San Miguel de los Baños: la ruina de un paraíso

Foto: Lenir Rivero

Foto: Lenir Rivero

Cuando se viaja desde el oriente por la carretera central, después del poblado de Coliseo, en Matanzas, se abre a la izquierda un camino. En esa dirección, 8 km cuesta arriba por una vía estrecha y zigzagueante, se llega a San Miguel de los Baños.

Dicen que fue la villa de descanso preferida por la burguesía habanera en los años de la primera república. Que su ambiente campestre y lujosas casas también cautivaron a millonarios de todas partes del país. Que la mayor atracción del lugar era una estación termal hidromineral y climaterapéutica, única en América. Pero de lo que fue a lo que es hoy San Miguel, la distancia es mayor que los 43 kilómetros que lo separa del polo turístico de Varadero.

“Posa, Rita, posa, que esta también queda en la posteridad”, dice el hombre, al divisar la cámara fotográfica de los intrusos. Desde un viejo edificio que alguna vez fue el hotel de moda en las estampillas del correo postal, Julio Feliciano nos hace saber que allí todos están acostumbrados a las fotos. ¡Hasta los animales!

“Son muchos los que vienen, año tras año, por este pueblo. Llegan atraídos por la historia de lo que fue la villa antes del triunfo de la Revolución. Pero en sus aparaticos solo se llevan lo que quedó de esa fama, que es bastante poco”, comenta, y señala el cascarón del techo que amenaza con caerle encima y las cintas que prohíben el paso hacia la zona de derrumbe, como si se tratase de la escena de un crimen.

Foto: Lenir Rivero
Foto: Lenir Rivero

Las aceras han sido invadidas por la maleza. La calle principal es puro paisaje lunar. Y el otrora hotel Cuba, donde se encuentra Julio Feliciano, no es más que una vieja armadura de concreto a punto de colapsar. Igual sucede con la construcción del frente, la más llamativa del poblado: el Hotel Balneario.

“También lo dejaron destruir. Allí encontrarán na’más las paredes y los manantiales. Entren, pa’ que vean que no miento!”, insiste Julio.

Ya dentro solo vemos ventanas rotas, losas sueltas, madera podrida por el piso, fragmentos de yeso que una vez pertenecieron al techo de la instalación, excrementos en las habitaciones del hotel. Parece como si un tornado hubiera arrasado con el interior del local.

“Pero no fue un tornado, sino la gente”, asegura Masa, el custodio de la planta embotellador ubicada en el pueblo. “Los primeros que empezaron el saqueo fueron los de la empresa de gastronomía de Jovellanos, responsables del local. Se llevaron todos los muebles y adornos. Después, poco a poco desaparecieron las luces, las puertas, la madera de las ventanas, el mármol, las tuberías. Yo estoy aquí para vigilar la embotelladora, y no me dicen nada de cuidar el balneario, solo alertar a los que entran pa’ que el techo no les caiga arriba”.

La historia de la depredación es confirmada por unos cuantos nativos más, que frecuentan el balneario para disfrutar de la única riqueza que allí queda: los manantiales minero-medicinales del jardín trasero. Dos conductos rústicos por donde brota el agua venerable, resguardados en unos cuartitos similares a ermitas.

Manantial en el interior del Hotel Balneario. Foto: Lenir Rivero
Manantial en el interior del Hotel Balneario. Foto: Lenir Rivero

Cuentan que los manantiales fueron descubiertos por un viejo esclavo de nombre Miguel, que se dio al cimarronaje en esos montes. En ellos calmó la sed, lavó las úlceras de la piel y sanó. “El ‘milagro’ se esparció rápidamente entre los dueños de las dotaciones vecinas, y fue confirmado en 1868, mediante varios exámenes de laboratorio: las aguas, de composición magnésico-cálcica, con ácido metasilícico, sílice y azufre en estado coloidal, resultaban ideales para los tratamientos gastrointestinales y dermatológicos, relata Idalberto Cabrera Acosta, el último administrador del hotel Balneario y su historiador “por cuenta propia”.

En 1906 llegó a la villa el abogado Manuel Abril Ochoa, prestigioso oligarca cienfueguero, casado con la nieta del mayor general Calixto García Íñiguez. También venía tras las bondades curativas del líquido. Su olfato de emprendedor lo llevó a comprar la finca donde se encontraban los manantiales y otros terrenos aledaños. Unos 34 kilómetros cuadrados, aproximadamente. Comenzó entonces los proyectos para edificar allí una estación termal.

Luego de viajar por ciudades europeas y americanas íconos de la balnearología, el doctor Abril se decidió por el estilo y confort del Balneario Montecarlo, de Italia. Además de apostar por uno de los arquitectos que participaron en su construcción, Alfredo Colley.

“Las obras comenzaron en 1925 e incluyeron una planta embotelladora, para aumentar el valor comercial de la propiedad. Consumieron 987 mil pesos cubanos, en total”, dice el Chino, como también conocen a Cabrera Acosta.

Registros de la primera mitad del Siglo XX hablan de la notoriedad de San Miguel de los Baños
Registros de la primera mitad del Siglo XX hablan de la notoriedad de San Miguel de los Baños

Así, en 1930 quedó inaugurada la única estación termal hidromineral y climaterapéutica del continente y, por las próximas tres décadas, la ciudad balneario más popular de Cuba.

La edificación principal contenía en sus tres plantas un salón principal y recepción, restaurante, bar-cafetería, 45 habitaciones, cocina, almacén de víveres, cámara fría, consultorio médico, laboratorio y otros locales de servicios. Tampoco faltaron las cámaras de baños para aquellos que no desearan hospedarse, y amplios jardines exteriores, de estilo francés, para acoger al público.

Los habitantes del San Miguel fundacional urbanizaron los terrenos con casas “importadas”. “Eran bongaloes traídos del sur de Estados Unidos, sobre todo de Louisiana, que venían desarmados en tablones, listos para ensamblar”, cuenta la maestra Delfina Alpízar Dávila, una suerte también de historiadora local.

“En 1961, luego de un recorrido por una granja experimental en Jovellanos, el Che visitó San Miguel de los Baños. Sus habituales ataques de asma se apaciguaron durante su estancia aquí. Entonces propuso y creó otro hotel, el Villaverde, para los trabajadores de la industria. El balneario también le pareció ideal para un sanatorio, y así se dispuso unos años después”, narra el Chino.

Pero el uso constante de las instalaciones hoteleras se unió al escaso mantenimiento constructivo para dar cuenta de la belleza. El hotel Villaverde, todo de madera, se derrumbó antes de lo esperado. El Cuba, despojado de casi todas las instalaciones eléctricas, apenas mantiene las paredes en pie. Solo el San Miguel corrió una suerte mejor, cuando lo entregaron a la corporación Cimex en calidad de casa de visitas para los trabajadores de la empresa.

Bungalows importados desde Nueva Orleans. Foto: Lenir Rivero
Bungalows importados desde Nueva Orleans. Foto: Lenir Rivero

La estación termal pasó a manos de la gastronomía estatal de Jovellanos. La planta embotelladora procesó agua minero-medicinal y refresco Amirsa hasta 1968. Un año después recomenzó como fábrica de dulces, licores y del ron matancero Jíquima. Cerró en 1991, tras el inicio de la crisis conocida como el Período Especial.

Despojado del esplendor de las décadas pasadas, San Miguel volvió a hacer de la agricultura su principal actividad económica, junto a un resurgente movimiento artesanal que se abrió paso en los hoteles y comercios de Varadero. Rodeado entonces de casi una decena de unidades militares, dejó de ser foco de interés del turismo internacional.

El balneario pasó a manos del Ministerio del Interior (Minint), que en 2008 presentó un proyecto de restauración con una propuesta similar a Tope de Collantes. Y el acostumbrado hermetismo militar ha dejado hasta ahí las informaciones conocidas.

Dice Masa, el custodio de la embotelladora, que hace poco recibieron la visita de unos gallegos, interesados en las posibilidades de inversión abiertas con las nuevas legislaciones. Otro grupo, de la Oficina del Historiador de La Habana, también llegó hasta allí con pretensiones de restaurar, pero al parecer los trámites por el valor patrimonial del inmueble retrasarían su reparación. Que él supiera, tampoco concretaron nada.

Lo último que comenta entre los pobladores lo aporte El Chino, ahora administrador de la planta procesadora del agua: La embotelladora volvió a funcionar como planta piloto del Minint con tecnología extranjera recientemente adquirida y según el “run run” a principios del próximo año comenzarán las obras constructivas del balneario, también bajo tutela militar y para usos de turismo de salud.

Ahora todo cuanto hacen en la villa es esperar. No saben de algún proyecto de desarrollo local que los saque del marasmo; ni han podido apostar por unos extranjeros con ganas de invertir otra vez en estos bellos terrenos. Los habitantes de este paraje bendecido todavía sueñan en revivir los días de bonanza de San Miguel de los Baños, aunque la riqueza más inmediata que pueden obtener es poca: cada mañana continúa la procesión de personas hasta los manantiales, en busca del agua sanadora. Cargan galones repletos, motivados quizás por el temor de que un día, sin anuncio previo, también la pierdan.

Hotel Balneario, en San Miguel de los Baños. Foto: Lenir Rivero
Hotel Balneario, en San Miguel de los Baños. Foto: Lenir Rivero
Salir de la versión móvil