La Habana vive ya su nueva desescalada. La suya, la particular. Desde el pasado lunes, la ciudad entró en la fase 3 de la etapa recuperativa post COVID-19, tras reportar una mejoría de sus indicadores epidemiológicos. Sus habitantes parecen haberle tomado el pulso rápidamente a ese esperado momento.
La capital es, en la actualidad, la única provincia cubana en esa fase, en la cual “se concibe una mayor normalización de los servicios y actividades productivas, llevando a la normalidad aquellas que se consideren de menor riesgo, manteniendo implementadas las medidas para reducirlo”, según la nueva estrategia para el enfrentamiento a la pandemia en la Isla.
Sin embargo, debido a las complejidades que suponen las características territoriales —apenas una calle es muchas veces el límite entre dos municipios— y la densidad poblacional de La Habana, sus autoridades optaron por lanzar su propio plan recuperativo en el que, al menos de momento, no serán aplicadas todas las medidas previstas originalmente para la fase 3 de la desescalada.
Así, por ejemplo, se mantienen suspendidos los vuelos regulares durante todo octubre, en tanto los viajes en ómnibus y trenes hacia otras provincias comenzarán la próxima semana. Tampoco pueden funcionar los gimnasios en locales cerrados, ni los bares, centros nocturnos, discotecas y salas de fiesta; al tiempo que siguen vigentes las restricciones de capacidad establecidas previamente para el transporte público, los restaurantes y las piscinas.
El uso de la mascarilla o nasobuco sigue siendo obligatorio “en todos los escenarios” de la vida social, así como el distanciamiento físico y las medidas higiénico-sanitarias establecidas desde la llegada de la COVID-19.
No obstante, aun con las normas y restricciones todavía en vigor, la capital cubana luce hoy un rostro diferente. No han desaparecido las carencias, ni las colas, ni los problemas de siempre, como tampoco lo ha hecho el riesgo de contagio con el nuevo coronavirus, pero se respira más alivio, más alegría, más “normalidad” entre los habaneros.
Han vuelto los niños a jugar en los parques, los pescadores y los enamorados al malecón, los paseos familiares hasta ahora pospuestos. Han regresado las sonrisas y las distracciones a matizar las preocupaciones cotidianas, a colorear las sombras de la vida diaria y también las causadas por la pandemia.
Esta realidad, sin embargo, no puede trocarse en despreocupación, en confianza excesiva. La Habana ha logrado contener al coronavirus, pero no derrotarlo. Ha dejado de ser el epicentro de la epidemia en Cuba —triste condición que recae ahora en las provincias de Sancti Spíritus y Ciego de Ávila—, pero al menor descuido pudiera volver a serlo. Las imágenes que les mostramos hoy son, entonces, el testimonio de un momento que, esperemos, perdure por igual en las calles que en la memoria de sus protagonistas.