El llega-y-pon de los cerditos

Foto: Ronald Suárez Rivas

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En lo que la economía del país encuentra su rumbo y el salario consigue por fin cubrir las necesidades de quienes trabajan, los cubanos han tenido que apelar a todo tipo de iniciativas para subsistir.

Una de las más extendidas ha sido durante años la cría de cerdos.

En muchos lugares han proliferado los llamados “corrales colectivos”: grandes áreas cercanas a las ciudades y poblados, habilitadas para que las personas tengan donde atender sus animales.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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Cuentan que a finales de los años 80, cerca de los repartos de edificios multifamiliares que se crearon en esa época, ya existían algunos.

Surgieron con el objetivo de que los vecinos que llegaban del campo y toda la vida habían mantenido el hábito de criar, pudieran continuar haciéndolo sin comprometer la higiene comunal y dejaran de ubicar sus cerdos en bañaderas y balcones.

Por entonces era simplemente un hobby de guajiros aferrados a sus costumbres, pero en la década siguiente, en medio de las penurias y escaseces que sobrevinieron con la caída del campo socialista, mucha gente de ciudad se vio forzada a imitarlos.

Así ha sido durante más de 20 años. “Es que la cosa está dura”, explica Pedro Placencia, dueño de uno de esos sitios, en las afueras del reparto Hermanos Cruz de la ciudad de Pinar del Río.

En este pedazo de tierra de alrededor de una hectárea, que según él le pertenece, Pedro le ha permitido a más de 130 personas que construyan corrales para criar cerdos. Por cada animal que colocan, les cobra luego 20 pesos mensuales, y exige además que aprovechen al máximo el espacio.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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Donde caben tres puercos no puede haber uno solo, y de ser así, reclama que se pague también por los que faltan.

A cambio, les garantiza a sus clientes una vigilancia de 24 horas, por un grupo de custodios que chequean que todo esté en orden, desde una caseta sobre pilotes ubicada a varios metros de altura.

Gracias a su negocio, Pedro asegura que muchas personas encuentran la oportunidad de aliviar su situación económica, o para decirlo con sus palabras, de “escapar” honradamente.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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“Unos lo hacen buscando hacer dinero para adquirir cosas que necesitan, y otros porque no tienen para pagar la carne de puerco en el mercado”, dice.

“Esa mujer que usted ve ahí, por ejemplo, se llama Julia Camacho. Hace poco vendió dos animales para comprarse una lavadora en la shopping, y ahora puso a engordar dos más, para comprarle ropa a los nietos”.

Es el premio de meses enteros de sacrificio. “Para hacer esto, todos los días tenemos que levantarnos a las cinco de la mañana, a preparar el sancocho y a traerlo. De lo contrario no podríamos llegar a tiempo al trabajo. Y luego, después de las cinco, hay que volver otra vez, a darles más comida”, explican Lexander Delgado y Yoan Carlos Torres.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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El primero es chofer de una empresa estatal y el segundo es especialista en la dirección provincial de planificación física. Pero dentro de los corrales, con los zapatos embarrados de estiércol, los rangos se borran.

Como en la iglesia, aquí confluyen profesionales y obreros, intelectuales y amas de casa, jubilados y directivos, comprobando en carne propia, en medio de la fetidez y de las moscas, la sentencia bíblica de que polvo somos, y al polvo volveremos.

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