Cuando a inicios de la década de 1990 se despenalizó el dólar y el gobierno cubano encontró en el turismo su tabla de salvación, pocos podían imaginar que surgiría toda una industria informal al calor de las visitas de extranjeros.
Los impactos más notables se aprecian en ciudades como La Habana, Varadero y Matanzas, aunque todas las provincias cubanas tienen en mayor o menor medida un trasiego turístico que genera ganancias a la economía nacional y también a los bolsillos particulares. No son pocos los que han sabido “adaptarse” y sacarle provecho al parvo andar de esos visitantes de indumentaria sencilla y lente curioso.
Santa Clara, por ejemplo, no es un polo turístico por excelencia. Aquí los hostales y restaurantes particulares asumen el protagonismo ante las exiguas opciones estatales, y generan fuentes de empleo paralelas a partir de sus propias limitaciones.
Emilia desde hace 3 años está al frente de un hostal en el centro de esta ciudad, y depende como mínimo de otras cuatro personas. Son los que se encargan de hacerle las compras de alimentos y provisiones, además de satisfacerles «los caprichos» a los propios huéspedes. Caprichos que según nos revela pueden ir desde tabacos ‘por la izquierda’, otras cosas para fumar, y por supuesto, «diversión».
«Los vecinos de al lado custodian los carros de noche, o de lo contrario amanecen con los neumáticos ponchados —me explica Emilia con evidente ironía, y añade: «Otro amigo se encarga de lavarlos para que amanezcan limpios en la mañana, y todo eso va como cortesía de la casa».
Antes de llegar al hostal hay una larga cadena de dependencias interesantes de conocer. Si buscas adentrarte en ese intríngulis y no tienes el turístico privilegio de ser un extranjero, para indagar puedes ubicarte en el papel del inexperto que recibirá amistades de otro país. Entonces conocerás de transportistas, lavacarros, mercaderes, anticuarios, juglares y mucho más.
En el recorrido primero puedes ir hasta el portal de la tienda Galerías Parque, o a la terraza del Teatro La Caridad en pleno centro citadino, y conversar con los boteros o buqenques que te ofrecen un taxi a tiempo completo, y que lo mismo te llevan a La Habana o Baracoa, en dependencia de cuánto se les pague. Pero si preguntas sobre la mejor de las opciones de hospedaje escucha a quien te sugiera que converses con Maritza.
Maritza es la señora que siempre vaga por las inmediaciones de CADECA. Tiene unos sesenta años y siempre está a la caza del turista de turno: «Los ayudo, ¿ves? Porque como no son de aquí no saben dónde queda nada, ni cuáles son los mejores lugares para alojarse o comer. Y mira, estos que venden dólares, son unos maleantes que están locos por estafarlos», nos explica con cierto nerviosismo y evidente ojeriza ante aquel grupo de hombres de pregón sordo reiterado (“dólares, dólares, cambio chavito…”).
El porte de nuestra entrevistada es bastante humilde, a pesar de que asegura ganar como mínimo diez CUC al día por las comisiones que recibe cuando lleva turistas a alojarse o comer. En algunas ocasiones ha tenido la suerte de que los extranjeros la inviten a cenar pero en esos casos ha pedido la comida en una cajita, pues a los dueños del negocio les disgusta que lo haga. «No es parte del contrato», explica.
«¿Cómo te las arreglas con el idioma?», le pregunto yo. «Normal, no es tan difícil, le hago gestos y lo demás es a base de gul mornin, mai fren!»
Cada vez son más los visitantes que buscan adentrarse en las peculiaridades socioculturales del archipiélago y entender por sí mismos —si es que se puede— este insólito lance de socialismo tropical. Muchos prefieren chocar con la realidad, gestionarse sus cosas y hasta comer en los mismos sitios que los cubanos. En la calle Cuba, a pocos metros de la esquina donde trabaja Maritza, nos encontramos en una cola de pizzas con Pierre. Este “amigo” es un canadiense natural de Québec que no le teme al calor, anda en short y chancletas, baila con la primera que lo invite y conversa con cualquiera. También conmigo.
«¿No te molesta eso?», le pregunto señalando a la esquina de CADECA donde dejamos a Maritza y a sus laboriosos rivales del asedio. “No, no es nada comparable con lo que sucede en El Cobre, en Santiago de Cuba, o en Trinidad”, me responde. «Es realmente incómoda la situación allí, hasta te halan de la ropa», abunda. Pero aclara raudo, haciendo malabares con la pizza humeante, que no me preocupe, que en otros países hay mucha más mendicidad.
Sin embargo, una buena parte de los que asedian turistas en Cuba no son mendigos, como cree Pierre. Sorayda, por ejemplo, viaja cada día desde el poblado de San Juan, a poco más de 20 kilómetros de Santa Clara, y en la terminal de ómnibus se cambia de ropa. Como el gremio de mendigos de la ciudad de Londres, en La Novela de los dos centavos de Bertolt Brecht, ella ha hecho de esta práctica su trabajo y tiene no solo su disfraz, sino hasta zonas de operación y una redomada pose de menesterosa.
Aunque sí los hay más desposeídos, como Roberto, quien perdió su pierna izquierda y no es de los lavacarros que trabaja asociado a ningún hostal o negocio. Él espera a que llegue un auto y se ofrece al conductor. No es el único que realiza ese trabajo, y las cuadras se reparten para evitar problemas entre «colegas». No obstante, tiene suerte. Sabe que a veces lo aceptan por pena o lástima pero no le importa, su trabajo es honrado y le da de comer.
En el portal del Hotel Santa Clara Libre nos topamos con Muñeco, suerte de juglar muy querido por el pueblo, y quien nos asegura que él no es un «jinetero musical», que él le canta a cualquiera, lo mismo a nacionales que a turistas cumbancheros como Pierre. «No pido nada, aunque si me dan algo lo agradezco con otra canción», concluye.
Otras «modalidades artísticas», claramente enfocadas al turismo, afloran también en las cercanías del Monumento a la Acción Contra El Tren Blindado o en la Plaza Ernesto Guevara. La figura del hombre que siempre criticó el culto a la personalidad, y que hoy es vendida por la empresa estatal ARTEX impresa en estandartes, platos y hasta tazas de café, tampoco escapa a las hábiles manos de los artesanos que complacen a turistas de izquierda, tan comunes en Santa Clara, La ciudad del Che.
Otros ni pintan ni comen fruta, como Juanito. Él se dedica a buscar libros, folletos, billetes de tres pesos, mucho mejor si son firmados por el Che, cuando fungió como presidente del Banco Nacional de Cuba. Es una suerte de anticuario, que viaja por otros pueblos colectando lo que luego oferta a los turistas.
«Yo no los atosigo, lo hago de la manera más natural. A veces he tenido mis mejores ventas sentado aquí, en un banco del parque y luego de conversar un rato de política, de economía, o de pelota. A ellos les gusta eso. Luego sacas algo y se lo propones, como quien no quiere las cosas», me confía.
Juanito tampoco siente que su trabajo es deshonroso, como sí considera el de Julieta, quien trabaja de noche y vive cerca de su casa. Pero la dama, que durante nuestra visita no luce los maquillajes de la noche, nos niega de tajo la entrevista. Parece tener suficiente pericia como para saber qué “Romeos” le convienen y cuáles solo buscan molestar.
Cada vez son más los que esperan el arribo de una guagua de TRANSTUR y van al acecho del primer extranjero que se topan para ofrecerles sus servicios. Los choferes y guías parecen no molestarse con ese tipo de gestiones, e incluso en ocasiones forman parte del propio juego.
Algunos de esos extranjeros que hacen un tour guiado por la ciudad cuando necesitan un servicio sanitario son conducidos a un establecimiento, donde las dependientas ofrecen el baño limpio y acondicionado como ningún otro de la gastronomía estatal. Ellas lo mantienen cerrado como si estuviera roto y lo reservan para esos que dejan una ayudita en agradecimiento. «¡Ay, por favor, no comentes esto o perdemos el trabajo!», nos suplica una de las trabajadoras al indagar por su modus operandi.
No obstante, si esta mujer perdiera el trabajo bien podría dedicarse por completo a una de esas actividades que a la sombra del turismo se han legitimado en el país. Algunos ven esos desempeños como una consecuencia ineludible de las propias necesidades de subsistencia, y otros las asumen como arrugas para el paisaje urbano de la isla, en momentos en que el destino Cuba se posiciona entre los más atractivos a escala global.
Y, a propósito, esa predilección por hacer turismo en Cuba no es ajena a los propios nacionales. Hoy no son pocos los cubanos que sacan cuentas y, tras cubrir sus necesidades más urgentes, logran pagarse una semana en los cayos del norte de Villa Clara. Entonces no resulta extraño que algunos compartan hotel con los mismos extranjeros a quienes en otro momento ya han hospedado en su casa. Difícilmente lo harán con quien lava los carros en una esquina cualquiera de la ciudad del Che.
Un articulo interesante y ameno de leer sobre la vida del cubano en la calle.
¡Fuerte eso! Uno ve a los asediadores y a los que se prostituyen pero no se imagina todo lo que hay detrás. ¿Si eso es así en Santa Clara como será en La Habana? Excelente el artículo.
Lo cierto es que a pesar del auge del turismo en cuba, a partir de los años 90 del siglo pasado, seguimos con una rara “cultura del servicio”. El país, digámoslo así, ha aceptado a regañadientes el turismo. Las grandes desproporciones entre visitantes y visitados generan todos estos traumas. Lo cierto es que, aunque quizás muchos de estos personajes no son en realidad seres marginados, o vagabundos, lo parecen. Y el PARECER es muy importante, como sabemos.
Buen texto. Me recordó en Stgo un café en el que solo ofrecen café sencillo, hasta que llega un extranjero y de repente aparece una carta y con todas las ofertas y variedades disponibles. Oficio, actividad… la verdad es que es muy común ver a esas personas en lo suyo en cualquier lugar a cualquier hora…
Bueno solo le dire al articulista que venga a Republica Dominicna y vera otros oficios que hacen los ciudadanos para buscarsela con los turistas,ah eso sin contar que ni siquiera pueden accesar a las playas pues muchas de ellas son privadas.
Buen Texto, solo aclarar que eso se ve en mayor medida en La Habana, en Varadero no existe eso pues para entrar y salir de la península está el puente y adentro todo se controla, cualquier acechador así lo agarran al momento.
Genial, y rico de leer. Salvatore, será que en Cuba no estamos tan adaptados a esas cosas y por eso nos duele más cuando pasan… pero me preocupa, porque aquellas cuestiones de las que un día nos enorgullecimos ahora veo como se desmoronan. Y empezamos a acostumbrarnos por fenómenos como estos. A mi me da vergüenza que en mi país puedan suceder cosas así.
Duroooo eso, pero será en Santa Clara, por aquí en Victoria de Las Tunas, casi no hay turistas, y son muy pocos los que los asedian.
En Cienfuegos, justo a la entrada de la discoteca Benny Moré y frente a la consultoria internacional cada día va a cumplir su “jornada laboral” una morena con cara de lástima y domicilio cercano al mío y que es tremenda descará. Allí se planta, las horas que sean necesarias, atosigando a cuanto turista y cubano con cara de ‘gente bien’le pasa por el frente. Están advertidos los ingenuos.
Muy buen articulo, Es la realidad de Santa Clara. Mi ciudad querida. Yo vivo en Montreal, Canada desde hace 2 años, pero cada año voy si Dios me lo permite.
Hace poco se corrio el chisme de que Muñeco se habia muerto, puro chisme.
El turismo se ha incrementado mucho debido a los cayos del norte de la provincia que tienen excursiones a la ciudad, pero es un turismo de paso.
saludos