Cuba enfrenta hoy una nueva crisis energética. Lo expuso sin ambages el ex ministro de Economía y Planificación de la isla, Dr. C. José Luis Rodríguez: el país tiene en la actualidad la misma capacidad de generación que tenía en 1994. En términos de producción de electricidad hemos retrocedido en el tiempo casi 30 años.
Según el experto, nuestro país tiene “una capacidad instalada de 6.558 MW”, sin embargo, “la disponibilidad es solo de unos 2.500 MW, lo que equivale al 38% de esa capacidad”.
Esas cifras coinciden con las registradas en el país durante el llamado “Período Especial” de los 90, aunque las causas actuales no sean exactamente las mismas de entonces.
No se llega a la crisis en un día
Dos grandes crisis de generación energética se recuerdan en la nación antes de la actual: una se vivió en los 90 debido a la falta de combustible para generar electricidad; la otra, entre 2004 y 2006, fue causada por el colapso de las centrales termoeléctricas (CTE), que son la piedra angular de la generación base de la isla.
¿Cómo consiguió el país vadear estas crisis? En síntesis, se duplicó la producción doméstica de petróleo tras la desintegración de la Unión Soviética en 1991 —que era el principal proveedor entonces—; y se impulsó la “Revolución Energética” en 2004, con la instalación en todas las provincias de motores o grupos de generación distribuida de fuel y diésel.
Todavía hoy más del 95% de la matriz energética nacional se apoya en combustibles fósiles. Mientras, con los más de 70.000 grupos electrógenos importados desde 2004, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, se produce más del 40 % de la electricidad: 21,7% con motores a fuel oil y el 21,9 % con motores a diésel.
Solo la generación con fuel forma parte de la generación base del sistema junto a las CTE. La generación con diésel se emplea solo para cubrir los picos de máxima demanda o en caso de averías o mantenimientos, según ha explicado Liván Arronte Cruz, ex ministro de Energía y Minas.
Todavía son las CTE, que trabajan con crudo nacional, la columna vertebral de la generación doméstica, con el 40,6% de la capacidad.
Pero el crudo cubano que emplean, más barato, contiene entre 7 y 8% de azufre— cuando el porcentaje normal está en los niveles de 1.5 o 1.2—, y ya un 3% se considera un porcentaje altamente sulfuroso.
La agresividad del ácido sulfúrico y la alta corrosión que este provoca en el interior de las calderas de las CTE ha terminado siendo un factor de deterioro para el equipamiento.
Y, sumada a la sobreexplotación, la falta del mantenimiento de rigor en los plazos establecidos y la carencia de piezas y repuestos imprescindibles ha provocado la acumulación de averías hasta llegar al colapso de las unidades.
Con una edad promedio de 35 años de explotación —que es el tiempo máximo de vida útil de estos equipos—, las unidades de generación son altas consumidoras de combustible, sus mantenimientos son costosos y prolongados, y su funcionamiento está expuesto a riesgos por el incumplimiento de la disciplina tecnológica.
Desde la crisis de 2004, el propio Fidel Castro declaró la necesidad de la puesta en práctica de nuevas concepciones para el desarrollo de un sistema electroenergético nacional más eficiente y seguro. Fue cuando se inició la instalación de grupos electrógenos.
Se estimaba entonces que estos permitirían al país disponer de cuatro veces la capacidad energética necesaria y “paulatinamente” las termoeléctricas, con su consumo excesivo de combustible, serían sustituidas por las nuevas plantas.
Sin embargo, en el contexto cubano estos motores no pudieron convertirse en la solución definitiva y a largo plazo —si bien lo fueron de forma inmediata— a la obsolescencia tecnológica de las CTE.
Los grupos electrógenos, con tecnología más moderna y eficiente, dependen de combustibles fósiles importados, en un país con históricas dificultades de financiamiento y acceso a mercados internacionales. Mientras, el mantenimiento de los componentes de dichos equipamentos requiere del cumplimiento de cronogramas y de la inversión en piezas de repuesto y materiales necesarios, costosos además.
¿Y con qué otras fuentes de generación cuenta Cuba? Casi un 8% de la energía que se produce con el gas acompañante de la producción de petróleo; cerca de un 3%, en las unidades flotantes (patanas) que se han rentado; y casi un 5% lo aportan los autoproductores (industrias azucarera y niquelífera), aunque con una tendencia decreciente en el último lustro.
Fuentes renovables
Con las fuentes renovables (agua, sol y viento) las metas son grandes, pero los avances modestos: aportan solo un 5%; cifra aún lejana del plan para 2030, que pretende una generación mediante estas energías “limpias” de un 37%. Estas son la alternativa ideal, porque la dependencia de los combustibles fósiles es cada vez la opción menos óptima. No obstante, las probabilidades de cumplir lo planificado no resultan promisorias.
Un ejemplo lo ilustra: el Programa de energías limpias prevé, entre otras modalidades, la construcción de 17 bioeléctricas. Solo una se ha construido hasta hoy, la “Ciro Redondo”, ubicada en el central del mismo nombre en Ciego de Ávila.
Con una inversión de 140 millones, comenzó a erigirse en 2017 y en 2019 debía estar sincronizada de forma definitiva al Sistema Electroenergético Nacional (SEN), con un diseño potencial para la entrega de 60 MW/hora. Los resultados ni se acercan a lo previsto, pues, como apuntan datos de julio de 2022, dicha bioeléctrica había entregado un suministro de 20MW/hora en horarios pico nocturnos, con apenas una de sus dos calderas en funcionamiento.
En la práctica, más del 80% de la electricidad del país aún es generada por termoeléctricas, con más de tres décadas de explotación y motores generadores que funcionan con combustibles que no podemos producir.
La crisis es hoy y la solución ¿cuándo?
Así, la actual crisis conjuga dos causas fundamentales: el “déficit de combustible” y las “roturas y falta de mantenimiento acumulado debido a los problemas de financiamiento” en los equipos de generación.
El problema con la disponibilidad del combustible foráneo resultó inevitable con la caída del suministro de Venezuela en 2017, el principal proveedor desde el año 2000. Por las dificultades con la producción de hidrocarburos en ese país, en el primer semestre de 2022 Cuba recibió un promedio de 56.610 barriles diarios. En 2015, con el suministro de Venezuela intacto, nos llegaron cerca de 115.000.
A este déficit se ha sumado la subida de precios en el mercado mundial, registrada también en el primer semestre de 2022 —casi un 49%— y la vigencia de las sanciones económicas impuestas por la ex administración de Donald Trump a la isla.
Todo lo anterior, al asociarse con la caída de los ingresos de la economía cubana y la dificultad para acceder a créditos nuevos por el endeudamiento que presenta el país, ha impedido asegurar la operación de las plantas generadoras de electricidad.
El combustible que no puede importarse afecta el funcionamiento de las fuentes que dependen de él, en particular de los motores de generación distribuida; y ello sobrecarga a las CTE, que por no poder hacer las paradas y salidas del sistema requeridas para acometer los mantenimientos terminan en averías.
Como resultado, en mayo de 2022, 18 de los 20 bloques de la generación térmica estaban fuera de ciclo de mantenimientos parciales, y 16 fuera de ciclos de mantenimientos capitales. Algunos de estos con más de dos ciclos de retraso en los capitales, según reconoció Edier Guzmán Pacheco, director de generación térmica de la Unión Eléctrica de Cuba.
En cifras, las afectaciones al servicio eléctrico nacional —que comenzaron en junio de 2021— debido a la baja disponibilidad de las capacidades de generación, en agosto de 2022 superaron en ocasiones los 1100 MW; en noviembre, los 1600 MW. La magnitud del impacto se calcula contra una demanda en horario pico que ronda los 3000 MW.
Estimaciones del Dr. C. José Luis Rodríguez sitúan la reducción en la generación eléctrica del país en 16.4% entre 2016 y 2021. Una caída semejante no se registraba desde la década de los 90.
¿Qué alternativas se han tomado? Según el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, se “está haciendo con un país amigo una negociación para disponer de tres, quizá cuatro, nuevos bloques de generación; pero no es una inversión de la cual podamos disponer de inmediato”.
Aunque no se conocen otros detalles, se sabe que una unidad generadora nueva es costosa y requiere tiempo —entre cuatro y cinco años de inversión y alrededor de dos millones de dólares por megawatt (MW) de potencia—, que el Estado cubano hoy no puede asumir.
El propio mandatario ha agregado que “existen otras negociaciones que van en buen camino con relación a las fuentes renovables de energía. Pero todo eso lleva tiempo”.
De momento, ha llegado la buena noticia de que Argelia nos ofrece “una central eléctrica fotovoltaica así como restablecer el abastecimiento de hidrocarburos para que Cuba pueda reactivar las centrales y combatir los cortes de luz actuales”, en palabras del presidente de ese país, Abdelmadjid Tebboune.
Por su parte, la más reciente Cartera de Oportunidades de Inversión para 2022 enfoca las inversiones en el sector en las energías renovables, las que también requieren grandes presupuestos para obtener resultados apreciables en caso de que existan inversores interesados.
Como paliativo, se ha recurrido a la generación de plantas flotantes turcas, que operan en la isla desde 2019. Ya suman siete, con una disponibilidad de 400 MW de potencia, y han sido instaladas en las bahías de Mariel, La Habana y Santiago de Cuba. Se han tornado una salida perentoria.
Pero, solo eso. Rentables a largo plazo no son, pues Cuba debe aportar el combustible (importado), pagar la electricidad que generan, y la propiedad del buque que las opera es siempre del dueño extranjero.
Para fines de este año se ha proyectado una recuperación de unos 900 MW de la potencia no disponible. Pero habrá que esperar al cierre de este 2022 para ver si se cumplen los pronósticos.
De momento, no existe salida definitiva a corto plazo. Solo respuestas contingentes ante la falta de una solución estable y duradera a los problemas de generación de electricidad que han afectado a la isla durante décadas.
Esto no empezó hoy. Desde el primer momento era obvio que los grupos electrógenos eran un parche y usar chapapote para generar electricidad es otro parche. Lo que dejaron los fundadores fue un puré de papa hirviendo.