El peso de una elección

La palabra “elección” arrastra una carga enorme de sentido para los seres humanos. Y aunque estemos eligiendo constantemente entre alternativas, y cada uno de los actos de nuestra vida queden marcados por decisiones personales, sólo reservamos la expresión “hacer una elección” para momentos de importancia excepcional.

Se “hace la elección” de una carrera profesional, de una pareja para el matrimonio, del instante ideal para concebir un hijo, de los amigos íntimos, de otro lugar del mundo donde continuar la existencia…

“Elección” entraña también un significado especialmente definido dentro de la esfera política. Ahí enmarca el acto específico donde los individuos, desde su rol de ciudadanos pertenecientes a una comunidad o ámbito social, emiten su voto de respaldo por alguien en el que depositan la capacidad de representarlos ante instancias superiores de toma de decisiones y de poder.

Es en este sentido que todo el pueblo de Cuba fue convocado el domingo 21 de octubre a participar en una “elección”. Más de ocho millones y medio de cubanas y cubanos estaban llamados a ejercer su derecho al sufragio para escoger entre 32 mil 183 candidatos nominados por ellos mismos en reuniones barriales.

El propósito era seleccionar a los “delegados”. ¿Cuál es la función social de estas personas? En una definición tomada del periódico Granma: “Ejercer el gobierno en la célula fundamental de la sociedad, que es la circunscripción; y comunicarse con la población, mostrar sensibilidad ante sus problemas y capacidad para resolverlos, y trasladar hasta la base el mensaje de la Revolución.

Según el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, “esta es la base de nuestro sistema democrático”. Pues los comicios del 21 de octubre “representan una primera etapa en la que salen electos los delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular; y en una segunda fase de elecciones generales, a partir de esa cantera se definen los delegados a las Asambleas Provinciales y los diputados a la Asamblea Nacional.”

Sobre el terreno, en los 29 mil 585 colegios electorales habilitados a tal efecto, lo que encuentra el electorado son las biografías de los candidatos impresas en un mural. Por ejemplo: Celia O., 44 años, Técnico Medio, Militante del PCC, Cuadro Dirigente del Ministerio de la Industria Básica durante 14 años, etc; y Eduardo G., 68 años, Nivel Superior, Militante del PCC, Trabajador Destacado del Ministerio de la Construcción, etc. 

Pero, ¿cuál es el compromiso efectivo o programa concreto del aspirante a delegado, cuál su conocimiento acerca de las necesidades primordiales de sus representados y su visión de futuro sobre los pasos a dar para satisfacerlas?

Si al respecto poco se entera el votante, entonces, ¿qué sentido tiene para los cubanos participar en esta elección? “Es un acto de reafirmación del apoyo a la Revolución”, responde Arnaldo, ex miembro de las Fuerzas Armadas y militante del PCC, de 64 años.

Su hijo menor, David, de 28 años, técnico en Informática y sin filiación partidista, ante la pregunta levanta las cejas y arruga la boca, luego encoge los hombros. ¿Qué quiso expresar el joven? ¿“Nada”, “Me da igual”?

El peso de esta elección parece no entrañar las mismas honduras para los cubanos de todas las generaciones.
 

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