A una semana de levantado un grupo de restricciones, vigentes hasta entonces para contener la propagación de la COVID-19, La Habana muestra un rostro diferente. No se trata solo de una mayor actividad en las calles, que la hay, ni del regreso de los ómnibus al paisaje urbano, ni demás comercios, oficinas y restaurantes y otros negocios abiertos, sino también de la actitud de las personas, de la manera en que empiezan a asumir su “nueva normalidad”.
“Hay que adaptarse, no queda de otra”, asegura a OnCuba Luis, técnico en electrónica y propietario de un taller de equipos electrodomésticos que espera reabrir “en estos días” para mejorar su economía personal, golpeada por la pandemia.
“Ya lo reabrí en julio, cuando mejoró la situación del coronavirus, pero preferí cerrarlo cuando echamos para atrás, porque era mucho el riesgo y la salud siempre es lo primero —explica—. Ahora estoy dejando pasar unos días para ver cómo va todo, pero ya estoy listo para empezar, eso sí, extremando las medidas de higiene porque la enfermedad no se ha acabado y todos los días siguen saliendo casos en la ciudad. Pero tengo que hacerlo, porque si no, ¿cómo le doy de comer a mis hijos?”
“Yo estaba loca porque abrieran —refiere, por su parte, Marisol, empleada doméstica—, porque estos meses no han sido fáciles. He tenido que vivir ‘inventado’ porque me quedé sin trabajo prácticamente de un día para otro, y aunque hayan permitido coger una licencia y se haya pospuesto el pago de los impuestos, de algo uno tiene que vivir, ¿no?”
Según cuenta, ya ha estado en contacto con sus clientes habituales, y aunque alguno le pidió esperar todavía un tiempo —“es que esto del coronavirus ha sido duro para mucha gente”, dice—, otros ya le dieron luz verde para volver a empezar. Su mayor esperanza, confiesa, es que “la pandemia se acabe y pueda volver el turismo”, lo que le permitiría reconectarse con una casa de alquiler en la que trabajaba regularmente. “Pero mientras tanto —comenta—, al menos ya puedo ir haciendo algo y ganando mi dinerito.”
No obstante, aunque son muchos los que han visto con buenos ojos la desescalada iniciada en octubre, no faltan los recelos y las preocupaciones entre los habaneros. El propio gobierno de la capital cubana lo reconoció hace unos días en el programa televisivo Mesa Redonda. Entonces, la vicegobernadora de La Habana, Yanet Hernández, citó entre los aspectos que han generado más polémica en la población la reapertura de playas y piscinas, la vuelta del transporte público al 80% de su capacidad y el anuncio del reinicio del curso escolar el próximo 2 de noviembre.
En respuesta, Hernández confirmó que la reapertura que experimenta la ciudad “constituye un reto y grande, porque sabemos que la posibilidad de contagio es elevada”, pero reiteró el discurso que ha venido enarbolando el gobierno cubano en los últimos tiempos —enfatizado este jueves por el presidente Miguel Díaz-Canel al presentar al país la actualización de la estrategia de enfrentamiento a la COVID-19 en la Isla—, recalcando que esta nueva normalidad demanda “mayor responsabilidad individual, familiar, comunitaria, colectiva e institucional en el cumplimiento de las acciones higiénico sanitarias”.
Al final, la economía
Las palabras de la vicegobernadora habanera responden al enfoque manejado actualmente por las autoridades de la Isla frente a la pandemia, una perspectiva que modifica la estricta metodología diseñada para la primera desescalada de junio y julio, y que ha tenido ahora en La Habana un polígono de prueba. Se trata de una estrategia más pragmática, basada en la idea de convivencia forzada con la COVID-19 —en la que se adecúan las disposiciones establecidas hasta ahora para las etapas de transmisión y recuperativa— en sintonía con lo sucedido en otras naciones; que conserva el énfasis en la prevención, la vigilancia y el control epidemiológico y la atención médica como fortalezas del sistema cubano, y que, a la vez, refuerza la responsabilidad de la ciudadanía.
“Tenemos que cuidarnos un poquito más en nuestros hogares y centros de trabajo”, pidió a los habaneros el pasado 30 de septiembre el gobernador Reinaldo García Zapata, al anunciar la flexibilización de las restricciones en la capital. “Hay que asumirlo con compromiso”, dijo entonces, y aseguró que ahora “juega un papel importante la participación activa y responsable de cada persona, familia y comunidad para lograr los resultados que esperamos”.
Por su parte, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel, a la par de un llamado a seguir trabajando con “mucho rigor” en el sistema de Salud y demás instituciones y centros estatales, también ha apelado reiteradamente en los últimos días a “la responsabilidad individual, familiar, colectiva, comunitaria y social”. Esta, ha dicho, tiene que “ser constante”, porque “compartiendo responsabilidades nosotros podemos seguir avanzando hacia una situación más favorable en La Habana”.
De acuerdo con el mandatario y otras figuras del gobierno, la reapertura en la capital —como parte del nuevo plan nacional para la pandemia— se debe a los resultados de la estrategia sanitaria y las restricciones aplicadas, y a las experiencias acumuladas durante siete meses en el enfrentamiento a la COVID-19, que han permitido no solo lograr una mejoría de los indicadores sino también un aprendizaje para el manejo efectivo de la enfermedad. Y no les falta razón.
Si se comparan las estadísticas y el escenario epidemiológico de Cuba con los de la mayor parte del mundo, salta a la vista la buena gestión de la epidemia en el país, aun cuando no haya podido erradicarse la transmisión del coronavirus y varias provincias hayan experimentado un rebrote en los meses de verano. El éxito de las medidas de vigilancia y contención y los protocolos médicos, la labor del personal sanitario y científico, y la organización y el seguimiento gubernamental de las acciones frente a la COVID-19, han evitado una explosión del número de contagios y el colapso de los hospitales y las unidades de cuidados intensivos, y han mantenido baja la letalidad en la Isla.
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Sin embargo, como ya apuntamos en la primera parte de este trabajo, este cambio de enfoque y estrategia tiene, indudablemente, un trasfondo económico. Un trasfondo que las propias autoridades cubanas no han escondido y que gana mayor prominencia en un contexto de crisis económica azuzado por el impacto —nacional y global— de la pandemia, el incremento de las sanciones y el embargo estadounidense, y los problemas estructurales e ineficiencias crónicas de la economía doméstica, lo que llevó al presidente Díaz-Canel a reconocer este jueves que resulta necesario “imprimirle un mayor ritmo” a la implementación de la estrategia económica aprobada recientemente por el gobierno para paliar la crisis.
Días atrás, en una de las reuniones gubernamentales para evaluar la situación de la epidemia en la Isla, el mandatario aseguró que “en este nuevo momento, no podemos seguir con el mismo nivel de confinamiento, pues se hace necesario reactivar la vida” y apuntó que “las personas necesitan, además, reordenar su vida económica y laboral, así como requerimos que diversas instituciones se reactiven para que haya un mayor nivel de servicios y de bienes que ofertar a la población y así nuestra economía empieza a tener otro comportamiento”.
Las cifras hablan por sí solas. Según informó la vicegobernadora habanera, solo en la capital hasta el anuncio de la nueva desescalada los gastos asociados a la COVID-19 superaban los 125 millones de pesos, desglosados en partidas como la alimentación, el transporte, los medicamentos y los gastos de personal, entre otros. Además, los ingresos dejados de reportar al Presupuesto del Estado ascendían a unos nada despreciables 621 millones de pesos, el 13% de lo planificado; mientras que lo derogado en asistencia social y tratamiento salarial de personas que dejaron sus puestos de trabajo durante el confinamiento, y los costos por pacientes hospitalizados, ingresados en centros de aislamiento y kits diagnósticos, ahondaron el agujero negro de las arcas estatales.
Para que se tenga una idea, según lo ejemplificado por Hernández, solo en agosto el costo de los pacientes hospitalizados en La Habana rondó los 3 millones de pesos, en tanto el de los ingresados en centros para sospechosos superó los 930 mil. No es de extrañar entonces que el nuevo plan frente a la COVID-19 en Cuba, presentado este jueves, contemple para la “nueva normalidad” el ingreso domiciliario de los contactos de casos confirmados y sospechosos, y no en hospitales o centros de aislamiento —salvo para personas vulnerables y otras excepciones—, una característica que había distinguido hasta ahora la estrategia cubana. Lo mismo sucederá con los nacionales que lleguen del exterior, quienes no tendrán ya que pasar una cuarentena en una institución estatal, sino que serán vigilados en sus hogares por la atención primaria de Salud, mientras los turistas irán a sus hoteles a la espera de los resultados de sus respectivos PCR.
De fases, cambios y cifras
Si descontamos los nuevos casos reportados este viernes —correspondientes al cierre de la jornada anterior—, hasta la primera semana de octubre La Habana sumaba 3.321 enfermos detectados con la COVID-19, el 56,1% del total de Cuba. Desde la llegada del coronavirus a la Isla, la capital ha sido el epicentro de la epidemia, aun cuando haya fluctuado entre picos y mesetas, entre descensos y rebrotes, y, en consecuencia, haya transitado por diferentes períodos hasta llegar a la desescalada en marcha por estos días.
Una mirada a varios indicadores epidemiológicos de la urbe en los últimos meses, en particular de los momentos previos a los cambios de fases y estrategias para el enfrentamiento a la enfermedad, permite comprobar no solo la evolución de esta en la geografía habanera, sino también de la interpretación de su desenvolvimiento por la población y el gobierno, del enfoque asumido por las autoridades para aplicar medidas o levantar restricciones, a partir de la experiencia adquirida y sin desdeñar el ya mencionado componente económico.
De esta forma, no es difícil descubrir que si para el paso de la capital a la fase 1 de la recuperación a inicios de julio, según la metodología aplicada previamente, se esperó hasta que las cifras descendieran considerablemente —y, no obstante, a parte de la población le pareció precipitado—, para la reapertura actual los indicadores se interpretaron de manera más pragmática y, aun así, su acogida por los habaneros, exhaustos tras siete meses de la pandemia y, en particular, luego de un mes de duras restricciones, parece haber sido menos alarmista.
Un simple conteo deja ver que si en los 15 días previos a la reapertura iniciada el 3 julio los nuevos casos fueron solo 57 y la tasa por cada 100 mil habitantes era de 2,7, en los 15 días antes de la “flexibilización” de las restricciones el 1ro de octubre, estos mismos indicadores ascendían a 358 y 16,8, superiores incluso a los del período previo al retroceso decretado el 7 de agosto, y cercanos, aunque inferiores, a los de cuando se decidió imponer el toque de queda nocturno y otras medidas restrictivas a partir del 1ro septiembre. Sin embargo, esta mejoría, junto a la de otros importantes aspectos, como el del número de fallecidos, focos y eventos de transmisión activos, resultó suficiente para levantar prohibiciones y comenzar la desescalada, aun con la ciudad en fase de transmisión.
Una comparación de las secuencias temporales de estos cuatro momentos previos a los cambios de fases y medidas decretados en La Habana (del 18 de junio al 2 de julio, antes del pase de la ciudad a la fase 1 de la recuperación; del 23 de julio al 6 de agosto, antes del regreso a la fase de transmisión autóctona limitada; del 17 al 31 de agosto, antes de la aplicación de restricciones más severas; y del 16 al 30 de septiembre, antes del desmontaje de esas restricciones), también permite comprobar las similitudes y diferencias entre las mismas, los picos y caídas en la cantidad de casos diarios que verifican numéricamente el empeoramiento o la mejoría del escenario epidemiológico.
Hemos incluido en un gráfico otros cinco días en estas secuencias temporales, posteriores a la fecha de cambio, de manera que pueda verse la evolución temprana de ese escenario una vez que entraron en vigor las nuevas fases y medidas.
Además, también le proponemos otro gráfico centrado solo en las dos últimas secuencias (fines de agosto y fines de septiembre), en el que pueden verificarse las divergencias y similitudes de ambos períodos en apariencia contrapuestos —uno que condujo a restricciones más estrictas y otro, a un levantamiento de estas y otras medidas—, y también el peso que tuvo en ambos momentos La Habana dentro del total de nuevos contagios detectados en la Isla.
Finalmente, como quiera que ya ha transcurrido una semana desde el comienzo de la reapertura en la capital, le proponemos una mirada a lo sucedido en la ciudad en este breve período en el que, a juzgar por las cifras oficiales, la situación se ha mantenido favorable. Así, entre el 1ro y el 7 de octubre, la urbe habanera registró 66 contagios detectados (el 26 % con respecto a los nuevos casos de Cuba), un promedio diario de 9,4, y una tase de 3,1 casos por cada 100 mil habitantes.
Además, al cierre de este jueves se mantenían activos 40 focos y cuatro eventos de transmisión, uno de ellos abierto en la última semana. Sin embargo, aun cuando las estadísticas descubren un escenario positivo, los 20 nuevos casos reportados este viernes hacen parpadear nuevamente las alarmas y dan la razón a las autoridades habaneras y su llamado a “no bajar la guardia” ante el peligro constante que representa la COVID-19.
A partir del próximo lunes, de acuerdo con lo anunciado este jueves por el primer ministro Manuel Marrero en la televisión cubana, La Habana dejará de estar en la fase de transmisión autóctona limitada y entrará en la fase 3 de la etapa recuperativa. Un salto olímpico basado en los indicadores que muestra en estos momentos, los que, según explicó Marrero, han sido modelados especialmente para la capital teniendo en cuenta sus complejidades y diferencias con respecto al resto de la Isla.
Ello significa que, en concordancia con la nueva estrategia cubana frente a la pandemia, la ciudad no estará todavía oficialmente en la “nueva normalidad”, una categoría destinada a aquellos territorios con una mejor situación epidemiológica y a la que pasará la próxima semana casi toda la Isla, salvo La Habana y las provincias centrales de Ciego de Ávila y Sancti Spíritus, las más afectadas por el coronavirus en la actualidad. No obstante, el paso a esta fase pudiera darse en cualquier momento si las circunstancias mejoran, o, por el contrario, podría experimentarse un nuevo retroceso, de descuidarse las medidas y aumentar nuevamente los contagios en la urbe habanera. Una posibilidad que no puede perderse de vista y que demanda el compromiso de todos —gobierno y ciudadanía, entidades estatales y negocios privados—, aun cuando para los habaneros su idea de “normalidad” ya nunca será la misma.