Un país pasado de peso

Foto: Claudio Pelaez Sordo

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Con el calor que casi nunca cesa, Jackelin se siente sudar el doble. Las 246 libras contenidas en un cuerpo de apenas 165 centímetros de altura casi le impiden el paso. No sabe cuándo empezó a comer obsesivamente. Su adicción por la comida la hacía asaltar a hurtadillas el refrigerador de madrugada.

El pasado 25 de diciembre, después del atracón de Nochebuena, tuvo una subida de la presión arterial muy fuerte que le sacó un buen susto. Desde entonces se empeñó en bajar de peso, y aunque lo va logrando, todavía cuenta como una de las cubanas y cubanos con barrigas, muslos y caderas desbordadas.

Casi la mitad de la población cubana carga libras de más. El registro más reciente habla de un 43 por ciento de población con sobrepeso u obesidad, como resultado de hábitos de vida sedentarios, elevado consumo de alimentos ricos en grasas, azúcar y sal y el bajo consumo nacional de frutas y verduras.

La percepción de que cuerpos rollizos son indicadores de prosperidad o salud está profundamente enraizada. “La gordura es hermosura y la flaquencia, indecencia”, dice un refrán muy al uso. Muchos padres y abuelos han conseguido, con malos hábitos alimenticios, que el diez por ciento de los niños cubanos clasifiquen como “obesos prematuros

El sobrepeso es además factor de alto riesgo para la aparición de enfermedades cerebro y cardiovasculares, que en Cuba son la segunda y tercera causas de muerte.

Foto: Claudio Pelaez Sordo
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“¡Total, de algo hay que morirse!”

Así dice Orestes, recostado en una silla de su cafetería particular. “Aquí hay mucho dinero invertido”, asegura socarronamente, mientras se soba la panza, pronunciada, tremenda, y sonríe divertido con su propio chiste. Es la personificación misma de la despreocupación.

“Ok, muérase, pero muérase tranquilo y no con todas las complicaciones que produce la obesidad”, responde a la distancia de varios kilómetros el doctor Alberto Quirantes, endocrinólogo en el hospital Salvador Allende (antiguo “La Covadonga”) cuando se le menciona la justificación de Orestes, que tan extendidamente se utiliza.

Quirantes es también profesor consultante y autor de un blog sobre Salud, pero su mérito mayor es llevar dos décadas al frente del único programa de semingreso –“hospital de día”– para el tratamiento de la obesidad existente en el país.

La más reciente “Encuesta Nacional de factores de riesgo y actividades preventivas de enfermedades no transmisibles” de 2011, elaborada por el Ministerio de Salud Pública, reveló que los cubanos consumían frutas y vegetales solo 3,2 días por semana, y menos de la mitad de los encuestados, 38,9 por ciento, dijo seguir la recomendación de ingerir cinco porciones de esos alimentos al menos una vez cada siete días. La (in)cultura nutricional no ayuda.

Golosinas letales

Foto: Claudio Pelaez Sordo
Foto: Claudio Pelaez Sordo

La explosión de cafeterías y puestos de comida rápida tras la reapertura al cuentapropismo, ha permitido que en casi cualquier esquina del país se consigan frituras, pizzas y dulces de brillos y olores irresistibles. Esa accesibilidad y la sostenida tendencia al alza del precio de los productos agropecuarios configuran un escenario en el que la mayoría de las personas prefieren comprar lo aparentemente más disponible por encima de lo saludable.

Documentos del Ministerio de Salud Pública como la propia Encuesta explican la percepción de la carestía: “(…) los precios elevados de las frutas, vegetales frescos y otros alimentos de alta calidad nutricional los hacen poco accesibles para los grupos poblacionales de ingresos más bajos. Por otra parte, la industria alimentaria y el comercio interior favorecen el comportamiento que tiende a segmentar la oferta y comercializar productos masivos de mayor contenido en grasas, azúcares y de baja calidad nutricional (…) Además, estos alimentos se caracterizan por su alto poder de saciedad, sabor agradable y bajo costo, lo que hace que estos alimentos sean socialmente aceptados y preferidos por un grupo importante de la población”.

“Yo invito a todos los que dicen que no pueden cambiar la dieta porque las frutas y vegetales están muy caros a que escriban en una lista lo que gastan durante toda una semana en comida chatarra, y luego lo multipliquen por las 54 semanas del año: ¡se van a horrorizar!”, afirma a contrapelo del criterio mayoritario el doctor Quirantes, famoso entre sus pacientes habaneros por la tesis de “no quitar comida, sino cambiarla”.

“A las personas les es más fácil repetir que reflexionar. ¿Cuánto vale un mazo de zanahoria? 10 pesos, ¿cuánto te dura? Una semana… ¿Cuánto cuesta una pizza? 10 pesos… ¿cuánto te dura?…”, y deja en el aire la pregunta, como quien sabe que tiene un argumento poderoso.

“Nuestra comida tradicional no es saludable (arroz, frijoles, carne…)”, insiste el endocrinólogo. “El problema es la costumbre: cambiar de comida es como si nos pidieran cambiar de equipo de pelota. Es traumático. Pero si te saben enseñar las ventajas del nuevo equipo, quizás te convenzan. No hemos sido capaces de modificar la enseñanza de hábitos de alimentación desde las escuelas, y tampoco a los adultos”.

Un hospital “pa´ las gorditas”

Foto: Claudio Pelaez Sordo
Parte del entrenamiento consiste en caminar. Foto: Claudio Pelaez Sordo

“Aquí entran bloques y salen monumentos”, lanza entre risas el doctor Quirantes delante del “aula” instalada en el gimnasio del pabellón de Endocrinología de La Covadonga, donde comparte con su hijo (Alberto Quirantes, junior) para atender a quienes llegan al hospital de día.

Con intención o no, el local de unos 30 metros cuadrados carece de ventilación, y le saca la gota gorda hasta a los periodistas que observan la clase donde Quirantes (jr). Hoy explica las implicaciones que tiene para la sexualidad y la salud en general el hecho de “perder la figura”.

“Llegué muy limitada para poder caminar, con problemas en las rodillas; muy mal de ánimo, desmotivada sexualmente”, recuerda Jackelin, vicedecana de una facultad preparatoria para estudiantes extranjeros en la localidad habanera de Cojímar, y una de las casi veinte pacientes ingresadas esta vez.

“Uno de mis problemas, supe con los doctores, era que no desayunaba”, admite la mujer. Como ella, según estudios, casi un tercio de la población adulta del país también “vuela el turno”, se salta la primera comida del día.

“La alimentación en los centros de trabajo es pésima. Yo trabajo con estudiantes africanos y al final terminamos enseñándolos a comer como nosotros. Desde septiembre esos niños no saben lo que es una fruta en el desayuno, porque a pesar de que los mercados están abarrotados de frutas, por la vía estatal es muy difícil conseguirlas”, revela la vicedecana.

Muy cerca de ella, Leriusky, especialista en una empresa del Turismo, confiesa que tampoco ingería nada al despertar: “Llegué a pesar 175 libras, y ahora estoy en 148; pero mi problema es que soy muy pequeña. No desayunaba, no comía vegetales…estaba fatal”.

Desde enero ambas ingresaron al tratamiento en La Covadonga, que incluye chequeo médico generalizado, conferencias teóricas y ejercicio físico con terapia localizada y largas caminatas. Una verdadera aventura a juzgar con el ánimo con el que lo asumen la veintena de “pacientes” ingresadas.

Ponerse “en talla”

Foto: Claudio Pelaez Sordo
Foto: Claudio Pelaez Sordo

Hay quien toma su condición física y su apetito inacabable con espíritu jocoso -“gordos contentos”, les dicen en la calle- y esos son los que montan hasta una carroza en los carnavales.

Pero cuando el calificativo de la obesidad es “mórbida”, la contentura no alcanza para dar marcha atrás a los kilos con ejercicio y dieta. Para esas personas existen procedimientos como la cirugía bariátrica, una amputación del estómago que se puede realizar en varios hospitales del país, pero que no todos los especialistas recomiendan.

Sobre ambos enfoques destapa sus dudas el doctor Quirantes: “La obesidad es una entidad enfermante, no un estado gracioso. La cirugía bariátrica provoca más daño que beneficio. Téngase en cuenta que luego de reducir a la quinta parte el estómago, debe practicarse una segunda cirugía para recortar los tramos de piel flácida sobrante y además el paciente debe mantener por el resto de su vida la misma dieta que yo recomiendo en mi consulta para bajar de peso sin traumas”; expone.

La combinación de alimentación saludable y ejercicio físico es, por tanto, su apuesta firme. También contagiarse con el espíritu de autocuidado que motiva a cientos de personas para correr en las mañanas o al atardecer o servirse de los gimnasios (privados y públicos) que aparecen cada cierto tiempo en casi todas las poblaciones del país.

Decidida por esa combinación y contagiada por el espíritu está Jackelin, la vicedecana de Cojímar, que adelgazó casi 40 libras tras cuatro meses de tratamiento. Se siente más ágil, menos cansada, aunque ahora sumó a sus hábitos el control de una prediabetes que la obesidad le ocasionó. Le faltan 60 libras para retornar a su peso, pero hoy se siente más cerca de lograrlo que cuando empezó.

Fotos: Claudio Pelaez Sordo
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Obesidad en Cuba _15
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