Ya les he comentado durante esta semana que Gibara, sede del Festival Internacional de Cine Pobre es una ciudad llena de leyendas. El sitio web del festival ha publicado una bella historia de amor que sucedió en la Villa Blanca en el siglo XIX. Quise compartirla con los lectores de OnCuba para que si alguno de ustedes visita esa ciudad y encuentra a su paso el monumento de la Copa de amor, sepa que esa no es una escultura cualquiera.
Los amantes
Ignacia Nates y Mastrapa bordaba tapices hermosos y tocaba el piano en las veladas de la casa. Y era bella, admirablemente bella. Tanto que Adolfo Ferrín se enamoró perdidamente de su rostro y venía a cortejarla en las noches. Venía a asegurarse de que los marinos invitados a las tertulias no le arrebataran la conquista y le pedía a la muchacha que fingiera estar herida para que eludiera sus obligaciones frente al piano. Ignacia y Alberto iban a casarse sin saber que la fatalidad estaba escrita en su destino.
Con 17 años, la parca se llevó la vida de la joven. Como en el drama clásico de Shakespeare, se dice que el novio murió luego, desconsolado por la pérdida. Antes, sin embargo, mandó a construir en Italia un panteón para su Ignacia: La Copa del Amor, el monumento más famoso de Gibara, ha perpetuado el enigma de los novios. Unos dicen que Ignacia murió de un infarto al creer a Adolfo perdido en el mar después de un naufragio. Otros aseguran que un derrame cerebral acabó con la vida de la novia unas horas después de que Adolfo tocara a su ventana para entregarle el anillo de compromiso. Lo cierto es que en 1872, en los predios de Gibara, se frustró para siempre una historia de amor… y comenzó la leyenda.