A solo ocho días de su proclamación como nuevo presidente de Venezuela, Nicolás Maduro Moro ha viajado a La Habana el pasado 27 de abril para encargarse, personalmente, de ratificar el rumbo de las relaciones bilaterales que desde 2004 fijaron, mediante el Convenio Integral de Cooperación, los entonces presidentes Fidel Castro y Hugo Chávez Frías.
En su segunda salida al exterior en calidad de Presidente –antes solo había viajado a Perú para reunión de la Unasur–, Maduro fue recibido como sucesor político de Chávez. Una visita que evocó en varios momentos el recuerdo del desaparecido líder bolivariano, y que permite disipar dudas acerca de la continuidad de las relaciones entre los dos países.
Un equipo integrado por muy altos cargos del gobierno de Caracas y de La Habana, trabajó intensamente durante apenas dos días en la firma de 51 nuevos proyectos de colaboración mutua –obviamente ya delineados–, fundamentales en las áreas de salud, educación, cultura y deporte.
Al cierre de la XIII Comisión Intergubernamental entre los dos países, Maduro confirmó que se trata de una “alianza histórica que trasciende los tiempos”, mientras su anfitrión, el presidente Raúl Castro, explicó que los acuerdos firmados honraban las líneas trazadas por el Plan de la Patria 2013-2019 del Gobierno Bolivariano, legado por el desaparecido Chávez. Igualmente mencionó como marco político de estos acuerdos los Lineamientos de la Política Económica y Social en Cuba y el Plan de la economía con proyección hasta 2020.
Nada de cortos plazos o improvisaciones. Cuba podrá seguir contando con el aporte de una relación comercial donde destaca la compra de petróleo con fórmulas cómodas de pago, mientras Venezuela seguirá recibiendo a cambio servicios profesionales que darán más vigor a las políticas sociales y de redistribución de la renta petrolera en el país sudamericano. Todo ello desde un tipo de cooperación que se declara basada en los principios de la complementariedad y la sustentabilidad.
El largo proceso de la enfermedad de Hugo Chávez, y su final deceso el pasado 5 de marzo dieron oxígeno a elucubraciones agoreras y apuestas por el fin de un régimen de holgura en la relación entre ambos gobiernos aliados. Muchos pronosticaban, sobre todo para Cuba, una debacle similar a la vivida a principio de los ‘90s si llegado el caso se retraían los intercambios comerciales con el primer socio de la Isla, que llegaron en 2011 a sobrepasar la cifra de 8000 millones de dólares.
Las señales que algunos leyeron, y difundieron intensamente, indicaban un futuro fatal para Cuba. Otros analistas, sin embargo, incluso desde Estados Unidos, advirtieron con cautela que aún en el más difícil escenario –hoy desmentido por la realidad–, el país nunca se vería nuevamente como en los albores del llamado Período Especial.
Richard E. Feinberg, profesor de economía en la Universidad de California, San Diego, declaró meses atrás a la prensa que “alguna gente dice que el fin de Chávez sería el fin del comunismo en Cuba, porque el régimen se va a desplomar y la gente se va a alzar”, pero “eso es probablemente otra ilusión de la comunidad exiliada anti-Castro”.
Murió Chávez, pero no se cumplieron esas predicciones. No pudieron avanzar los deseos de sectores de derecha que apostaban por el triunfo en las pasadas elecciones del 14 de abril, del gobernador Capriles Radonski, quien se proponía desmontar, piedra a piedra, la política económica y exterior de Venezuela erigida en los últimos catorce años.
Incluso el reconocido economista cubano-americano Carmelo Mesa-Lago, crítico del gobierno de la Isla, pronosticaba que “la crisis económica en Cuba sería muy fuerte pero algo menor a la crisis de los años 90 por varias razones: un ingreso de $2.800 millones por el turismo extranjero que era exiguo en 1990; remesas externas cuyo monto no es cierto pero se estima entre $2.000 y $3.000 [millones], las cuales eran muchísimo menores en 1990; 350.000 cubano-americanos que visitan la Isla cada año y gastan recursos cuantiosos; Cuba también produce más petróleo que en 1990 pero aún depende en 62 % de la importación; por último hay ahora una mayor diversificación con socios comerciales que en 1990 (42 % con Venezuela versus 65 % con la URSS).”
Cuba mantiene su tensa situación económica, mientras aplica reformas que si bien parecen lentas, no se han detenido y se muestran sistémicas, orgánicas. El año 2013, ahora con la reafirmación de esta alianza con Venezuela, probablemente deparará nuevas decisiones tendientes a estimular la Inversión Extranjera Directa. Muchos analistas consideran que este es un factor vital para revertir, cuanto antes, la descapitalización y estimular ciclos positivos de crecimiento.
Con Venezuela están definidos proyectos que transferirán progresivamente a Cuba soberanía energética y diversificación de las fuentes de generación, dotando al país de mayores oportunidades para aliviar, aún en condiciones de permanencia del bloqueo norteamericano, la dependencia de las importaciones petroleras. Una alianza que facilita el trigo pero también enseña cómo hacerlo crecer.