A pocos metros del mar, donde siglos atrás hubo una caleta desierta y luego estuvo situada la Batería de la Reina, se encuentra emplazado el Parque Maceo de La Habana. Allí se levanta el primer gran monumento construido en Cuba en homenaje al Lugarteniente General Antonio Maceo y Grajales, figura cimera de las guerras por la independencia de la Isla en el siglo XIX.
Su construcción comenzó precisamente por el complejo monumental, luego de que la batería fuera demolida a inicios de la pasada centuria y en 1911 se convocara a un concurso para la edificación del lugar. De las 26 obras presentadas resultó ganadora la del escultor italiano Domenico Boni, finalmente ejecutada en bronce y granito, mientras que el diseño del espacio público fue encargado al arquitecto Francisco Centurión.
El monumento, aunque no se corresponde exactamente con el del proyecto premiado, se inauguró el 20 de mayo de 1916, en el aniversario 15 de la proclamación de la nueva República y cuando no existía aún el célebre malecón habanero. La obra, aunque en ella el “Titán de Bronce” no aparece —como concibió originalmente Boni— rodeado de bayonetas, contiene aspectos y pasajes esenciales de la vida de Maceo, como el momento en que su madre, Mariana Grajales, hizo jurar a sus hijos fidelidad y sacrificio por la Patria, importantes batallas del prócer, como las de Peralejo y Cacarajicara, y la histórica Protesta de Baraguá.
Además, los cuatro ángulos de la base del pedestal están representadas en cuatro grandes figuras la acción, el pensamiento, la justicia y la ley, elementos fundamentales para Maceo. Y en la cima aparece la estatua ecuestre del héroe, mientras que el caballo se yergue sobre sus patas traseras, como símbolo de su muerte en combate.
Sin embargo, aun con la inaguración del monumento el parque quedó sin realizarse y no fue hasta una década después que se construyó un primer intento de dar forma al sitio, el cual mereció numerosas críticas, entre ellas las del historiador la de Emilio Roig de Leuchsenring. Se sucedieron entonces varias modificaciones, hasta que ya en 1960, tras el triunfo de la Revolución Cubana, se amplió su área y adquirió una fisonomía más parecida a la actual, aunque luego se han ejecutado otros cambios y reparaciones.
El parque Maceo devino entonces en lo que es hoy, un sitio no solo para honrar al general mambí, sino también un punto de paso y concentración de personas, un lugar de esparcimiento para muchos, de juegos infantiles, paseos de enamorados y jóvenes que pasan el rato en el propio monumento. Y también un importante nodo para el transporte citadino, una zona en la que confluyen paradas de ómnibus y otros vehículos, habaneros que viajan de un punto a otro de la ciudad, o que llegan o se marchan del cercano hospital Hermanos Ameijeiras, uno de los principales de la capital cubana y toda la Isla.
El parque, desafortudamente, no ha escapado del castigo de la naturaleza y tampoco de la indolencia humana. Esta última acrecienta sus heridas cotidianas, mientras que su cercanía al mar lo expone a inundaciones y tormentas, al golpe en sus construcciones y áreas verdes, en sus aceras y en el propio monumento, del salitre, el agua y el viento, como sucedió recién con el azote del potente huracán Ian por el Occidente cubano.
No obstante, aun con sus cicatrices acumuladas, con la amenaza constante del mar y otros dolores, el Parque Maceo sigue siendo un sitio emblemático de La Habana. Un lugar entrañable para muchos habaneros y a cuyas vistas más recientes le acercamos hoy a través del lente de nuestro fotorreportero Otmaro Rodríguez.