequeños productores, entonces todavía el examen tiene las preguntas en blanco. Avanzar hacia una agricultura de bajos insumos energéticos, de manejos sustentables del suelo y los cultivos, de utilización racional del agua, o sea, una agricultura ecológica beneficiará a todos, ejemplos hay y muy exitosos.
Cuba tiene potencialidades que deberán tenerse en cuenta desde el punto de vista ambiental y que se han ido implementando paulatinamente. Su dependencia energética constituye un talón de Aquiles para su economía y se intenta, con una política intensiva muy acertada, disminuir la misma con un incremento acelerado de las energías limpias, el stock acuífero cubano es limitado, pero el país posee una política hídrica muy inteligente y bien estructurada.
El desenvolvimiento de la política sanitaria cubana con la pandemia ha resultado exitosa hasta el momento y no existe indicio de que no continúe así, la experiencia cubana en la detección y control de epidemias ha posibilitado establecer mecanismos de control local y atención primaria que no han sido posible implementar en otros países, solo recordar que médicos cubanos han participado en el control y tratamiento de epidemias tales como el Ébola en África y el cólera en Haití, además de las epidemias introducidas en Cuba por agresiones externas durante décadas (fiebre porcina, dengue, etc.). Es posible pensar, a diferencia de otros países, que la Isla saldrá de la pandemia en un lapso relativamente corto y con impactos mínimos en su población. Por esto, la mayor complejidad no será precisamente la epidemia, sino el abastecimiento alimentario y en esta dirección deberá aplicarse todo el esfuerzo de la nación, digo la nación, y no solo el estado. Por su parte el gobierno deberá abrir las compuertas a diversas “fuerzas productivas”, el esfuerzo es de todos.
El pasado día 2 de junio, en conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, la Directora General de la Agencia de Medio Ambiente del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba (CITMA) expresó en una intervención televisiva en Holguín un principio que tendrá que estar presente en los próximos diseños de política interna cubana, “la interconexión del mundo natural con la sociedad”, o lo que es igual que la relación ecosocial de todos los elementos que componen y determinan nuestro entorno. La relación de la ciencia y la política deberá reconocer que el territorio cubano es limitado y toda la relación que sobre él establezcamos, posee un carácter finito y tiene “una capacidad de carga” que no se puede rebasar. Es curiosa la celebración del 5 de junio este año, pues como siempre, resulta una fecha en la que se reconoce el trabajo ambiental desplegado durante doce meses por cada provincia y municipio, pero ahora, en 2020 tendrá que hacerse casi virtualmente debido a la epidemia.
Pensando en Pinar del Rio, provincia que en este año resultó la mejor en su trabajo ambiental (los parámetros establecidos para la evaluación abarcan todas las actividades en la provincia de los diferentes sectores que tiendan hacia la sustentabilidad ambiental), nos trae a la mente la necesidad de transferir los financiamientos dedicados a las ampliaciones turísticas hacia la reactivación y el desarrollo de la agricultura. El turismo es reconocido en el mundo como “la industria sin humo”, pero no deja de ser una industria, requiere de importaciones de insumos de todo tipo, además de constituir una actividad eminentemente extractiva. Cuba tiene hoy una capacidad por habitaciones que dista mucho de la demanda del mercado sobre la Isla, las estadísticas existentes no elevan más del 30% de ocupación lineal en los diversos polos del archipiélago. Si a esto unimos el carácter globalizado de la actividad turística (surge precisamente con el desarrollo del capitalismo en su última fase) y las interconexiones físicas que se establecen con los visitantes, incluso inmunológicamente, nos acercamos a un retrato de una actividad que resulta muy redituable pero que crea nexos de dependencia enormes de un mercado mundial especifico y muy frágil.
Según los planes de desarrollo de la actividad, Pinar del Rio en un futuro próximo, si se sigue aplicando la visión desarrollista en el sector turístico, tendrá un enorme megaproyecto llamado “Punta Colorada”, que costará miles de millones de dólares e impactará, sin lugar a duda, en los ecosistemas marino-costero del noroeste de la provincia y en las Reserva de la Biosfera de Guanahacabibes y Viñales.
La epidemia de Covid-19 en el mundo ha puesto en jaque al sistema capitalista neoliberal, el cual está por verse si resulta capaz de resistir este embate.
Para Cuba significa la necesidad y la urgencia de consolidar lo que bien existe y funciona y transformar lo ineficiente, porque para Cuba una vez más se abre la posibilidad de crear una alternativa ecosocialista con la participación ciudadana.