We seceded where others failed…
“La gente de la concha” es una categoría identitaria surgida hacia fines del siglo XIX en Key West para designar, primero, a los descendientes de bahameses y, después, a los allí nacidos o “naturalizados”. Ya entrado el XX, la proclamación de la República de la Concha, en 1982, constituyó un capítulo específico de las contradicciones entre lo local y lo federal, inscritas en el corazón de la Unión desde su génesis misma, y desarrolladas durante más de dos siglos de acontecer histórico.
En abril de ese año, la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos obstaculizó sin notificación previa la salida de vehículos de los cayos de la Florida, en la carretera US1, buscando drogas y emigrantes indocumentados. Aunque no se trataba de una frontera internacional, estaban pidiendo documentos a residentes y ciudadanos estadounidenses para verificar su estatus, y por supuesto registrando sus automóviles. El Gobierno federal trataba de resolver así un problema suyo, pero le creaba otro a las autoridades locales: los embotellamientos, un verdadero dolor de cabeza para los habitantes de los cayos, y sobre todo para los turistas, que comenzaron a cancelar sus reservaciones en los hoteles y a afectar por consiguiente una economía local abrumadoramente movida por la industria sin humo. Las autoridades de Key West, encabezadas por su alcalde, Dennis Wardlow, decidieron entonces hacer lo indicado: llevar el caso a una corte federal en Miami. Pero perdieron. A la salida del juicio, la prensa preguntó cuál sería el próximo paso. La respuesta fue la siguiente: “Regresaremos a casa, nos vamos a separar. Mañana al mediodía los cayos de la Florida se van a separar de la Unión”. Naturalmente, una verdadera bomba político-mediática.
En efecto, el día después, a esa misma hora, el gobierno de la ciudad se reunió en Clinton Square, frente al edificio de la vieja aduana, para anunciar la secesión en medio de reporteros y agentes federales, estos últimos dispersos, con sus clásicos atuendos, entre parroquianos con camisas de colorines, pulóveres, shorts y sandalias. Wardlow lo dio a conocer: dado que el Gobierno los había tratado como un país extranjero, Key West había decidido salirse de la Unión. Como Primer Ministro, enarboló por primera vez la bandera azul y amarilla de la República de la Concha, leyó la declaración de independencia y dijo que estaban en guerra con los Estados Unidos. Durante un minuto, los nuevos ciudadanos atacaron a oficiales de la Marina, los Guardacostas y los agentes federales allí presentes… lanzándoles pan cubano duro.
Al final, nuestro hombre se rindió ante un oficial de la Marina y anunció que pedirían a los Estados Unidos 1 billón de dólares en ayuda externa para “compensar el largo sitio federal”. Todo un acto de teatro político. De impostura. Mascarada. Látigo y cascabel. Sin embargo, con resultados prácticos inmediatos: el levantamiento del bloqueo a la US1 y la subsiguiente normalización del tráfico vehicular. Always in humor, sometimes in anger, reza desde entonces uno de los mantras de Key West. La tolerancia, el humor y la excentricidad constituyeron, a partir de ese momento, oficialmente, sus marcas distintivas. Y tres atractivos para seguir halando al turismo, junto a sus bellezas naturales y su patrimonio arquitectónico y cultural. Lo otro es su liberalismo, ese que muchas veces hace lucir a los liberales de Berkeley como rancios conservadores republicanos.
En 1995 se produjo otro incidente. En septiembre, el 478 Batallón de Reserva del Ejército de los Estados Unidos organizó unas maniobras simulando la invasión a una isla extranjera. De nuevo, las autoridades locales no fueron advertidas. Mandaron cartas de protesta al Pentágono y al Secretario de Estado. La República de la Concha le declaró por segunda vez la guerra al Gobierno rompiendo una barra de pan cubano viejo sobre la cabeza de un individuo vestido de militar. Su Marina, compuesta por una modestísima flota de embarcaciones apagafuegos y yates particulares, atacó a naves enemigas, de la Marina y los Guardacostas, con cañones y globos de agua, y les lanzaron pan cubano duro y frituras de concha (cobo), un aporte bahamés a la identidad culinaria local. Tony Tarracino, por entonces el alcalde de Key West, nombró como Secretario General a Peter Anderson (1947-2014), quien hasta su muerte encarnó como pocos el espíritu de la concha. Expedición de pasaportes de dos categorías: ordinarios y diplomáticos. Conch-sulados en Suiza, La Habana, Maine y Nueva Orleans. Celebración de la independencia cada 23 de abril: diez días consecutivos de fiesta. Carreras de travestis en pullas por Duval Street. Y sobre todo una filosofía: “Buscamos llevar más humor, calidez y respeto a un mundo cada vez más necesitado de esas tres cosas”.
Devastación en Cayos de Florida presagia largo camino de recuperación
Esa misma independencia / reticencia hacia lo federal, de la que aquí se relacionan solo un par de momentos por cuestiones de espacio, constituyó la razón por la cual una parte no despreciable de la población de Key West no se evacuó con Irma, a pesar de su carácter mandatorio y de los insistentes reclamos de las autoridades. Según su actual alcalde, Craig Cates, de sus 24,500 residentes, alrededor de 10,000 decidieron no marcharse y enfrentar desafíos que sabían de antemano descomunales, por las características mismas del huracán. Barbara Bowers, agente de bienes raíces y columnista del periódico Key West Citizen, llegó a pedirles, enfáticamente, no abandonar el territorio: “No dejen que los llamen cobardes”… Rick Davis, quien le hizo caso, al final de la jornada fue un poco más desafiante levantándole el índice a los federales: “Nos dijeron que íbamos a morir, y que deberíamos evacuarnos. Pero aquí estamos”.
Ese es el espíritu de Key West, y su identidad, compuesta también por bares emblemáticos como el Sloppy Joe’s, inaugurado el 5 de diciembre de 1933, el mismo día en que terminó la Prohibición (Ley Seca). Por eso algunos decidieron esperar a Irma empinando el codo. “Esto es normal en Key West. Con un generador y alcohol, somos felices”, dijo un parroquiano, pero solo para ser corregido de inmediato por una voz medio acuosa: “En realidad, nada más necesitamos el alcohol”… Un periodista de USA Today, entre los primeros en entrar al cayo tras el paso de la bestia, dio fe de lo que ya sospechaba: no había electricidad, ni telefonía celular, pero sí gente bebiendo en lugares abiertos como si nada hubiera pasado. “¿De qué se sorprende?” –le preguntó un hombre de 68 años. “Esto es Key West, si no fuera así, me preocuparía”.
En términos humanos, solo hubo tres muertos –personas de la tercera edad, por causas naturales– y unos treinta heridos, ninguno de gravedad. Techos al aire, viviendas arrasadas, árboles al piso, palmeras al rape; en suma, destrucción, pero no a la manera de Cudjoe Key, Big Pine Key o Marathon Key, donde el apocalipsis fue ley. Instituciones como la casa-museo de Ernest Hemingway no tuvieron daños significativos. Duval Street, la arteria principal, con sus bares, restaurantes, tiendas y negocios, no sufrió golpes duros. Las afectaciones a la infraestructura turística y los hoteles resultaron más bien cosméticas.
“Lo bueno es que todo puede repararse”, dijo un residente, “aunque tome su tiempo”.
Love it! Ahora pienso que ese encanto especial de Key West tenga mucho que ver con su espíritu secesionista. Gracias por el aporte!