El negocio del calzado made in Camajuaní

Foto: Saúl Cárdenas

Foto: Saúl Cárdenas

Por la carretera que conduce desde Santa Clara hacia la cayería norte de Villa Clara, unos muros de concreto anuncian al viajero su paso por Camajuaní, tierra de valles y parrandas. El municipio, ubicado a unos 25 km de la capital provincial, despuntó desde mucho antes de su fundación -en 1879- por sus grandes extensiones agrícolas, pero ya la zona no vive fundamentalmente de la agricultura.

Desde hace un par de décadas, la fabricación artesanal de calzado es el oficio preferido entre los locales. Cierta tradición aquí desarrollada ha convertido a Camajuaní en un punto de referencia nacional, con producciones capaces de competir, en calidad y volumen, con las de provincias enteras.

Foto: Saúl Cárdenas
Foto: Saúl Cárdenas

Idalberto Medina Rosa es de Taguayabón, un poblado rural perteneciente a Camajuaní. Se formó como técnico medio en Agronomía, pero su adolescencia estuvo más vinculada a la fabricación de zapatos, que a la tierra.

“Fue a inicios de la crisis de los noventa. Comencé haciendo pequeños trabajos con un primo, dueño de un tallercito. Era una labor fácil, consumía mucho tiempo pero se pagaba bien”, recuerda.

La variante de trabajador contratado por el Estado fue al principio la más usada por artesanos de Remedios, Placetas y Camajuaní. Luego, la apertura del trabajo por cuenta propia les permitió cierta autonomía, y para finales de la década del 90 muchos de los zapateros crearon negocios propios, afiliados al Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC).

“El Fondo apareció como la entidad facilitadora de los materiales y de los contratos de comercialización. Es tu garantía para mantener el taller, porque como ciudadano independiente, no puedes importar materias primas desde el extranjero, ni comprarlas directamente a una unidad estatal”, explica Luis Enrique Fernández López, jefe del Grupo Jonas.

“La institución te garantiza un nivel reducido de recursos, te posibilita comprar insumos en el exterior cuando participas en ferias de otros países, o con las tenerías cubanas, y contratar tus producciones con empresas estatales. Pero cada cual gestiona sus importaciones y ventas, además de costear todos los gastos y pagarle un impuesto al Fondo por una mediación que es formal”, agrega.

Luis Enrique Fernández López, artesano jefe del grupo Jonas, enseña una de sus obras. Foto: Saúl Cárdenas
Luis Enrique Fernández López, artesano jefe del grupo Jonas, enseña una de sus obras. Foto: Saúl Cárdenas

En Camajuaní, la afiliación al FCBC permitió la expansión del calzado artesanal en un tiempo relativamente corto. A finales de la década del 90 y principios de los años 2000 crecieron los grupos de zapateros con uno, dos y hasta cuatro jefes artesanos por cada asociación, y entre cinco y 20 trabajadores contratados.

En la actualidad, existen en el municipio cinco grandes talleres de zapateros y cerca de veinte talleres rústicos. Según los datos de la dirección provincial de Trabajo y Seguridad Social en Villa Clara, Camajuaní es el tercer municipio con más cuentapropistas registrados: 4239. El 30 por ciento de ellos laboran como trabajadores contratados en los grupos artesanos.

Estos son los datos legales, porque los dueños suelen emplear extraoficialmente a otras personas para cubrir jornadas enteras durante los picos productivos, o para burlar al fisco. Por ejemplo, Carlos Alberto Morera, un joven periodista, trabajó durante un año como obrero para uno de los talleres de la zona. “Trabajaba desde mi casa, con mi tío, las mañanas o las tardes, y me pagaban 50 pesos. Cobraba mejor que en la emisora de radio donde me ubicaron al graduarme y nunca saqué licencia”.

Ingenieros industriales, contadores, maestros, diseñadores, abogados, son algunos de los profesionales que laboran en los talleres de Camajuaní, junto a trabajadores no profesionales. Unos tienen más de una década de experiencia en el oficio, y fueron formados por los propios jefes artesanos; otros apenas se inician, y prefieren rotar por talleres y puestos, para desarrollar varias habilidades y, quién sabe si en el futuro aventurarse a formar su propio taller.

Trabajan a tiempo completo o por horas, con o sin contratos legales, en las distintas actividades implicadas en la confección del calzado: diseño, corte, costura, montaje, lijadura, pintura y publicidad. Además de incursionar en la manufactura de bolsos y medios de trabajo como delantales, guantes, polainas.

Los diseños de calzados y bolsos suelen imitar modelos comercializados en las tiendas cubanas del comercio minorista, de marcas como Picadilly, Beira Rio, Nike, Gucci, y otros importados desde Ecuador, Panamá, México, sin excluir ideas propias.

Foto: Saúl Cárdenas
Foto: Saúl Cárdenas

“En mi taller -explica Idalberto Medina-, los trabajadores cobran por la cantidad de zapatos que hacen en el día y en dependencia del grado de dificultad de su actividad. Un cortador, por ejemplo, recibe 3 pesos CUP por la pieza cortada, mientras el montador recibe 8, pues su tarea es más compleja”.

Aunque en la mayoría de las mini-fábricas todo el proceso productivo se gesta al interior y en serie, también se han creado encadenamientos entre los distintos grupos. Así, algunos pequeños artesanos se especializan en la elaboración de suelas, que luego venden a otros grupos creadores del calzado.

El de Domingo Pérez Rojas, por ejemplo, resulta todo un emporio comparado con los demás talleres de la provincia. Este artesano de Camajuaní logró importar, a través del Fondo de Bienes Culturales (FBC), una de las dos maquinarias procesadoras de pieles que existen en el sector no estatal villaclareño. Suministra pieles de alta calidad a sus homólogos, pero también las utiliza en su propia producción.

Entre la tenería, el taller de zapatos, el almacén y el merendero habilitado para sus trabajadores, Domingo llegó a emplear unos 500 obreros, con custodios incluidos y en doble turno, de acuerdo con informaciones de la oficina empleadora de la dirección municipal de Trabajo y Seguridad Social.

Las mercancías confeccionadas por estos artesanos se comercializan en la actualidad hacia dos destinos principales: los establecimientos de la filial villaclareña del FBC y con empresas estatales de toda Cuba. También se les permite crear sus propias tiendas para vender zapatos, pero la aprobación a la solicitud suele demorar, cuenta Luis Enrique. Entonces, muchos optan por la venta informal en sus propias casas, o a través de cuentapropistas de distintos municipios.

El calzado goza de aceptación entre los pobladores. A diario, pero sobre todo los fines de semana, resulta notable la afluencia de público a la cabecera municipal, proveniente de territorios vecinos y hasta de otras provincias, en busca de zapatos. “La calidad es mejor, son bonitos y más baratos que los que encuentras en las tiendas recaudadoras de divisa”, opina la espirituana Marbelys Acuña Soler.

Foto: Saúl Cárdenas
Foto: Saúl Cárdenas.

En Camajuaní, la producción del calzado artesanal compite hoy con sectores tradicionales del desarrollo comunitario, como la fabricación de embutidos y bebidas; y ha desplazado a otros como la industria azucarera y la ganadería. Su expansión ha contribuido a potenciar en los planes educativos del territorio la formación de obreros calificados en zapatería y talabartería, y grupos artesanos como Jonas funcionan como escuela-taller para esos estudiantes.

Según consta en los registros de la vicepresidencia económica del Consejo de la Administración Municipal, los artesanos ingresaron 77 millones de pesos al presupuesto local en 2014, colecta similar a la de todos los cuentapropistas de municipios como Cifuentes y Corralillo. La cifra podría disminuir al cerrar los pagos de tributos correspondientes al 2015, pues una investigación fiscal interrumpió las producciones en varios talleres del territorio, por presuntos delitos de evasión de impuestos, cohecho, importaciones indebidas y otras violaciones.

“Saltarse la ley es lo más común para mantenerse dentro del negocio”, cuenta Sandor González Abreu, obrero de uno de los mayores grupos artesanos de Camajuaní. “Uno siempre procura actuar en los marcos establecidos, pero el papeleo demora demasiado, e intencionalmente. Te retienen un contenedor en el puerto por una semana, a causa de una ‘inspección de rutina’; o el funcionario de la casa matriz que debe avalar tu importación se demora en hacerlo porque ‘tiene mucho trabajo’. Eso puede atrasar la producción de todo un mes. Si te atrasas, incumples el contrato; si incumples, no negocian más contigo y se van con otro. Por eso, algunos hacen un regalito y resuelven el problema”.

La competencia establecida entre los productores también los ha conducido a elevar la calidad de sus mercancías y a introducirse con éxito en plazas de fuerte tradición artesanal, como La Habana, Sancti Spíritus y Holguín.

Algunos manejan la idea de constituirse en cooperativas no agropecuarias, a tono con los marcos organizativos aprobados para el sector no estatal cubano, para propiciar su expansión. Sin embargo, el proceso demora. Mientras, continúan cubriendo mercados tan distantes como los de Santiago de Cuba y Granma, y fomentando la manufactura del calzado como una actividad que, aunque importada en su inicio, ya tiene su sello distintivo en Camajuaní.

 

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