Después de 1959 en el protestantismo cubano operaron tres tendencias en lo relativo a formas y liturgias. La primera, propia de un sector ligado a las iglesias madres, utilizaba la misma himnología traída a la Isla por los misioneros.
La segunda, a cargo de grupos de tendencia carismática, echaba mano a una abundante expresividad en el culto en medio de una prédica señalando a la alianza con Cristo como única vía de redención/salvación. La tercera, integrada por pastores de proyecciones ecuménicas, promovía cambios litúrgicos mediante un mayor acercamiento a la cultura cubana, en particular a la popular-tradicional.
Como es lógico, a fines de los años 80 y comienzos de los 90 la primera de estas tres tendencias había prácticamente desaparecido, de manera que las dos últimas actuaban ortodoxa o eclécticamente, según el caso. Este hecho estuvo determinado por la concepción que tuviera al respecto el liderazgo de las iglesias. Pero grosso modo, los pastores pertenecientes al protestantismo histórico prefirieron no adoptar formas carismáticas y optaron por un aterrizaje suave, es decir, por un proceso de inculturación racional, excepto en los casos de los bautistas orientales, los bautistas occidentales y los metodistas. Muchos históricos respetaban la potencialidad del pentecostalismo, con su culto más dinámico y activo, y hasta participativo, pero de hecho mantuvieron cierta distancia.
Pero no ocurrió así con el obispo metodista, el cuarto desde la independencia en 1968. Procedente de un medio rural y sin una sólida formación teológico-pastoral, Ricardo Pereira optaría por impulsar/fortalecer una suerte de nuevo mainstream llevando de la periferia al centro tendencias que venían operando dentro de la denominación respecto al sentido y misión de la iglesia. El camino consistió, en breve, en abrazar el carismatismo y la liturgia de la segunda tendencia antes aludida, pero integrando a la vez elementos de la cultura popular.
Lo primero sin embargo fue poner la iglesia en manos del Espíritu. La dirección metodista optó por continuar con la “evangelización explosiva o en caliente”, la misma que había causado el problema en los años 70 y que, como escribe la profesora Juana Berges, “se dirige más a la cantidad de adeptos a ganar que a la calidad de la preparación o la maduración en la fe de los que comienzan”.
El sustrato de esta perspectiva consiste en asumir que la conversión de un número mayor de almas traerá, por acumulación, el saneamiento moral de la sociedad. No por azar durante esta época se refuerza la idea de una “Cuba para Cristo”, objetivo para nada inédito sino más bien un reciclaje –en las nuevas condiciones– de lo que se habían planteado los misioneros bautistas de fines del XIX y principios del XX, según figura en un interesantísimo libro de la sureña Una Roberts Lawrence, Cuba for Christ, de 1926.
Apunta la estudiosa cubana:
El crecimiento como consecuencia del acromatismo –del “sensacionalismo”, como algunos le llaman–, se considera un hecho superficial, rápido, con menos base. Es decir, no gana adeptos de forma duradera. Lo que permite este movimiento es el desahogo de un conjunto de emociones contenidas, la exaltación de personalidades que lo requieren en determinado momento, pero no una profundización de las enseñanzas cristianas. Esta es la opinión de algunos líderes de iglesias históricas, preocupados porque tales tendencias han traído dificultades dentro de sus congregaciones.
Pero el avivamiento llevaba inevitablemente ciertos componentes, uno de ellos un buen sistema de relaciones internacionales. Hacia los años 90 el metodismo isleño se articuló con una megaiglesia neopentecostal, el Centro Mundial de Avivamiento, de Bogotá, Colombia, habilísima en estrategias de crecimiento que le permitieron pasar de menos de cien miembros en 1990 a cerca de 150 000 en la actualidad. De acuerdo con una investigadora colombiana,
para el Centro Mundial de Avivamiento […] el sujeto, antes de congregarse en esta iglesia, es un sujeto preso de la enfermedad, pobreza y en general, de los placeres que el mundo ofrece. Al llegar allí se libera, y para ser libre, tiene que vivir un “avivamiento”, el cual únicamente está en ese lugar: no hay otro donde las personas puedan experimentarlo. Son los pastores de esta denominación, por autodenominación, los únicos avivadores y guardianes del avivamiento.
Seguidamente, anota:
Las personas que asisten se convierten en sujetos de consumo de bienes simbólicos de salvación bajo mecanismos que les aseguran su pertenencia y adscripción. Los juegos de verdad de esta institución giran en torno al discurso único de sus pastores Ricardo y Martha [sic] Patricia Rodríguez, replicado a través de los seminarios y encuentros que realizan periódicamente con los pastores y líderes miembros de su denominación. El tipo de discurso es uno solo y se centra en el tema del avivamiento. […] La única instancia que permite distinguir ese enunciado como verdadero es la experiencia que tienen las personas en este lugar, experiencias que suceden bajo un fuerte ambiente eufórico determinado por la música y los actos de habla del pastor. […] Quienes otorgan el valor de verdad al discurso son los mismos que lo proponen y ejecutan. Aquí el poder está encarnado en la pareja pastoral. Ellos están por encima incluso de la misma institución que han creado y consolidado.
Según su página web, visionan una iglesia con tres características distintivas: a) hacer sonreír a Dios, b) con personas que florezcan porque están plantadas en la casa de Dios, y sobre todo c) con muchos niños y jóvenes y d) con vidas cambiadas y con influencia sobre la cultura de la nación. Tiene una misión: “atraer, consolidar, discipular y equipar para servir”.
Como parte de ese acompañamiento, el Centro les ha entregado no solo know how y recursos cuyas cuantías se desconocen, sino también enviado pastores a predicar en los templos metodistas de La Habana y el interior. Sin dudas una relación fructífera y duradera, como reconoció en enero pasado el obispo en un culto de K y 25. Según su propio testimonio, los dos pastores principales de esa megaiglesia, Ricardo y María Patricia Rodríguez, estuvieron en La Habana en 1994, 1995 y 2009 para asesorar y acompañar el proceso de avivamiento.
Más recientemente, hace apenas un mes viajaron a la Isla sus dos hijos, los también pastores Juan Sebastián y Ana María Rodríguez, quienes participaron en un culto que pasó a la historia por carpas, altoparlantes y altos decibeles. Observadores de diverso talaje describieron la actividad como un aleluya por la labor contra el artículo 68, suprimido del nuevo proyecto de Constitución que se someterá a criterio popular el próximo 24 de febrero.
Muy interesante el artículo, espero con ansias el próximo escrito de esta serie. Siempre me llamó poderosamente la atención el nivel de fanatismo/adoctrinamiento que la iglesia protestante lograba, y siempre siempre me sorprendían mucho los temas de discusión (para mi eran bastante surrealistas) entre los jovenes practicantes en la sede de 25 y K, de los que podia disfrutar cuando hace aproximadamente 10 años tenian en su sede una de las poquísimas cafeterías con precios asequibles cerca de la Universidad de la Habana. De estos temas hay 2 que recuerdo muy bien, pues se ponian a discutirlos delante de nosotros y a veces interveníamos: 1- Que se podía considerar demoníaco en una relacion de pareja 2- Que si no nos bautizabamos “el señor” no iba a saber que estabamos aquí. Como sea, espero poder seguir disfrutando de esta serie de escritos que nos permiten dar una mirada a este fenómeno. Saludos