Además de la rapidez con que se expandió y el desconocimiento que los científicos tenían sobre sus características, la pandemia de la COVID-19 trajo dos consecuencias inesperadas. La primera, el surgimiento de un rechazo a las máscaras, algo que se transformó en un símbolo de pensamiento político. La segunda, dar marcha atrás a muchas medidas de protección y confinamiento.
Los gobiernos estatales, junto a instituciones federales, tuvieron que improvisar un plan para enfrentar una pandemia de proporciones casi bíblicas que, por lo menos al inicio, hace ya unos seis meses, fue recibido con atención por los ciudadanos estadounidenses. Aceptaron un periodo desconocido de confinamiento, el distanciamiento social, la separación de las familias, no asistir a entierros de parientes y amigos y tener que trabajar en casa. Todo ello trajo desplome del mercado laboral, millones de despidos, cierre de escuelas en pleno curso escolar, clausura de la mayoría de los comercios y anulación de la socialización.
Pero la vida siguió su curso hasta que con la muerte de un afroamericano el mes pasado a manos de cuatro policías blancos en la ciudad de Minneapolis, la paciencia pareció desaparecer y las opiniones políticas ingresaron en la crisis. Durante las últimas semanas, el rechazo a la máscara ha comenzado a ser una bandera política del sector conservador estadounidense. A eso contribuye el hecho de que algunos estados hayan relajado las medidas de protección, particularmente en estados como Florida, bajo un verano particularmente riguroso, y la necesidad de reabrir las playas para aplacar de alguna manera el desasosiego social.
“Tenemos una realidad: la gente está cansada de estar encerrada en su casa, teniendo que trabajar con los chicos encerrados y corriendo todo el día de un lado para otro. Es frustrante. Vieron un respiro cuando los municipios comenzaron a abrirse, empezaron a ir a la playa, una diversión todavía relativamente barata, y ahora les dicen de nuevo que no pueden volver a la playa. Muchos se plantean que las máscaras no resolvieron nada, cuando los aumentos de los casos se deben en gran medida a que la gente se ha olvidado de la distancia social, han hecho caso omiso a las máscaras y, peor todavía, se han rebelado porque culpan a los políticos de imponer el uso de la máscara”, explica el doctor Alvin Costello, del sistema médico Memorial.
Hay un detalle. Aunque el país se paralizó parcialmente, en un año de elecciones la política no se fue de vacaciones. El enfrentamiento entre republicanos y demócratas se ha agudizado. A la cabeza tenemos el intercambio de acusaciones entre el presidente Donald Trump y sus adversarios demócratas en el Capitolio y la evidente falta de liderazgo del mandatario, quien se niega a usar la máscara. Dice que no le queda bien y obliga a todos que lo rodean a hacer lo mismo. No importa que el doctor Anthony Fauci, el inmunólogo que integra la comisión presidencial de enfrentamiento al coronavirus y desde 1984 director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Contagiosas (NIAI, por sus siglas en inglés), diga constantemente que la máscara es primordial.
El rechazo de Trump a las máscaras es tan firme, que cuando el mes pasado volvió a la ronda de mítines de campaña en Tulsa, Oklahoma, ordenó no aplicar la distancia social ni exigir el uso de máscaras. Lo primero terminó no siendo necesario porque asistió tan poca gente que el distanciamiento se hizo efectivo; lo segundo tuvo como consecuencia que se detectaran seis nuevos casos de contaminación entre los asistentes y a todo su equipo de seguridad los mandaron a casa por dos semanas. Este viernes, Trump se desplazó al Monte Rushmore, en Dakota del Sur, a la celebración del 4 de julio. Sus instrucciones: no hacen falta máscaras ni distancia social.
“La postura del presidente en la crisis es la clave para entender el rechazo a las máscaras. No ha dado el ejemplo, no le importa si la gente las usa o no y ha desautorizado varias veces en público al doctor Fauci, que es un ferviente partidario de su uso”, agrega Costello. De hecho, el jueves la cadena Fox, que durante la pandemia se ha venido distanciado paulatinamente de Trump, reveló que el presidente lleva casi una semana sin ver a Fauci, quien, de hecho, no ha estado en las últimas ruedas de prensa de la Casa Blanca.
El uso de las máscaras nunca ha sido una política obligatoria impuesta por la Casa Blanca. Es apenas una recomendación que los gobernadores estatales han decretado siguiendo las instrucciones del Centro de Prevención y Control de Enfermedades (CDC, por las siglas en inglés). Esto ha llevado a que muchos estadounidenses casi siempre conservadores hayan comenzado a decir que “esto no es una dictadura, ningún gobierno me obliga a usar una máscara que no hace nada” o “si el presidente no lo hace, él sabe lo que hace, yo no lo voy hacer, ni mi familia. Eso es cosa de demócratas”, argumenta Kelly Suárez, una cubanoamericana en Miami, quizás sin darse cuenta de que el uso de la máscara ya es obligatorio dentro de comercios y negocios privados. Estos tienen el derecho de negar la prestación de servicios a un cliente que se presente sin ella.
En estos escenarios se han producido el mayor número de incidentes en Miami, algunos con trazas de racismo. A inicios de semana en un Publix de Kendall, al sur de Miami, una empleada contó a OnCuba que una cliente intentó ingresar al supermercado sin una máscara y fue reprendida porque en la puerta está bien explicado la necesidad de su uso. “Se puso furiosa, intentó agredir a una colega mía, decía que tenía el derecho constitucional de entrar, que nadie se lo podía impedir. Habló de demandar al supermercado, acusó a mi colega de no dejarla entrar porque ella era demócrata y siendo latina debía volver a su país, y ella nació acá en Miami”, dijo la fuente. “Eso pasa todos los días o un par de veces a la semana”, agregó. La empleada en cuestión no quiso hablar de su experiencia.
Estos incidentes tienen también una vertiente insólita. Son más reportados por la prensa en inglés que en la de español. Para esto puede haber una explicación, y se relaciona mayormente con el hecho de que los protagonistas, por la politización de sus reacciones, son más conservadores que la generalidad de los hispanos Por ejemplo, dada la polarización de la sociedad actual, muchos editores se abstienen de proyectar noticias que presenten una imagen negativa del presidente Trump en este año de elecciones, dicen a OnCuba varios colegas del giro. “Si en un incidente de esta naturaleza aparecen imágenes donde un individuo lo protagoniza y tiene una camiseta o una gorra de la campaña del presidente, puedes estar seguro de que mi jefe no las deja salir”, dice el camarógrafo de un canal hispano.
Es poco probable que Trump se aparezca con una Como se conoce, Trump ha expresado en reiteradas ocasiones su negativa a usar la máscara, pero el vicepresidente Mike Pence ya lo hizo después de darse cuenta de la necesidad y de una conversación con Fauci. Como presidente de la comisión de combate al COVID-19, tiene una noción más lúcida que su jefe de lo que es la pandemia. Pero los seguidores de Trump, no. Para ellos es un problema de inquina de los demócratas y una interferencia del gobierno en sus vidas.
Que los jóvenes tampoco cumplan mucho las instrucciones de confinamiento es otro aspecto. Se trata de una cuestión, quizás, de indisciplina, ¿quién sabe? Lo que parece que no tiene nada que ver es con las manifestaciones públicas por la muerte de George Floyd en Minneapolis. Por dos razones: la aplastante mayoría de los manifestantes usaban máscaras y, asegura el doctor Fauci, el proceso de contaminación tiene su velocidad superior a un encontronazo en una manifestación. En Florida, la mayoría de las victimas de la pandemia son personas mayores y no van a manifestaciones.
Ayer viernes The New York Times publicó un editorial titulado “En serio, use una máscara”, que comienza diciendo: “use una máscara. En serio, use una máscara. Realmente, todo tipo de máscara sirve . (Sea) la N95, quirúrgica, de spandex, hecha de algodón. (…) Ahora que la nación profundiza por segunda vez en el abismo de una brutal pandemia, los funcionarios se preocupan por (la posibilidad) de que pronto tengamos 100.000 casos nuevos todos los días. El verano no nos va a salvar”.