El “padre” de Matojo, un maestro que se va

Los cubanos conocen poco sobre la vida de Lillo, su trabajo y las inquietudes creativas que lo impulsaron a darle vida a sus personajes, pero su "hijo" más célebre marcó nuestra infancia.

Imagen del célebre animado Matojo, que acompañó a los niños cubanos durante varias generaciones.

Imagen del célebre animado Matojo, que acompañó a los niños cubanos durante varias generaciones.

Manuel Lamar Cuervo (Lillo), el creador del célebre animado Matojo, que acompañó a los niños cubanos durante varias generaciones, murió a los 89 años en la ciudad de Miami, donde residía desde 1992.

Lamar Cuervo nació en 1929 en Bogotá, Colombia y se graduó de Derecho en la Universidad de La Habana. El interés que despertó en Lillo el periodismo y el dibujo lo llevó a aparcar su profesión inicial para dedicarse por completo al humorismo gráfico y a la creación para dibujos animados. La originalidad y el carisma que impregnaba su obra, –que se consagró en las páginas de diversas revistas, animados para televisión y en más de 20 libros publicados–, lo llevaron a convertirse en uno de los historietistas más populares en la Isla. Poseía un trazo y un estilo completamente distinguible entre muchos.

Su “hijo” Matojo fue visto por primera vez en la revista Pionero en el primer tramo de los años 60, y luego no dejó de acompañar a los niños y jóvenes durante varias décadas. Para muchos cubanos ya es un símbolo de su infancia y uno de los personajes más recordados de su pasado.

Matojo trascendió las páginas de las publicaciones impresas para dar el salto hacia el cine y la televisión.

Lillo creó, además, otros personajes muy conocidos también como el perrito Lucas y Chicho Durañón.

El dibujante Adán Iglesias, director de semanario humorístico DDT, donde se dio la noticia sobre el fallecimiento de Lillo, y quien tiene la obra de Lamar Cuervo como uno de sus referentes, comenta para OnCuba que “ya van quedando pocos de estos maestros del humor y la historieta”.

“A él no lo conocí personalmente, pero sí lo respeto, como a todos. Desde nuestro espacio, hemos tratado que no se olvide la obra de ellos, pues es bien fácil el olvido en el caso de estas manifestaciones del dibujo que, para algunos, son menores”.

“Soy de la generación de los dibujos en blanco y negro, así que disfruté tanto de Matojo como los muñecos de palos de George Pal. En resumen fui un niño que disfrutó de estos dibujos simples, y que como casi todos los aficionados a este arte, en algún momento los copió. Matojo surge en la revista Pionero, de la Editora Abril, en momentos en que había mucho papel y los niños buscaban mucho esas publicaciones”.

Matojo no solo era un símbolo de gran relieve sino que buscaba ser adoptado como un ejemplo para los niños de la Isla. El caricaturista destaca además la “osadía” de Lillo al darle vida a su personaje insigne.

“Matojo con su raya al lado también es identificativo de la época, donde los buenos modales, como estar correctamente peinado, uniforme limpio, fueron valores difundidos en los dibujos de Lillo, sin teque alguno”.

“Este es uno de los mayores aportes de estos dibujos, él, junto a Virgilio, crea estas matrices y creaban dibujos educativos. El diálogo de globos y el narrado en los dibujos animados ayudaba mucho a esto. Sus historias tenían esos objetivos: Matojo va a la playa; Buenos días, Matojo, son buenos ejemplos de esto. Recuerdo bien claro el diálogo donde la niña de tanto que le repiten mal dicha la palabra zapatos, declama: los “papaticos de rosa”. Fue algo bien osado de su creador”.

“Necesitamos un nadador” o “Matojo no nada nada”, son solo dos de esas frases que han ocupado el lugar de los símbolos en la memoria colectiva de los cubanos.

La voz de Matojo fue interpretada por la entrañable actriz y presentadora Consuelito Vidal, quien le aportó un sello muy propio. El “muñe” estuvo rodeado de otros personajes como su amiga  Patricia, quien muy pocos saben que Lillo la creó inspirada en su hija.

Solamente por la originalidad de Lillo y su personaje emblema que acompañó a varias generaciones, el Instituto Cubano de Radio y Televisión debería despedir a este caricaturista a la altura de esa obra que durante años defendió para hacer reír y crear modelos a seguir en la conducta de los niños.

Hasta ahora, desde que se conoció la noticia de su muerte, ha sido lamentable el silencio en la mayoría de los medios de comunicación en la Isla.

Más allá de homenajes posibles o imposibles, una legión de cubanos –y eso es lo más importante–  le agradecemos a Lillo por incorporar valores a nuestra vida y alegrarnos las tardes cuando llegábamos como un remolino de la escuela para sentarnos frente a los antiguos televisores Krim o Caribe y vivir las peripecias de nuestro querido Matojo.

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