En tierras de guajiros

Foto: Yariel Valdés González

Foto: Yariel Valdés González

“Al cantío de un gallo” es la manera que tienen los guajiros en Cuba para burlarse de los citadinos que invaden su territorio y con cara de tontos le preguntan una dirección. Tiene que ser, porque nunca el sitio que buscas está cerca, que es lo que se supone significa esta frase.

O así nos hizo creer alguna fábula creada por guajiros, o la escasez de gallos ha desgastado la lógica de un cantío mientras caminas. Igual es bastante confusa. Como parte de la era tecnológica los gallos se han acogido a una especie de “ley del descanso universal” y hacen la tarea cuando les parece (a ellos) y cuando no nos parece (a nosotros). ¡Yo me niego a que tengan que ejercer su señorío en el gallinero a las 3 de la madrugada!

Pero en este pueblito de campo donde has parado existen otras reglas básicas e inviolables. Tantas que a los citadinos debieran alfabetizarlos también en estas cuestiones, algo así como un manual de sobrevivencia en el campo.

La primera de ellas pudiera costarte la vida. Allí la gente se levanta con el primer avance del día y se acuestan cuando las gallinas se niegan a ver el Noticiero. ¿No les resulta sospechoso como buena parte de lo establecido en los campos se relaciona con el gallinero? Aquí más de uno ha leído Rebelión en la Granja y no lo cuenta.

Pero lo difícil de esta regla no es entenderla, es vivirla, sobre todo cuando eres un noctámbulo y eufórico fiestero capitalino. Temprano nunca será una buena palabra. La mala noticia es que la ejecutora de esa “misión del ejército de Satanás” es tu abuela y no será nada sutil para conseguir su propósito.

La génesis que desatará tu odio comienza en un simple paso: abrir las ventanas. Y en la casa de tu abuela las ventanas no se abren con una tirilla o algún tipo de apertura moderna. Una casa de campo que se respete tiene par de  ventanas que se mantienen abiertas porque están sostenidas por un palo. Pedazo de madera ubicado estratégicamente muy cerca de ti, con el único objetivo de despertarte. Caerás en esa trampa una y otra vez. Has estado jugando en cancha contraria desde el principio.

Pero el juego sucio apenas empieza. Suponiendo que tus deseos de dormir son más que los suyos de despertarte, llega la segunda parte de la batalla. Feroz. Despiadada.

Tu abuela arremete con la hora de Freud. Minutos donde entabla una serie de razonamientos sin respuestas, a cinco centímetros de tu oído, como: “En mi época ya yo hubiese barrido toda la casa y estuviera pelando la yuca del almuerzo”. Consejo: Respira profundo y no hagas contacto visual con la provocadora.

Otro: “Estos niños de ahora que no te ayudan en nada”. Consejo: Nunca te pongas la almohada sobre la cabeza, eso reafirma que la abuela va por buen camino. Obvio, lo más común es que lo hagas, refunfuñes y le sueltes una palabrota en busca de una paz mental que no obtendrás.

Queda claro que la estratega no descansará hasta ver cumplido el primer mandamiento: “Te levantarás y dormirás al unísono de las gallinas”. El siguiente movimiento será insuperable, un gancho al estómago del gran Alí, al que responderás con la sonrisa del Guasón. A esto que alerto aquí, no hay escapatorias: que te lleven el jarrito de zambumbia a la cama. Y como en serie de ficción, el mal ha triunfado sobre el bien.

Ahora, ¿qué pretende tu abuela con despertarte temprano? Eso nunca lo sabrás. Generalmente una vez logrado su propósito eres más inservible que hornilla eléctrica en apagón. Lo dicho, es todo hacerte saber que esas son sus reglas y hay que cumplirlas. Lo de dormirte temprano, luego de esos madrugones se te hace más fácil. Cuestión de tirar la toalla en tiempo.

Como continuación hay un cúmulo de personajes salvables que harán tu estadía única e irrepetible. La vecina sorda: es a quien tu abuela recurrirá por si su maquiavélico plan no funciona. Y no es que sea sorda, es que habla alto, como el 99 por ciento de los guajiros. Ella relatará en altos decibeles los accidentados y fallecidos del día anterior, lo que se comentaba de Fulanito en la cola del pan, te actualizará de los posibles migrantes del poblado y hasta emitirá juicios falsos sobre ti, que “descaradamente” sigues durmiendo a las siete de la mañana.

La otra en escena es tu tía, la renegada. Aparece en dos formas: como víctima de telenovela o como inquisidora de las Cruzadas. Ninguna de las formas, incluye un final feliz. Su odio por la humanidad te sobrepasa, pero hay que escucharla y asentir por su salud mental e integridad física. También es recurrente tu primo, el montero, ese que usa sombrero, canta décimas (y en el aire las compone) y usa botas con espuelas. Para completar la caricatura, agréguele un bigotico a lo Pedro Fernández. Ese macho alfa se supone que tenga más aventuras fallidas que protagonista de corrido mexicano.

En ese instante donde todo parece salido de una historieta, sabes que alguien, a lo largo del día, recurrirá a ti para algo importante. Excepto si “lo importante” es animarte a que guataquees la entrada de la casa. Sucederá un hecho insólito, en los campos aparecen con regularidad y siempre en un tono tragicómico. Como aquella tarde en que abuela—tan dispuesta a boicotearte las vacaciones—te convidó a asistirla para comprar los mandados y fuiste testigo de ese momento feliz en que llegaron las mandarinas a la placita y Abue’ te premió con una jaba entera. Con la jaba y una solicitud real-maravillosa: ¡Espérame aquí sentada, que voy a la funeraria a conversar!

 

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