El más popular

Foto: Yariel Valdés

Foto: Yariel Valdés

Hay un “hotel” –acaso decenas– súper “popular” en la Isla, que no da abasto en los meses de verano. Es quizás lo único que han conocido millones de cubanos: “No está tan mal”. El cubano no es muy exigente cuando se lo propone, y ante el “hotel” que “le toca” –el campismo– se resigna y pone buena cara.

Ese “hotel” también hay que “lucharlo” porque no hay para todos. Mis vecinos, que eran asiduos, ya no lo extrañan, pero yo sí echo en falta sus historias de cuando se desaparecían quince días para un campismo del litoral norte villaclareño. Era una gran aventura, que incluía una mudanza.

La única consternada siempre era la abuela. Se quedaba en casa sin televisor, sin fogón, sin lámpara recargable, sin ventilador, cubos, calderos, sin el mejor colchón, sin radio y hasta sin perro.

La abuela consentía –para disfrute de su descendencia– el secuestro de sus bienes y por ese tiempo decidía mirar hacia la vieja máquina de coser. Eran años sublimes, claro. Todavía mis vecinos trabajaban con el Estado y la maldita “fiebre del oro” en Ecuador no los había contagiado.

Pasados los días de recreo regresaban satisfechos de casi nada e inconformes con casi todo. Pero eso, lector, es ser humanos.

Ana, que es como la campana de la canción infantil, que toca y toca –o sea, no se calla– contaba con lujo de detalles los faltantes de la cafetería y explicaba cómo lo más recomendable era que te cocinaras tú mismo. También se vanagloriaba del tamaño de los pescados que asó gracias a un pescador furtivo, del cual se hicieron clientes fijos. Hablaba de apagones, la falta de agua, de que no había suficientes tomas eléctricos, pero que sí abundaba el ron –peleón– y sonaba mucha música en la pista de baile. Para alguien que gusta de los Tigres del Norte

Ahora todo es más denso, digo yo. Desde que el tráfico “legal” de ropa entre Ecuador y Cuba se convirtió en el pasatiempo nacional, mis vecinos ya no tienen aguante para el campismo.

Con más dinero en los bolsillos, ahora, en sus vacaciones, siguen yéndose en busca de playas al litoral norte, pero con otro rumbo. Transitan un largo pedraplén hacia los hoteles de cuatro y cinco estrellas en Cayo Santa María.

Ya ellos no necesitan hacer la mudada de antes. La abuela se sigue quedando en casa, y el perro también. Hasta la mañana en que un almendrón los recoja en la puerta para llevarlos a sus vacaciones all inclusive, ella estará reclamando su derecho a existir y contar dentro de ese micro país. Pero igual, se queda.

Entre el campismo y los hoteles de la Cayería hay una brecha enorme, tan profunda como la fosa de Las Marianas. Entre los que trabajan en uno y otro lado, también. Simples detalles en los que unos no reparan y otros, como la abuela, no entienden.

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