Luego de dos años de pandemia, en los que la mascarilla o nasobuco se convirtió en el común denominador de las calles cubanas, este martes el paisaje de la Isla mostraba un cambio sustancial. Rostros al descubierto podían verse nuevamente en los pueblos y ciudades de Cuba, aunque algunos había ya —sobre todo de turistas—, a pesar de las indicaciones que justo hasta este 30 de mayo imponían el uso de la prenda facial como obligatorio.
Ante la visible mejoría epidemiológica del país, que exhibe una sostenida disminución de los contagios en los últimos meses hasta caer por debajo de los 50 casos al día, y la elevada cobertura de la vacunación anticovid —que ronda el 90 % de toda la población y supera el 95 % de la que se considera vacunable, según datos oficiales—, las autoridades cubanas dieron un giro de timón a la estrategia y a los protocolos sanitarios en busca, también, de aliviar la carga financiera que el enfrentamiento a la COVID-19 ha significado para la maltrecha economía cubana, según reconoció el propio ministro de Salud Pública.
El propósito de estas modificaciones, aseguró este lunes el Dr. José Ángel Portal en el programa televisivo Mesa Redonda, “es lograr una mayor oportunidad y efectividad en el tratamiento con el consiguiente ahorro de recursos, para no hacer un uso indiscriminado de estudios asociados al virus, en medio de la difícil situación económica por la que hoy transita el país, con limitaciones financieras y de recursos que impactan también a los servicios de salud”. No obstante, el titular precisó que en este nuevo escenario se conservaría como “prioridad” mantener “un seguimiento adecuado” a la evolución de la pandemia y “trabajar con los grupos vulnerables ante la enfermedad”.
Fue precisamente en este espacio, transmitido también por la radio y reseñado por otros medios de prensa estatales, que Portal informó oficialmente sobre la eliminación del uso obligatorio de la mascarilla, con algunas excepciones y recomendaciones, a partir del día siguiente, como parte de un paquete de medidas que, dijo, se evaluaría periódicamente por el gobierno “de forma tal que permita hacer los ajustes necesarios”, y cuya permanencia en el tiempo “dependerá en primer lugar del comportamiento de la situación epidemiológica en el país y de lo capaces que seamos todos de ser responsables con nuestra salud y la del resto de las personas que nos rodean”.
#Cuba elimina el uso obligatorio del nasobuco en la mayoría de los escenarios y actividades.
La autorresponsabilidad y el autocuidado son claves para proteger la salud individual y de quienes nos rodean.
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— José Angel Portal Miranda (@japortalmiranda) May 31, 2022
De esta manera, Cuba sigue los pasos de otras naciones que ya han flexibilizado sus protocolos frente a la COVID-19 y han eliminado todas o la mayor parte de las restricciones vigentes desde la irrupción de la pandemia, aunque, a diferencia de muchas de ellas, que realizaron el cambio de manera gradual —eliminando, por ejemplo, la obligatoriedad de la mascarilla primero en exteriores y luego en interiores—, el gobierno de la Isla apostó por un desmontaje significativo y expedito que, literalmente de un día para el otro, dejó sin efecto prácticas y medidas que formaron parte de la cotidianidad del país durante largos meses.
Quizá por ello, no pocos suspicaces han visto en este anuncio gubernamental, más allá de su proclamado respaldo en el actual contexto sanitario, una vía para aliviar tensiones sociales, en momentos en que las carencias arrecian, la inflación parece no tener fin y los cortes eléctricos son un azote cada día para muchos cubanos. Y quizá por ello numerosas personas, aun cuando las autoridades habían dado el día antes la luz verde a desprenderse de los molestos nasobucos, optaron por seguir usándolos este martes, incluso en las calles y otros lugares abiertos, y no solo en aquellos “determinados escenarios” —como los ómnibus, las aglomeraciones y “otros espacios donde no sea posible mantener un adecuado distanciamiento físico”— en los que Portal recomendó apelar a la “responsabilidad individual” durante su intervención en la Mesa Redonda.
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“Tanto tiempo esperando que quitaran el nasobuco, y ahora que lo quitan sigo con él puesto”, me dice Yadira protegida por la mascarilla, mientras espera en la parada por la guagua que la acerque a su centro de trabajo. Como ella, muchos con los que me encuentro en un recorrido por La Habana en la mañana de este martes usan ese aditamento, ya sea casero o industrial, en sus rostros, o, como ya era usual ver antes de que dejara de ser obligatorio, lo llevan cubriendo solo su boca o por debajo de la barbilla, de manera que puedan subirlo o bajarlo, según entiendan. Otros, más confiados, cargan con él en una mano, o en un bolsillo, aunque no pueden liberarse aún de su cercanía, y algunos “valientes”, sobre todo jóvenes, o personas en autos, bicicletas y motos, se mueven despreocupadamente sin rastros de la mascarilla.
“Será por la costumbre”, aventura una respuesta Yadira, quien reconoce que se siente “rara” sin el nasobuco en la calle. “Hoy mismo salí con él en la cartera, pero sentí que me faltaba algo, y enseguida me lo puse. Y parece que no soy yo sola, porque mucha gente con la que me he cruzado lo trae puesto. Mira aquí mismo en la parada”, me comenta y tiene razón. Allí, en una parada de la céntrica avenida Carlos III, son más lo que llevan puesta la pieza que quienes se han acogido al cambio recién anunciado.
“Yo, al menos en las guaguas y en las colas pienso seguir usándolo”, acota Adrián, quien me asegura que, aunque la situación epidemiológica haya mejorado, “uno no puede confiarse” porque, dice, “el coronavirus no se ha acabado” y “el propio ministro dijo por lo claro que ahora se van a hacer menos pruebas y que cada quien es responsable de protegerse y proteger a los demás”. Por eso, me cuenta, le insistió a su hijo en que siga usando la mascarilla en la escuela, como él mismo y su mujer piensan hacer en sus respectivos trabajos, y también en los lugares donde haya muchas personas, “que eso en Cuba es casi en cualquier lado”, reflexiona con picardía.
Luisa, a quien, como a tantos, las modificaciones en los protocolos sanitarios no le cambian en esencia sus rutinas y actividades cotidianas, es otra que no tiene en planes desprenderse del también llamado barbijo. Para esta jubilada “ahora es que hay que cuidarse mejor” porque “a partir de hoy mucha gente va andar más al garete” y “cualquiera podría contagiarte y no solo de COVID, que a mi edad hay que cuidarse de todo”. Con sus propios nietos, me dice, ha sido “una lucha tremenda” para que usaran correctamente el nasobuco y “ahora quién les dice que se lo pongan”. Además, me apunta que, aun cuando se sienta más protegida por haberse puesto ya la segunda dosis de refuerzo, “cualquier precaución es poca” y más si, como es su caso, se pasa parte del día “haciendo colas y mandados” porque “las cosas no están nada fáciles”.
Rodolfo, también jubilado, sí muestra su rostro este martes, aunque lleva la mascarilla a la altura del cuello. “Como un babero”, bromea. Así, me explica, “es más rápido” si opta por usarlo en algún sitio en que lo considere necesario. “Ahora mismo lo traía puesto para marcar en la cola del pan, y ahora voy a asomarme a la farmacia y cuando esté llegando me lo subo”, afirma.
Desde su punto de vista, “está bien” que el gobierno haya eliminado su obligatoriedad, porque la pandemia “casi se acabó” en Cuba y otros países, incluso con una situación menos favorable que la de la Isla, ya habían tomado esa medida. Sin embargo, sí le parece “un poco brusco” que la medida se tomara como se hizo —“un día hay que usar el nasobuco dondequiera y ya al otro no hace falta”, detalla— y considera que el paso pudo darse antes y de manera más gradual “para ver cómo iba funcionando la cosa y la gente se fuera acostumbrando”. “Ahora —estima— alguna gente supongo que lo seguirá usando un tiempo, a ver qué tal, y si todo sigue bien entonces lo dejará por completo. Yo, de momento, voy a seguir así como estoy”.
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Luis Carlos y su novia Camila caminaban tranquilos sin mascarillas este martes por la capital cubana. “Ya era hora”, afirma el joven, quien opina que no debió esperarse tanto tiempo para el cambio de protocolos recién anunciado. “Total —sostiene—, hace rato que los turistas andan por la calle como les da la gana y la policía no les dice ni pío. Y los extranjeros también transmiten el coronavirus, ¿o son de otro planeta?” En su opinión, precisamente la necesidad de reactivar la actividad turística fue uno de los factores que llevó a las autoridades a flexibilizar el uso del nasobuco, “no fuera a ser que tanta gente con la cara tapada ahuyentara a los turistas”, se ríe. Eso, y “que en medio mundo ya lo quitaron, y acá seguíamos atrás, como en tantas cosas”.
Camila, por su parte, ve también en la medida un mecanismo para “aflojar la presión”, porque “mucha gente ya estaba cansada del nasobuco” y “con tantos problemas que hay, creo que el gobierno ya no estaba para tener ese también arriba”. No obstante, la muchacha apoya que quienes presentan síntomas respiratorios y también las personas vulnerables, como los ancianos y los niños, sí lo usen fuera de su casa como medida de protección. Incluso, cree que los que trabajan en espacios cerrados y están en contacto con muchas personas, en sitios como hospitales, tiendas y bancos, también debieran seguir usando las mascarillas “por su propio bien”, pero ya en la calle, sostiene, “no hace falta”. “La verdad, estoy contentísima con que lo hayan quitado”, asegura.
“Ahora lo que voy a tener que afeitarme más seguido”, me dice Rubén, quien también respalda la flexibilización del uso del nasobuco. Según me cuenta, “al principio no sabía ni cómo respirar con esa cosa en la cara”, pero, añade, “como al final tenía que ponérmelo igual, tuve que ir cogiéndole la vuelta y ya casi ni me afeitaba, si nadie en la calle se iba a dar cuenta”. Sin embargo, más allá de este cambio en su rutina personal de los últimos dos años, el hombre no duda en confirmar su satisfacción. “Era una incomodidad para todo: para comer, para hablar, muchas veces ni se entendía lo que te estaban diciendo —sostiene—, y hasta para pasar un buen rato con tus amigos o con tu pareja tenías que estar en el quita y pon. Eso no creo que lo vaya a extrañar”.
Angélica, por su parte, tampoco esconde su sonrisa ahora que no tiene que usar el nasobuco. Confiesa que, ciertamente, siente una lógica extrañeza al caminar por la calle sin esa prenda y también por ver a personas sin usarla, después de meses y meses en los que ese panorama era totalmente impensado y hasta ilegal. Pero, más allá de las posibles implicaciones generales de la decisión tomada por el gobierno, prefiere centrarse en las ganancias más íntimas, personales.
“Hoy me levanté más animada, me maquillé y me pinté los labios casi como si fuera para una fiesta. Puede que parezca un poco superficial, pero no sé, es que me hacía mucha ilusión”, me dice. “¿Y sabe qué?, ya hasta me dijeron un piropo y me tuve que reír, a mí que no me gusta eso de que me estén diciendo cosas por la calle. Me dijo un muchacho: ‘qué bonita te ves sin nasobuco’, y, aunque quizá hasta lo tenía ensayado, a mí me pareció original”, agrega. Y vuelve a sonreír.