Verano y anoncillos

Cuando llega el verano en Cuba, hay dos asuntos inevitables: el regreso a casa y la venta de anoncillos. De lo primero ya se ha escrito bastante, pero pese a lo recurrente y al eterno calor tropical, a los cubanos les atrae la “juntamenta” y ya sea de la Universidad, o del otro lado del Atlántico (o del Estrecho), sigue siendo esta estación del año la propicia para el reencuentro con la familia.

Para los que regresan de la casa de altos (y bajos) estudios, la estancia se limitará a contar la retahíla de historias (¡las publicables, mami!) a las que un año fuera del hogar te expone. El final de esto es limitarse a hablar mal de tus profesores y bien de tus amigos. Eso, con la clara intención de que pronto uno de ellos estará albergado ahí y hay que limpiarles el camino.

Lo siguiente será encomendarte a la pobre televisión nacional, que te somete a un incesante test de memoria. Sin dudas, el ICRT es el organismo que más ha aportado en el país a la lucha contra el Alzheimer. Ha sido un trabajo duro, pero con frutos.

— ¿Viste Titanic? Sí, hace apenas 15 días celebré la octava visualización en serie.

—Ni te vistas, que para el verano bien pueden iniciarte y despedirte desde lo alto del trasatlántico nuevamente.

Bueno, algo motivador tendrán que decirte Jack y Rose, que no te has percatado. En lo personal no me sabré ninguna fórmula para logaritmos, pero sé recitar los episodios de Elpidio Valdés. Punto a mi favor y del ICRT. Todavía los logaritmos no me han servido para nada, y con los muñe se entretiene a un teatro.

Paréntesis aparate, a ese paso va el regreso a casa de un universitario. Solo con la anuencia de algún familiar cercano –esos que son y están lejanos, pero cuando regresan son cercanos– la vida en el mar es más sabrosa.

Y esa es la contraparte. El que regresa de algún punto cardinal –fuera de fronteras– regresa, quizás al contado, pero con la sapiencia de que algún bufete de hotel va a devorar. Esas son unas de las satisfacciones, hasta literales.

Supongo que todo forme parte de un plan “macabro” que algunos idealicen, incluso antes de tomar vuelo, remos o misiones. “Cuando regrese voy a llevarme a todo el familión pa´ Varadero y usted va a ver”. Escribo Varadero por lo tradicional, aunque la moda actual son los Cayos del litoral norte. Y lo más hermoso es que sí, lo idealizado en muchos casos se materializa. Y si en el plan cabe el universitario –que por sí solo no puede– lo materializado asume ribetes de Patrimonio de la Humanidad o algo así.

Lo que sí es común para todos los cubanos en esta época del año son los anoncillos. Un segundo asunto del que se ha hablado bien poco e injustamente. Porque de no ser por la guayaba y que es fruta de estación, los anoncillos pudieran llevarse un premio a la Popularidad de Entre tú y Yo. Eso y que nadie los ha nominado. Ahora que lo sabemos, algo podremos hacer para el próximo año. No seamos como reza aquella frase de Santa Bárbara y los truenos.

Salvando la riqueza lingüística de esta Isla, habrá que escribir que los anoncillos también son mamoncillos, y que por la década del 90, años de crisis de todo tipo, estos pequeños fueron la salvación de muchas familias cubanas. Se amanecía temprano –al menos para quienes el campo quedaba a una o dos horas en bicicleta china–, los sacos quedaban preparados desde el día anterior y algún machete también. Al mediodía se llegaba sudado y jodido, pero con par de sacos de anoncillos a cuesta, listo para armar los racimos y vocear por las calles el estribillo. No era todo, en casa quedaba la retaguardia, la puerta se adornaba con otros tantos y generalmente a los más chicos les tocaba hacer la custodia y venta. ¡El que no vendió anoncillos, no sabe lo que es la vida! Y el que no se ha tragado una semilla, tampoco. A riesgo incluso de imaginar que te crecería en la panza, y el conejo de la matica serías tú. ¡Qué sustos!

Claro, los anoncillos de los 90 eran a peso. El cubano es un ser de conciencia y estar jodido era asunto de todos. La solidaridad empezaba desde el anoncillo.

Hasta con las sobras de aquella venta ilegal-legal, bien podías hacerte una champola. Mi madre decía que era nutritivo, no sé si porque con agua y azúcar tenías, o porque realmente lo era. Debe ser parte y parte, porque al frutillo le han endilgado hasta la cura del cáncer. Tamaña responsabilidad.

Pero por estos días bien pueden catalogarse como accesorio de lujo de veraneantes, dado que se venden a 5 pesos. La competencia sigue siendo feroz, pero a una escala más mercantil que de sobrevivencia. Y es hasta mostrado como algo exótico a los turistas europeos, que alguna vez habrán sido timados en CUC. Pero gente, la culpa no es de los anoncillos, ni del que se sube a la mata y le amarra la tira. Los anoncillos siguen siendo puros, en esa mezcla de ácido y dulce, como son los regresos a casa, como la vida misma.

Y como es verano, y la casa está llena, de los que regresan y se van, de los que regresan y se quedan, y la televisión continúa como la canción de Julio Iglesias y los anoncillos ya están en la calle, bien vale una loa a otros de los heroicos del Período Especial. De los que repito nadie habla, por comunes y silvestres, porque hay muchos y hasta sobran, porque una vez al año regresan, nos hacen felices… y cubanos.

Queda agendado escribirle al dúo Buena Fe que muy bien por los cerdos, pero alguien tiene que musicalizar a los anoncillos, ¿o no? ¡Maldita guayaba!

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