Inversiones no recuperadas: el caso de la fábrica de fertilizantes NPK de Cienfuegos

Si entendemos que cada proyecto de inversión estatal surge para darle solución a un problema, cada obra que se malogra es un problema con el que no dejamos de convivir.

Foto: Juan Carlos Dorado/5deseptiembre.cu.

Casi culminaba el 2018. No se avizoraba en el horizonte cubano la pandemia que llegó poco más de un año después, ni la escasez que con ella se agudizaría a niveles críticos, cuando se conoció la esperanzadora noticia: la conclusión del montaje estructural de la mayor fábrica de fertilizantes de Cuba.

La Fábrica de Fertilizantes Nitrogenados NPK (Nitrógeno, Fósforo y Potasio) de Cienfuegos, en la región central del país, comenzó a ejecutarse a inicios de 2017. Perteneciente a la Empresa Química (EQUIFA) del Ministerio de Industrias en esa provincia, fue ejecutada con apoyo de la Compañía de ingeniería AAR ESS EXIM de la India. Erigida en la zona industrial del territorio con un diseño de producción de 55 toneladas (t) de fertilizantes mezclados por hora, los cuales se logran a partir de la unión de diferentes tipos de productos terminados —e importados— que se complementan con la zeolita de producción nacional.

Las principales empresas estatales productoras de abonos minerales o químicos nitrogenados en ese momento en Cuba eran la Empresa «Revolución de Octubre», de Camagüey —con una capacidad productiva anual de más de 280.000 t; y la planta de producción «Rayonitro» en Matanzas —con potencial para 150.000 t de fertilizante granulado mezclado NPK. A estas debía sumarse la planta cienfueguera, con la tecnología más moderna del país y las mayores posibilidades de producción: un total de 300 000 t de fertilizantes mezclados cada año.

La inversión total del proyecto alcanzó los 41 millones de dólares; y la parte fundamental fue erogada por el Estado cubano. De este monto, la India aportó aproximadamente 3,5 millones de dólares, para el financiamiento en equipos y tecnologías, y además contribuyó con asesoría técnica y preparación del personal cubano.

Dividido en dos etapas, el proyecto contaría en la primera —entre 2019 y 2021— con el complejo mínimo de operación que, desde el inicio mismo de sus operaciones y con la garantía de las 10 000 t de materia prima importada, permitiría producir 15.000 t mensuales. Esa primera parte de la planta —el llamado complejo mínimo de arranque— se concibió para iniciar los procesos de prueba y puesta en marcha en enero de 2019. Sus producciones implicarían un ahorro del 25 por ciento en costos de importación de productos terminados como el sulfato de amonio, el fosfato diamónico, el fósforo y el cloruro de potasio, por concepto de empleo de la zeolita nacional como complemento de las formulaciones.

En su año inicial (2019) debió contribuir al plan de la economía con 79.300 t de fertilizantes. Mientras, en los dos siguientes (2020-2021) tributaría 150.000 t anuales, según los pronósticos declarados por Mario Valmaseda Valle, director de EQUIFA al semanario 5 de Septiembre. Debían transcurrir tres años para que la planta alcanzara sus máximos niveles productivos.

Por causas nunca explicadas, no fue hasta julio de 2019 —y no en enero de ese año como se anunció—, que fueron elaboradas las primeras 200 t con destino al sector agrícola nacional. En esa fecha comenzaron las pruebas tecnológicas,  la calibración de equipos e inspecciones al comportamiento del flujo en la nave de producción según dijo Leonardo Arevich, vicepresidente primero del Grupo Empresarial de la Industria Química, a Granma.

Fue durante estas primeras pruebas de garantía de la planta cuando los resultados en materia productiva no se ajustaron a las proyecciones: en el intento de llevar la maquinaria al 100 por ciento de su rendimiento, los especialistas constataron que el motor del mezclador —considerado el corazón de la fábrica— no lograba alcanzar su capacidad de diseño. La planta fue paralizada y comenzaron las negociaciones para la obtención de un nuevo motor. Esto provocó que no se lograran las 79.000 t proyectadas para el año inicial.

Aunque el proceso de negociación para la compra de un nuevo motor finalizó de forma exitosa en febrero de 2020 —cuando arribó a Cienfuegos el equipamiento—, transcurrió todo un año hasta que, en marzo de 2021, la planta «restableció» sus producciones. El plan productivo para lo que restaba de 2021 (abril-diciembre) fue fijado en apenas 44 000 toneladas. De estas, según recientes declaraciones de Yeny Serrano Castillo, directora de la Empresa Química de Cienfuegos, se alcanzó la muy modesta cifra de casi 6.300 t. Los cálculos más simples evidencian que tampoco se alcanzaron las 150.000 t anuales proyectadas para 2020 y 2021.

Concluido el primer trienio desde la «puesta en marcha» de la planta, y como ha sucedido con otros proyectos semejantes en el país, los millones de dólares invertidos no han reportado el beneficio previsto a la economía, pues no se han cumplido los planes para la etapa. Tampoco, como puede suponerse, se ha alcanzado la ejecución potencial. De tal modo, los millones invertidos no se han recuperado. Y todo ello, a pesar de haber «sido objeto de riguroso chequeo por la dirección del país y de la provincia desde el comienzo de su ejecución».

Según datos del Ministerio de Agricultura, la demanda anual de este tipo de fertilizantes en Cuba oscila entre las 400 mil y las 500 mil toneladas. Las estadísticas, al cierre del año anterior, evidenciaban a los fertilizantes nitrogenados NPK como la variedad más utilizada.

La producción nacional de abonos minerales o químicos nitrogenados (a base de nitrógeno, fosfato y potasio) no cubre la demanda y en el último lustro registra una tendencia descendente. Solo en 2019, Cuba produjo la mitad que cinco años antes. En contraposición, el consumo ha aumentado de manera constante, lo que ha obligado a cubrir escasamente la demanda mediante importaciones.

Este tipo de abonos han sido los únicos cuyas importaciones han mostrado un incremento moderado en el último lustro. Esto en un contexto de decrecimiento de las importaciones totales de abonos en el país, donde la caída registrada es de casi un 54% entre 2015 y 2019 —debido a limitaciones financieras. El costo para el país de esta demanda nacional insatisfecha mediante la producción local no es desestimable: el valor de las importaciones anuales de abonos entre 2015 y 2019 en Cuba  fluctuó entre los 96 y 45 millones de dólares. 

El costo para los productores individuales no es menos importante. Lo confirma Leonel Sosa, campesino espirituano: «al sector campesino del centro del país se les entrega abono nitrogenado solo para cultivos priorizados, como el tabaco, y de forma limitada. Para el resto de los siembras hay que comprarlo a 2.300 CUP el saco, en el mercado informal, y aún a ese precio está difícil de conseguir».

Inversiones nuevas, viejos problemas

La historia reciente del país cuenta con más de un ejemplo de inversiones millonarias que, contra todos los planes y pronósticos, pasan los años y no devuelven el gasto. Uno de los casos con mayor impacto mediático en días recientes es el de la primera bioeléctrica del país, cercana al central azucarero Ciro Redondo, en Ciego de Ávila, cuya construcción se inició en abril de 2017. Tras varios intentos fallidos para conectarse al Sistema Eléctrico Nacional (SEN), aún no genera energía. Por su diseño podría aportar a la generación nacional  60 megawatts /hora y ahorraría al país alrededor de 100 000 barriles de petróleo al año. La inversión total se ha estimado en más de 185 millones de dólares.

Otro caso es el de la primera fábrica de mascarillas de Cuba. El proyecto inversionista comenzó en Matanzas, en 2020, dentro un contexto de altísima demanda de estos medios de protección. Sin embargo, en octubre de este año se conoció que a tres meses de su puesta en funcionamiento, aún no se había comercializado el primer nasobuco. En los almacenes de la instalación se acumulaban más de 250.000 mascarillas sin salir a la venta. Las líneas de producción pueden conformar hasta 120 mascarillas por minuto, que si bien no cubrirían la demanda total de estas piezas, aliviarían el acceso en el mercado nacional. La inversión total ascendió a más de 5 millones de dólares.

Aunque estos son casos de la historia reciente, el problema, en esencia, no lo es. Tampoco es un asunto desconocido. El Ministerio de Economía y Planificación (MEP) que, junto con otros organismos de la Administración Central del Estado, regula y controla el proceso inversionista en Cuba, en su informe del Plan de la Economía 2020, reconoció que «el ritmo inversionista está por debajo de lo que demandamos para nuestro desarrollo».

Este ritmo no puede incrementarse sin resolver antes «los problemas que lo afectan», que «no son nuevos», pero impiden a la economía alcanzar superiores tasas de crecimiento. Resulta «imprescindible que las inversiones se amorticen con su rendimiento y que el pago de los financiamientos no sustraiga liquidez al país», subrayó, sin sutilezas, el informe.

En criterio del reconocido economista cubano Dr. Juan Triana Cordoví, la deficiente ejecución de las inversiones en la isla se debe a la falta de planificación y al descontrol. «Esta deficiencia se ha reiterado año tras año, lo que afecta la explotación de importantes objetivos de producción, con una dañina secuela en los ingresos y ahorros del país».

Los expertos de la Universidad de La Habana, Lidia Villar y Víctor Rodríguez, en su estudio titulado «El proceso inversionista y la financiación de inversiones en Cuba: deficiencias, limitaciones y retos» afirman que «existen numerosas insuficiencias a lo largo del proceso inversionista en Cuba: desde una mala preparación de las inversiones, graves deficiencias en la fase de ejecución, hasta problemas con la disponibilidad de financiamiento (en términos de plazos y costos)».

Varias son las causas que confluyen y deben ser corregidas para la erradicación de la ineficiencia que parece factor común a los procesos inversionistas de la Isla. El propio MEP lo estableció claramente: «cuando una inversión tiene previsto generar ingresos frescos en divisas por exportaciones o ahorrar divisas por sustituir importaciones y no lo logra, hay que sacar dinero de otro lado para pagar su financiamiento y eso no nos desarrolla, en realidad nos empobrece».

Nadie se beneficia con los resultados deficientes o inexistentes de una inversión. Un país al que no le sobra el dinero no puede darse el lujo de malgastarlo. Y en eso derivan estos proyectos fallidos. Si entendemos que cada proyecto de inversión estatal surge para darle solución a un problema, cada obra que se malogra es un problema con el que no dejamos de convivir. De tal modo, tenemos una bioeléctrica que no genera energía; confeccionamos mascarillas que no llegan a comercializarse, y aunque el país ha erigido una planta para producirlos por cientos de toneladas anuales, no hay fertilizantes nitrogenados en los campos de Cuba. Y ya casi culmina el 2021.

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