Fotos: Leonel Escalona Furones
El jueves pasado, durante la madrugada, en Guantánamo nadie -o a casi nadie- durmió. La gente se sabía despierta aún tras las puertas y ventanas herméticamente cerradas y muchos ni siquiera así dejaron de comunicarse con sus vecinos, a gritos, para brindarles refugio o ayuda por si lo necesitaban. Y no era para menos. Con tanto ruido de viento y de lluvia torrencial, Sandy amenazaba con transformar esas horas de sueño en una película de terror.
A la 1:25 a.m el huracán, ya de categoría dos y con vientos máximos de 175 km/h, había tocado tierra cubana por Playa Mar Verde, en Santiago de Cuba. Un apagón, que como medida de seguridad mantenía sin electricidad la provincia, impidió que la población conociera la noticia emitida por el meteorólogo José Rubiera en la televisión nacional.
Después de alrededor de cinco horas de sustos provocados por tejas de zinc que se desprendían de los techos, ruidos fuertes como de árboles cayéndose, filtraciones, alcantarillas tupidas, entre otros súbitos inconvenientes…al fin la lluvia cesó.
Al amanecer un equipo de periodistas recorrió las zonas más afectadas de la ciudad de Guantánamo. Las imágenes y testimonios obtenidos, a pesar de la fuerza con que impactó el fenómeno meteorológico contra el más oriental de los territorios cubanos, no fue del todo desalentador.
Aunque unos tras otros podían verse por las calles árboles arrancados de raíz (varios incluso con más de un siglo sembrados), postes eléctricos partidos, cables caídos y algunos derrumbes, ya la gente desde las seis de la mañana trabajaba por solucionar los problemas y mitigar sus consecuencias.
En todas cuadras, sin temor a exagerar, los vecinos recogían escombros y ramas caídas, destupían tragantes o sacaban agua de sus viviendas, mientras otros deambulaban por la ciudad comprando alimentos.
También desde muy temprano andaba Luis Antonio Torres Iríbar, presidente del Consejo de Defensa Provincial, caminando algunas de las partes de la urbe más golpeadas por el huracán y dialogando con los damnificados.
Y justo mientras hacía esto, allá en la Avenida Camilo Cienfuegos donde un enorme árbol fue arrancado por el viento de raíz, autoridades de la Empresa de Servicios Comunales y de la de Vialidad, le informaron que más de siete rutas del municipio se encontraban obstruidas, entre ellas la carretera hacia Baracoa, y la que comunica a Guantánamo con Santiago de Cuba.
Huracán en carne propia
Una de las fotografías más impactantes tomadas durante el recorrido muestra, en el mismísimo corazón de la ciudad, en la calle Prado entre Calixto García y Pedro A. Pérez, toda una cuadra cubierta por escombros. Se trata de los restos del alero común de tres viviendas.
Darlenis Marqués Parada, una vecina, sintió y vio con sus propios ojos el desastre.
“En esas casas viven tres señoras ancianas. Así que cuando oímos el estruendo rápido nos asustamos, aunque pensábamos que se había caído un poste de electricidad.
“Entonces miramos por la ventana, y vimos los escombros. Eran como las 2:30 de la madrugada. Pero muy rápido supimos que las señoras estaban bien porque se comunicaron con la gente por teléfono”.
Cuando el alero de las casas colapsó también rompió el cristal de la oficina de Construcciones Pórtico, de donde el huracán ya se había llevado las tejas del techo del Club Social del Ministerio de la Construcción que tienen en su tercer piso.
Cerca de allí, Diego Bosch Ferrer, director del Centro Provincial de Patrimonio, informa a la prensa que al Palacio Salcines, uno de edificios insignia de la urbe, se le dañaron varias ventanas y una puerta interior.
Otros efectos del fenómeno meteorológico, esta vez en el Reparto Caribe, fueron apreciables a simple vista en la Escuela Secundaria Básica Sergio Eloy Correa Cosme, que perdió unos cuantos de sus enormes ventanales de aluminio.
Y más al Oeste de la ciudad, en la Avenida Camilo Cienfuegos entre 8 y 9, cualquiera se asombra al descubrir la enorme pared que cayó encima de una parada de ómnibus. El pedazo derribado por los vientos pertenecía a la vivienda de Ángel Ronda Sánchez, quien cuenta que previendo males mayores pasó la noche junto su esposa en el carro de un familiar.
Sin embargo, nada alienta tanto ante la destrucción causada por la Naturaleza, como la actitud de personas similares a Esther Romero Espinoza, obrera de la Empresa de Servicios Comunales.
A esta dama de la limpieza, aunque no le correspondía trabajar, la vimos destupiendo las alcantarillas del puente que pasa sobre el río Bano sin más justificación que la siguiente:
– “Yo vi el problema y me dije: déjame ayudar porque esto es una laguna que puede provocar algún accidente. Y lo hice. Creo que si todos hicieran lo mismo volveríamos más rápido a la normalidad”.