En Cuba, la iglesia metodista no ha sido nunca una fuerza popular, ni mucho menos telúrica. A principios del siglo pasado, fue vista como una más de lo que los isleños llamaron “iglesias de americanos”, que habían llegado a la Isla a bordo de las cañoneras para emprender una segunda evangelización y liberarnos del “cesaropapismo católico”, al que de manera unilateral e ingenua los misioneros norteamericanos responsabilizaban de todos los males de la Colonia.
Desde entonces la obra cubana estuvo subordinada a la Iglesia Metodista Episcopal del Sur de la Florida, según ocurría en denominaciones protestantes, que clasificaban como juntas misioneras domésticas (home missions) y no exteriores (foreign missions). Los metodistas obtuvieron su independencia en 1968, durante un momento convulso de la política y la sociedad cubanas en términos de relaciones Iglesia-Estado. Como indicador al respecto, baste señalar que en 1961 unos 53 misioneros metodistas norteamericanos regresaron a su país, y que la inmensa mayoría de los pastores cubanos decidieron seguirlos, junto a muchos feligreses, ante las dificultades del ministerio y la religión en ese entonces, un escenario de contradicción, confrontación y ausencia de diálogo.
En rigor, los debates sobre la autonomía de los metodistas en Cuba habían comenzado en los años 50, pero no fue hasta 1964 cuando el tema se presentó en la Conferencia General de la iglesia estadounidense. Cuatro años después, en 1968, el reverendo Armando Rodríguez Borges asumió como obispo de la Iglesia Metodista en Cuba, y la dirigió hasta 1990. Su aporte a esta historia consistió, sin dudas, en mantener viva la llama de la fe en un contexto difícil y hostil hasta jubilarse y establecerse en Lakeland, Florida central, no sin antes enfrentar varias crisis internas que caracterizan a la historia del metodismo post 1959.
Una de ellas ocurrió durante los años 70. Una facción disidente, protagonizada por el reverendo Ariel González, pastor de Omaja –un pueblito en la provincia de Las Tunas fundado por los propios metodistas a principios del siglo XX–, y los pastores de Gibara y Camagüey, Luis Pérez y Walby Leyva, respectivamente, comenzaron a introducir elementos de pentecostalismo/carismatismo y a cuestionar/desobedecer las regulaciones internas.
Según el obispo Rodríguez,
más o menos sobre el año 1973, la situación estaba un poco fuera de control, estaban haciendo las cosas por sí mismos. No obedecían nuestra estructura [ni acataban] nuestras acciones disciplinarias; les gustaba trabajar solos, no según las pautas de la conferencia anual y del Obispo. Un grupo de ellos, en una sesión de nuestra Conferencia Anual, habló y dijo que saldría de la iglesia metodista. Esto causó un gran impacto en nuestra gente porque […] éramos una iglesia muy unida y nos aceptábamos mutuamente en nuestra propia forma de pensar o asunto político, pero esta era una situación muy molesta.
Ahí figura por primera vez quien con el tiempo llegaría a ser un insospechado protagonista del metodismo cubano: Ricardo Pereira, un pinareño de una zona rural que, como muchos otros, sintió tempranamente el llamado de Dios. El reverendo Rodríguez testimonia que
una de las iglesias locales estaba bajo el pastor Luis Pérez, uno de los disidentes que nunca regresó a la iglesia metodista. Esta fue la iglesia donde [estaba] Ricardo Pereira, el actual obispo de la Iglesia Metodista en Cuba, una persona que Dios está usando de una manera muy, muy grande. Tenía en ese momento unos 15 o 16 años, pero la familia y otros miembros me dijeron que fueron a una zona rural a orar y pedirle a Dios que los guiara sobre lo que deberían hacer en esa confrontación. Dios los guió a permanecer en la Iglesia Metodista y trabajar en la Iglesia Metodista y trabajar para obtener más bendiciones espirituales en su vida.
También agrega que
uno o dos años después, cuando Ricardo Pereira era un joven de 17 años, vino a mi oficina y me dijo que le gustaría ser pastor metodista. En ese tiempo teníamos un plan para los jóvenes. Los llamamos misioneros laicos y les dimos un mes de entrenamiento, guiándolos sobre cómo tener un servicio, cómo ser un pastor en un área rural. Así comenzó en el ministerio metodista.
Los años 80, con sus cambios en las relaciones Iglesia-Estado, incidieron a su modo sobre las denominaciones protestantes. Un libro sobre Fidel Castro y la religión, con entrevistas del sacerdote dominico brasileño Frei Betto, reconoció la existencia de discriminaciones hacia los creyentes y pavimentó la vía para definir al Estado cubano como laico en la Constitución de 1992. Y en igual sentido, la reunión con líderes del Consejo de Iglesias en abril de 1990.
Los 90 marcaron lo que se conoce como el reavivamiento religioso, una especie de boom después de la disolución del bloque soviético, con sus impactos económicos y sus correspondientes correlatos sociales y culturales. Estigmatizada antes y durante la época de la institucionalización (1971-1985), la religión comenzó a perder su carácter de tabú y se fue convirtiendo en un fenómeno “normal” una vez reafirmado el hecho de que formaba parte de la cultura, lo cual no pudo suprimirse ni por manuales de filosofía, ni de ateísmo científico, ni por decretos ideológicos.
En el campo del protestantismo, en ese entonces se produjeron con frecuencia abruptos cruces/tránsitos de una denominación a otra, expresión de crisis y desconcierto que conspiraba contra la estabilidad de la feligresía y la pastoral de las iglesias. Ese reavivamiento iba escoltado eventualmente por lo que algunos pastores llamaron “la jabonización de la evangelización” o la “teología de la bolsita,” etiquetas que designaban la distribución de jabas con productos de aseo personal y otros productos deficitarios en el vórtice mismo de la tormenta, en especial una vez oficializada la fractura del mercado interno y la existencia de dos monedas con la dolarización de la economía (1993).
En ese contexto, los líderes del metodismo se entregaron al Espíritu y continuaron la línea de abandonar la liturgia tradicional para abrazar formas pentecostales con el fin de apelar emocionalmente a individualidades golpeadas por la crisis y crecer, estrategia que les dio resultado a mediano y largo plazos. De acuerdo con Linda Bloom, editora asistente de United Methodist Services, más de veinte años después (2017) la membresía metodista cubana se estimaba en unas 43,000 personas que asistían a más de 400 iglesias a lo largo de todo el territorio nacional.
Si estos datos son ajustados, significarían que a pesar de ese crecimiento hoy los metodistas constituyen un porcentaje bastante discreto de la población. Tampoco sus líderes se han caracterizado por el protagonismo social, ni por hablar en nombre de la cultura cubana, de la que por un conjunto de razones han estado bastante aislados, exceptuando tal vez las labores de educación bilingüe sobre muchachos y muchachas de las clases medias durante la época del Candler College y el Colegio Buenavista, ambos bajo la égida de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur de la Florida.
(continuará)
No sé cuantos cubanos (metodistas o no) hayan leído este artículo, pero Ricardo Pereira no es de Pinar del Río, sino de la zona oriental, de la provincia de Holguin. Por muchos años fue pastor de Pinar del Río y después pasó a Marianao (en la Habana) donde dos años más tarde fue elegido como Obispo.
Gracias por la info, pero asi aparece en varios documentos/testimonios que he utilizado para escribir este texto, todos, por cierto, de autores afiliados al metodismo, incluyendo un ex Obispo….