Menos que un merengue en la puerta de una escuela. Eso fue, en opinión de Miguel, lo que duró La Habana en la primera fase de la desescalada post COVID-19. Su criterio parece exagerado si se analiza literalmente, pero no lo es en lo absoluto si le mira desde el prisma de la sabiduría popular. “La marcha atrás se veía venir ―explica este jubilado habanero―, estaba cantada”.
Poco más de un mes se mantuvo la capital cubana en el primer escalón de la vuelta a la normalidad y, contrario a lo que sucedió en el resto de la Isla, no logró seguir avanzando. Apenas unos días después de su entrada a la etapa recuperativa, ya las autoridades capitalinas debieron abrir dos eventos de transmisión local en los municipios del Cerro y Diez de Octubre, y desde entonces los focos se han incrementado. Y aunque la principal urbe cubana llegó a no reportar casos autóctonos dos días seguidos y cumplió por un breve período de tiempo los indicadores sanitarios para pasar a la segunda fase, lo cierto es que nunca pudo bajarse por completo de la cuerda floja.
Con los 54 casos reportados al cierre de este viernes, hoy la principal urbe cubana registra 1.890 positivos, el 57,4 % de los 3.292 de todo el país desde que comenzó la pandemia. Solo en la última semana esta cifra ha crecido en 295 infectados en La Habana.
Además, la capital tiene una tasa de incidencia por encima de 86 por cada 100.000 habitantes, y mantiene abiertos siete eventos de transmisión, en los municipios de la Habana del Este (2), La Lisa (2), Playa (1), Plaza (1) y Marianano (1) –este jueves se cerró un octavo en Tarará–, así como un centenar de focos repartidos a lo largo de su geografía. De hecho, la dispersión de los contagios, el alto número de asintomáticos y la presencia de enfermos de los que no ha podido precisarse su fuente de infección, mantienen encendidas las alarmas del personal sanitario y el gobierno habanero.
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“Aquí todo el mundo se creyó que ya la pandemia se había acabado ―opina Miguel, jaba en mano y mascarilla correctamente colada en su rostro―. No nos habían pasado todavía a la primera fase y ya esto era una fiesta: mil gente en la calle, muchachos jugando en las esquinas, gente tomando ron, personas con el nasobuco mal puesto o, incluso, quitado. Hasta los médicos se relajaron. Eso, para no hablar de las colas, que es harina de otro costal.”
Miguel viene justamente de una cola. O, en verdad, de dos: de la del mercado y de la de la panadería, de las que regresa con compras para algunos días y en las que gastó cerca de una hora. Nada del otro mundo, asegura, y menos si se les compara con la cola de la shopping, donde, aun con la policía y todas medidas organizativas establecidas para controlar a los “coleros”, “te puedes pasar la mañana entera si sacan pollo, o peor”. Este, dice, es su andar cotidiano, un andar en el que ahora, a una semana de la vuelta de la ciudad a la fase epidémica, no deja de asombrarse por la cantidad de personas y medios de transporte que sigue viendo en sus contadas salidas.
“Se supone que no debería ser así, porque mira que han advertido por la televisión, que han hecho Mesas Redondas explicando las medidas y tratando de alertar a la gente, pero nadie escarmienta por cabeza ajena”, reflexiona.
El municipio en el que vive, el Cerro, está considerado uno de los de muy alto riesgo en cuanto a la transmisión del Sars-Cov-2, según la clasificación de las autoridades de La Habana. Sin embargo, en su zona, en el Consejo Popular Latinoamericano, aunque volvieron a repartir el fármaco homeopático PrevengHo-Vir, “hace rato” que no ve estudiantes de medicina u otro personal de Salud haciendo pesquisas “como al principio, cuando me tocaban a la puerta todos los días”. Tampoco le parece que haya suficientes policías e inspectores, no ya para organizar las colas, sino para hacer cumplir las disposiciones del gobierno, para “llamar la atención” a los infractores e indisciplinados que “siguen como si nada”, para poner “mano dura”.
La responsabilidad para superar el rebrote no es, ciertamente, solo de la población, como tampoco lo es la de haber retrocedido. El propio presidente del Consejo de Defensa Provincial en La Habana, Luis Antonio Torres Iríbar, reconoció días atrás que, junto a la irresponsabilidad y baja percepción de riesgo de parte de la ciudadanía, también se habían detectado fallas, indisciplinas, excesos de confianza, violaciones en los protocolos, en entidades estatales e instituciones de Salud capitalinas, así como en funcionarios encargados de hacer cumplir lo establecido para contener la enfermedad.
“Si todo el mundo no pone de su parte ―razona Miguel―, no se puede. De lo contrario nos coge el fin de año en esto. Ya ahorita estamos en septiembre, como quien dice, y hasta podría suspenderse la Serie Nacional. Con las ganas que tengo yo de ver jugar a Industriales en el Latino.”
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A inicios de semana, poco después de anunciarse el retroceso de La Habana a la fase de transmisión, el cierre de bares, playas y piscinas y la suspensión del transporte público, entre otras medidas, las autoridades alertaron que la ciudad se encontraba en una “situación compleja” que podía superar el pico de contagios registrado meses atrás, y exhortaron a las personas y a las entidades estatales, una vez más, a cumplir lo dispuesto y muchas veces repetido.
El ministro de Salud Pública (Minsap), Dr. José Ángel Portal Miranda confirmó que la Isla vivía un rebrote de la COVID-19, con la capital como epicentro, y aseveró que el escenario pudiera volverse incontrolable de no tomarse “las medidas pertinentes a tiempo”. Por su parte, el gobernador de La Habana, Reinaldo García Zapata llamó a “la responsabilidad individual y colectiva, a respetar el distanciamiento físico, el aislamiento social y el cumplimiento de las disposiciones higiénico-sanitarias”, e insistió en la importancia de mantenerse informado sobre la situación epidemiológica para “actuar en consecuencia”.
“No tenemos derecho a violar lo que está establecido, por lo que se actuará contra los negligentes e irresponsables”, dijo García Zapata, quien afirmó que las medidas tomadas también respondían a la opinión popular y que, tras su adopción, gran parte de la población capitalina ha sido “consecuente” con el llamado del Consejo de Defensa Provincial y ha acatado las orientaciones.
“Esas son las actitudes que tenemos que asumir”, apuntó.
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Sin embargo, no son pocos los habaneros preocupados por la actitud de sus coterráneos en las actuales circunstancias; los que, como Miguel, piensan que las autoridades no pueden ser complacientes con la manera en que muchos asumen la emergencia, ni deben tolerarse brechas que permitan al virus seguir propagándose dentro y fuera de la ciudad.
“No tengo que salir de la casa para sentir el ruido de la calle, a los vecinos gritando lo que llegó a la tienda, a los carros pitando, a los vendedores ambulantes. Es como si siguiéramos en la primera fase, o en realidad, es casi como siempre, lo que sin guaguas”, cuenta Yamilka desde la Habana Vieja. Ella también tiene que “hacer sus cosas”, sus compras y gestiones indispensables “como todo el mundo” ―ahora mismo viene de un cajero electrónico, explica―, pero ya no sale “a dar una vuelta” ni va a visitar a sus amigas como hacía antes. “Ni siquiera voy a la peluquería ―se lamenta―. Yo misma me tiño el pelo, que para eso tengo tinte, manos y espejo. Además, estos no son tiempos para estar arreglándose como si una fuera de paseo.”
Yamilka, quien alquila habitaciones que ahora mismo están cerradas por la pandemia, no cree en realidad que todos los habaneros sean indisciplinados e insensibles, y entiende que muchas personas están cansadas tras varios meses de confinamiento y necesitan “despejar”. Ella misma, cuenta, en cuanto “la cosa mejoró” se pasó unos días con su familia en una casa en la playa, en Guanabo, “qué mucha falta que nos hacía”, y “mira, tú ―comenta―, nos pusimos claros porque después empezaron a aparecer casos de COVID por allá y ahora mismo todo eso está trancado. Si vamos un poco después hasta nos hubiésemos podido enfermar. No quiero ni pensarlo.”
Por eso, asegura, le molesta la indiferencia y despreocupación de “unos cuantos que no entienden que hay que protegerse”; que siguen aplaudiendo a las 9:00 de la noche ―“aunque ya muchos ni aplauden como antes”―, pero se desentienden del Sars-Cov-2 en el resto del día; que, por muy buenos que sean los médicos y los medicamentos cubanos contra la COVID-19, quienes corren riesgos innecesarios no solo se ponen en peligro a sí mismos, sino también a su familia, a sus hijos, a sus amigos, a su comunidad.
“El coronavirus no es un juego, pero a mucha gente no parece importarle ―se queja―. A ver, qué tienen que hacer algunos, aquí mismo en el barrio, cargando con niños para la calle, o sentados en una esquina hablando tranquilamente sin nasobuco, o inventando fiestas. Lo peor es que una les dice algo y no te hacen caso. O se molestan y resulta que yo soy la mala de la película, una entrometida, solo porque les aconsejo que se cuiden”.
Yamilka tampoco entiende por qué, si volvieron a cerrar oficinas, si varios trámites y pagos de impuestos y servicios siguen en stand by, si suspendieron nuevamente el transporte público y prohibieron sentarse en los parques y hacer algunas actividades en el espacio público, al menos en La Habana, y han aconsejado una y otra vez mantener la distancia y no salir innecesariamente de las casas, sigue habiendo tantas personas desandando por las calles y en los bancos y gente “tirada una arriba de la otra” en las colas afuera de las tiendas, incluso “en la cara de la policía, que muchas veces no hace nada contra eso”.
“Una cosa es hacer cola ―reflexiona―, y otra bien distinta es estar en la pegadera esa sin necesidad. Si calle es lo que se sobra…”
“Al menos ya no dejan salir de la ciudad así como así ―agrega―, y para ir a Varadero hay que enseñar la reserva turística y el resultado negativo de un test rápido, pero el problema mayor está aquí adentro. Aquí en La Habana es donde tenemos que resolver de una vez; si no, la cosa se puede seguir complicando y ni con autorización van a dejar salir a nadie ni van a poder abrirse los aeropuertos y entrar turistas. ¿Y yo de qué voy a vivir si no abren la ciudad y empieza el turismo? Porque con todo cerrado, ni a los cubanos les puede uno alquilar un cuarto, aunque sea por un rato, tú sabes… Pero al paso que vamos, no creo que eso pase por ahora, la verdad.”
“Volvimos atrás porque nos confiamos ―concluye―, y en la confianza siempre está el peligro. Tropezamos con la misma piedra, a pesar de estar advertidos. Ojalá y las demás provincias se miren en este espejo y no permitan un retroceso, y que acá en La Habana aprendamos de una vez la lección. Mira que solo llevamos una semana otra vez en esto y ya me parece que es toda la vida.”