Linda Elena aún no puede parar de llorar. Lleva días sin dormir, primero por la ansiedad de una búsqueda que intuía decisiva. Después, por la emoción desbordada del reencuentro con una de las personas más importantes de su vida, su hermana María.
Nacida en Moscú en 1984, Elena (o Linda, para su familia) es una de los tantos niños ruso- cubanos conocidos como Polovinkas (mitad), hijos de una época de fuertes lazos entre Cuba y la URSS.
“Mi papá, el cubano Manuel Alonso Toledo, viajó a Moscú a estudiar una especialidad militar y allí conoció a mi madre rusa, Elena Guenadievna Sobotariova. Ya ella tenía a mi hermana María, de 4 años, y al poco tiempo de la boda nazco yo”, cuenta ahora desde la ciudad de Cárdenas, en la provincia cubana de Matanzas, donde vive.
Para María, Elena siempre será su ‘Lily traviesa’, la pequeña que escondía su mochila escolar o se ponía a cantar a voz de cuello el himno nacional desde el balcón, para que los transeúntes se pararan en atención a escucharla y no sentirse sola hasta que regresara de la escuela la hermana mayor.
En el reparto Tulipán de Cienfuegos, muchos las conocían por “las rusitas”. Muy parecidas, con el pelo largo rubio y los ojos claros, y siempre juntas.
Por eso tal vez a Elena le costó tanto asimilar que su hermana se marchara un buen día de 1992 a pasar una temporada con la abuela en Moscú, cuando en la isla arreciaba el período especial.
“Recuerdo que pasábamos trabajo y hasta hambre. Fui yo misma quien le sugerí a mi mamá que me mandara con la abuela un tiempo”, cuenta María.
Lo que no sabían entonces las niñas, es que un fatal accidente poco después les arrebataría a su madre y cambiaría para siempre sus vidas.
“Fue muy duro, perder a mi mamá y estar lejos de mi hermana, que era la persona con la que más compenetración tenía”, rememora Linda.
En los primeros años lograron mantener el contacto, a pesar del creciente distancimiento entre los dos países y las dificultades en la comunicación. “Cerca de nosotros en Moscú vivía Romanenko, el cosmonauta, su esposa fue maestra de María, y en el año 1993 ellos vinieron a Cuba y me trajeron cartas y regalos de mi hermana y abuela”, recuerda la menor de las hermanas.
En Moscú, para María fueron años duros también. “Mi abuela era una pensionada y con el derrumbe del socialismo, nos vimos con muy pocos recursos, tuve que estudiar muy duro para lograr una beca, porque abuela no podía costearme estudios superiores.”
En 2002, ya con 23 años, María visita a su hermana en la isla y le dice que va casarse. Esa fue la última vez que se vieron.
“En esa ocasión hicimos muchos planes para estar juntas en el futuro, fue muy difícil separarnos de nuevo”, afirma Linda.
En los más de 17 años de silencio, Elena intentó saber de su hermana por todas las vías a su alcance.
“Intenté contactarla muchas veces a través de amigas de nuestra madre, pero no lo conseguí”, asegura la hermana menor. Hasta que, con la ampliación de los servicios de internet en la isla, se renuevan las posibilidades y las esperanzas.
Con el apoyo de la mejor amiga de la infancia cubana de María, Yare Capey, crean una página de Facebook que pronto se viraliza. Algunos medios empiezan a replicar la historia y algunos cubanos en Rusia se interesan e intentan dar con el paradero en Moscú de la hermana mayor. Tras unas primeras investigaciones infructuosas, comprenden que la clave está en el apellido: al casarse, María cambió su apellido por el de su esposo, como es costumbre en Rusia.
Una vieja dirección de correo les da nuevas pistas y finalmente logran dar con ella. “Cuando vi su foto no lo podía creer, ¡era ella, estaba viva y bien! Fue una felicidad total, más aún cuando me respondió y me dijo que estaba muy contenta porque yo la encontrara”.
Muchos motivos influyeron en la larga pausa, desde la dificultad en las comunicaciones, las complicaciones familiares, hasta las responsabilidades laborales de la nueva familia de María. “Ella estuvo muy afectada mucho tiempo con la muerte de nuestra abuela, que por dos años tuvo que batallar con un cáncer. María tuvo que enfrentarse a todo eso sola, sin apoyo de nadie; además se dedicó a su hija, trabaja y continuó estudiando, domina tres idiomas. Siempre fue muy aplicada, yo era la ‘maldita’, y ella la estudiosa. Ella es mi orgullo”, cuenta su hermana.
Ahora, a las dos hermanas solo les importa pasar página y recuperarse una a la otra. “A mi hija le he hablado siempre mucho de mi hermanita, todo el tiempo pregunta por ella y le encanta que le cuente las historias de sus travesuras”, dice María, que actualmente es profesora y está haciendo un doctorado.
“¡Soy tía! Eso me tiene feliz, pero, qué duro… cuantas cosas me perdí de su vida y ella de la mía”, reflexiona Elena.
“Me llenó el alma encontrarla y saber que tengo una sobrina. Este regalo del cielo por el día de las madres lo atesoraré de por vida.
Pienso que mi madre y abuela fallecidas también ayudaron a unirnos”, concluye.
Miguel Alonso Toledo, militar cubano y padre, no jugó ningún papel en en esta historia. Me parece que se lavó las manos y le importó 3 pepinos la separación de las hermanas.
Felicidades para las dos.
Gracias natasha un honor tu interes y colaboracion incondicional, los buenos sentimientos y el amor ganaron.mi emocion con cada palabra es indescriptible.