Antonio Romero: “En Cuba los dogmas se imponen a la racionalidad económica”

El profesor titular de la Universidad de La Habana coincide con sus colegas en que la salida a la crisis cubana requiere de una transformación estructural.

El profesor titular de la Universidad de La Habana, Antonio Romero, conversa sobre el programa de estabilización macroeconómica en Cuba. Foto: Osvaldo Pupo/OnCuba

En los últimos meses la palabra macroeconomía ha salido de boca de los cubanos como nunca antes, siguiendo el anuncio, a finales de 2023, de un programa gubernamental para enderezar la golpeada economía de la isla. Los planes se mantienen casi en secreto y solo trascienden notas de reuniones oficiales y los discursos en el parlamento.

Sin embargo, algunos economistas cubanos miran con recelo el nuevo intento de rescatar las finanzas cubanas, las cuales cayeron en número rojos el año pasado, con un decrecimiento del 1,9 % del PIB, parte de una estela de poco o nulo crecimiento económico.

El mencionado es, al menos, el cuarto programa de Gobierno desde que 2019 busca salir de la crisis o impulsar el desarrollo productivo. Los anteriores, incluida la fallida Tarea Ordenamiento en 2021, no han obtenido los resultados esperados. Según algunos expertos, se debe a la aplicación parcial de las medidas de reforma o la ejecución de una serie de acciones sin el orden establecido desde la academia, entre otras causas objetivas.

El profesor titular de la Universidad de La Habana y Doctor en Ciencias Económicas Antonio Romero, se une al reclamo de varios colegas de que Cuba necesita una transformación estructural de la economía que, según opina, tuvo una expresión real con los Lineamientos de la Política Económica y Social, aprobados en 2011 por el Partido Comunista de Cuba.

Sin embargo, el académico del Centro de Investigación de Economía Internacional y exdecano de la Facultad de Economía considera que no ha existido voluntad ni consenso político para la implementación de ese documento programático.

Los problemas del modelo cubano permanecen más de una década después y son los denominados desequilibrios macroeconómicos que impiden el desarrollo del país. En entrevista con OnCuba, Romero valora el impacto de estas condiciones y evalúa la efectividad de las proyecciones del Gobierno para enfrentarlas.

¿Qué es la macroeconomía y por qué es importante para entender la crisis cubana?

Existen tres niveles para realizar un análisis económico: el macroeconómico, el mesoeconómico y el microeconómico. El primero es el más general; hace referencia a los principales equilibrios que tienen que darse en una economía nacional y que son fundamentales para que las transacciones, el crecimiento, el impulso de los agentes económicos y lo relacionado con la producción, distribución, cambio y consumo, transcurra de manera adecuada.

La mesoeconomía estudia las ramas y sectores de la economía. Y la microeconomía se refiere a mercados específicos, agentes económicos específicos; empresas, productos.

Desde hace mucho, varios economistas hemos dicho que Cuba ha acumulado importantes desequilibrios macroeconómicos y, por eso, se necesita diseñar e implementar un coherente, sistémico, integral programa de estabilización macroeconómica, que elimine paulatinamente esos grandes problemas. Si no sucede así, es muy difícil lograr crecimiento y desarrollo económico.

En diciembre el primer ministro anunció la ejecución de un sistema de medidas, que han sido entendidas como un programa de estabilización macroeconómica. ¿Cuál es su valoración sobre esto?

Tengo mis opiniones críticas respecto al programa de estabilización macroeconómica.

Se ha avanzado muy poco en la reducción del déficit fiscal de 18,5 % del PIB, que es un componente esencial.

Cuando se habla de la necesidad del equilibrio fiscal se hace énfasis en el incremento de los ingresos impositivos. En una situación de estanflación, que es la que está viviendo Cuba, con un estancamiento económico de larga data, lograr reducir el déficit descansando sobremanera en los ingresos es prácticamente imposible.

Aquí la actividad económica está muy deprimida, ¿de qué forma se pueden generar lo suficiente como para que el nivel de impuestos cobrados por el Estado aumente a tono con el nivel de déficit fiscal?

Un componente esencial del programa de estabilización tiene que ser la reducción del gasto del sector público. Sé que es muy difícil, sobre todo en un país como el nuestro, por la naturaleza de nuestro modelo. Por supuesto que en Cuba no se puede pretender avanzar en términos de ajuste macroeconómico sobre la base de reducir los gastos en educación, salud, asistencia y seguridad social.

Hay que ir a las otras cuentas del presupuesto. Hay dos que tienen que ver con la administración central del Estado, el aparato burocrático. En todos los países tiene que haber instituciones de regulación, pero Cuba tiene la necesidad de reducir gastos por esa vía; además, hay un exceso de instituciones de regulación.

Por otro lado, una parte importante de los gastos del presupuesto van como transferencias a empresas estatales que arrojan pérdidas.

Además, la estabilización macroeconómica tiene que llevar aparejadas modificaciones en términos de política monetaria y cambiaria. Es muy poco probable estabilizar la economía con la disparidad de tipos de cambio que existen hoy.

Igualmente, debe realizarse un paulatino proceso de desdolarización de la economía. El primer ministro insiste en que hay que acentuar la dolarización para después desdolarizar el país, lo cual, para mí es un contrasentido.

En la misma medida que sigue el estancamiento económico, el peso cubano pierde poder de compra y, por tanto, la respuesta natural de los agentes, incluidos los consumidores, es refugiarse en otra moneda que sea más segura. La dolarización de la economía, en cualquier país, implica una pérdida de soberanía económica.

El profesor explica que un error es que el presupuesto financie empresas estatales con pérdidas. Foto: Osvaldo Pupo.

Otro tema asociado es que en los últimos años el déficit fiscal es financiado con monetización, lo que significa que el Banco Central está en un proceso continuo de emisión inorgánica de dinero para cerrar la brecha que tiene el Estado, con mucho gasto y no suficientes ingresos.

Por último, se requiere la transformación radical de la planificación central como mecanismo por excelencia de regulación de nuestra economía. Eso lo digo ahora, pero ya lo dijo el PCC en 2011.

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¿Estos y otros desequilibrios qué efectos tienen en la vida de la gente, más allá de la macroeconomía?

Uno de los elementos fundamentales que explica la altísima inflación, el altísimo nivel de precios y el deterioro de los ingresos reales de la población es el enorme déficit fiscal que se está financiando con emisión de dinero. Este entra en circulación en condiciones en las que la oferta está por abajo y la demanda muy arriba.

Cuba tiene, además, un desequilibrio muy grande en comercio exterior. Tenemos muy poca capacidad de exportación de bienes y una necesidad imperiosa de importar para garantizar las condiciones mínimas de reproducción económica y social en el país. Ante la escasez permanente de divisas, lo que se hace es asignar de manera administrativa y el Estado determina qué es lo prioritario. Por eso casi nunca hay divisas para nada y se ve el deterioro en infraestructura, incluso, en determinados servicios sociales.

Por otra parte, no ha habido transformación en la estructura exportadora de mercancía. Se sigue exportando productos de muy bajo valor añadido, a pesar de la inversión en el desarrollo de una fuerza de trabajo calificada. En cambio, importamos de todo, pero de manera muy especial, con un alto nivel de concentración, en alimentos y combustible.

Esto tiene que ver con un gran problema en la estructura productiva del país. Hay una descapitalización del aparato productivo, incluida la agricultura, pero también la manufactura. Eso trae aparejado que haya muy poca capacidad de sustituir importaciones.

La participación de nuevos actores económicos supone un cambio en la relación de las fuerzas productivas, con impacto en la economía. ¿Qué opinión le merece la apertura al sector privado?

Lo más importante que se ha hecho en los últimos años, en términos de política económica en el país, fue el decreto ley que le dio personalidad jurídica a las micro, pequeñas y medianas empresas privadas.

Fue un paso muy importante, revolucionario, un paso en la dirección adecuada; no ajeno a prejuicios, pues rompía muchísimos esquemas. Todavía en el ADN ideológico de la mayor parte del establishment cubano, lo no estatal es antisistema. Los problemas de la economía cubana no se resuelven hasta que no acabemos de extirpar esa idea.

¿Qué es lo que estamos viendo ahora, lamentablemente? Sobre todo, a partir de la intervención del primer ministro en la última sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular, es que se intenta, por todos los medios, frenar el avance que ha tenido el sector no estatal, que fue inusitado. En dos años y medio nada más empezó a cambiar el panorama empresarial cubano, con todas las críticas que se le pueda hacer.

Sin duda, lo cambió, con muchos problemas, que no estaban asociados per se al propio sector que empezó a emerger, sino con política económica y con inconsistencias del Gobierno; por ejemplo, la ausencia de un mercado cambiario al cual concurrir para obtener las divisas o de un mercado de insumos nacionales.

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Sin embargo, se dan lecturas de los hechos a medio camino. Cuando se hablaba de las nuevas restricciones, la eliminación de ciertos beneficios que tenía el sector, se informó que se eliminaba el beneficio fiscal del primer año porque los precios no habían bajado. Es que no se entiende cómo funcionan los precios de una economía y tampoco se comprende que los precios no funcionan de manera aislada.

Puedes tener ese beneficio fiscal, que es común en muchos países, pero si existe un nivel de depreciación de la moneda nacional y, por tanto, para adquirir dólares para importar los insumos se multiplica dos o tres veces el costo de importación, es imposible que se reduzcan los precios.

Ahora con esta vuelta de tuerca, supuestamente tratando de disciplinar al sector no estatal, lo que se va a tener son más efectos negativos que los positivos que se buscan.

No hay ninguna experiencia internacional, ni en Cuba nunca la ha habido, de que, con mecanismos administrativos, con topes, con controles de margen de ganancias, se reduzcan los precios. En cambio, se va a generar mayor desabastecimiento, escasez y finalmente se estimula el mercado negro.

¿Estas medidas son favorables a la estabilización macroeconómica?

Lo que veo es que hay una incomprensión total de cuáles deben ser la dimensión, la profundidad y el sentido de la estabilización macroeconómica y, por supuesto, de transformación estructural hay muy poco. Estamos en un momento descolocado. No puede entenderse que la prioridad sea reducir y tratar de controlar los niveles de inflación y, en vez de ir a las causas, se termine haciendo supuestamente lo más fácil, que es topar los precios, topar los márgenes de utilidades. Eso no va a resolver nada.

Con las mipymes, con el sector privado nacional va a pasar lo mismo que pasó con la inversión extranjera. Al principio era un mal necesario. No gustaba, pero tuvo que aceptarse porque se acabó el socialismo real y la inversión extranjera garantizaba tecnología, capital y mercado. Después cambió la concepción y se dijo que era complementaria a la inversión nacional. Y ahora se dice que es esencial.

Las mipymes empezaron como un mal necesario. Cogieron auge y ahora se quiere parar. Van a terminar siendo complementarias y finalmente van a ser esenciales para avanzar en Cuba.

Las mipymes van a ser esenciales para avanzar en Cuba, a pesar de la reticencia. Foto: Osvaldo Pupo.

También es esencial tener un sector estatal competitivo, eficiente, pero no puede ser el de ahora. Un sector estatal que sea estatal en propiedad, pero que esté abierto a las concesiones para ser gestionado por el privado. Eso es legítimo.

No creo que los hacedores de política económica de Cuba sean obtusos ni nada de eso. Evidentemente hay un nivel muy importante de prejuicio o, lo que es lo mismo, que los dogmas de carácter político ideológico están impidiendo el avance en términos de la transformación económica que requiere el país.

¿Qué pasa si los dogmas prevalecen por encima de la racionalidad económica?

Los dogmas se están imponiendo, pero no son eternos. Yo creo que, lamentablemente, nos hacen perder tiempo. Eso puede ser un peligro. El agravamiento de la situación económica, más allá de los niveles en que estamos, puede generar conflictos sociales que no habíamos visto.

Puede generar —que eso sí es muy preocupante, aunque es un goteo diario— una aceleración de la fuga masiva de capital joven del país.

La fuerza de trabajo es el recurso económico por excelencia, es el más importante. Entonces, puede haber una aceleración acentuada del flujo migratorio, que ya está teniendo impactos, impactos que no solamente son económicos, son impactos sociales en la vida de la familia cubana, muy trascendentes.

Todo esto hay que analizarlo en un contexto internacional incierto, con un posible regreso de Trump a la presidencia estadounidense. Ojalá que no, pero nadie lo puede descartar. Sería un entorno de relaciones con Estados Unidos muy negativo.

Pero creo que nosotros sobreviviremos, somos muy resilientes.

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