La recurrencia del tema del salario y los ingresos de la población presente en cualquier análisis de la vida cotidiana de los cubanos, obliga a profundizar en la complicada realidad de lo necesario y lo posible: incrementar salario e ingresos deben corresponderse con los crecimientos productivos.
¿Hasta dónde la economía cubana actualmente puede llegar en el propósito de beneficiar los ingresos de los que trabajan en las nóminas estatales para con ello permitirles un nivel mayor de acceso a un mercado cada vez más severo?
Hemos escuchado y leído con frecuencia criterios y razonamientos acerca de cómo resolver este trascendente asunto, no sólo en términos del crecimiento económico, sino por el efecto social que implica y para el propio desarrollo ulterior del proceso de construcción socialista que se intenta perfeccionar actualmente.
Como asociación práctica se vincula la necesidad de una mayor remuneración salarial, o a decir mejor, del mejoramiento de la solvencia, con la imprescindible eliminación de la doble circulación de la moneda y de los dos mercados que ello induce.
Otros entendidos, y hasta prestigiosos académicos, reiteran como propuesta la disminución paulatina de la tasa de cambio de ¨mercado ¨ (Casas de Cambio-CADECA) entre el peso convertible y el peso.
Esta apreciación de la moneda oficial indudablemente incrementaría la solvencia de la población en general, pues se estima por cada peso de disminución de la tasa, habría un incremento de 4 por ciento en la capacidad de compra.
Tal decisión se sustentaría en una erogación en divisas que las finanzas del país respaldarían a la necesaria importación de bienes de uso y consumo para asegurar la correspondiente oferta en el mercado, que se enfrente a una masa monetaria con mayor poder de compra.
Disponer de los recursos necesarios para esta propuesta, significa extraerlos de los que el país acumula como parte de su reproducción económica, disminuyendo el nivel de inversión actual, e incrementando el consumo personal; pero hay que tener en cuenta el limitado crecimiento de los recursos disponibles.
¿Hasta dónde sacrificar la inversión tan demandada para la capitalización de la economía, y comprometer así el futuro? Veamos la posibilidad actual que tiene la economía cubana de materializar esta propuesta.
Según la información recogida en el Anuario Estadístico de Cuba del 2010, publicado por la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), el monto de recursos de la economía nacional para realizar sus inversiones entre el 2005-2009 promedió un 11,1 por ciento anual de todos los recursos para distribuir. Por su parte, el consumo final utilizó el 88,9 por ciento en igual período.
Debe agregarse que el gasto final efectivo de los hogares, como reflejo de los bienes y servicios que consumen los habitantes del país, entre el 2005-2010 creció a un ritmo promedio anual de un 7,8 por ciento.
Para asumir esta vía como solución, las arcas centrales de la nación tendrían que gastar divisas adicionales a las planificadas actualmente, que debe obtenerse de un incremento de las exportaciones o de la sustitución de las importaciones.
El crédito de corto plazo no sería la más conveniente de las alternativas porque evidentemente aumentaría el endeudamiento que tantos obstáculos representa para las finanzas externas.
Vale recordar la crisis de la cuenta corriente de la balanza de pagos en el 2008 (último dato disponible en el Anuario Estadístico), cuyo saldo negativo fue de poco más de 2 300 millones de pesos.
Esto sin tomar en cuenta la deuda externa acumulada, que hasta ese año ascendía a mas de 11 mil 500 millones de pesos, de la cual el 25,5 por ciento era de corto plazo, por tanto algunas de ellas ya estarán vencidas o deberán pagarse en estos años, lo que igualmente compite con el consumo y las inversiones.
Un criterio ha reiterado el Presidente cubano Raúl Castro Ruz en casi todos los discursos relacionados con la economía: “no se puede gastar más de lo que se tiene”, lo que equivale a una crítica de la etapa en que el consumo descansó en el endeudamiento del país.
Reordenar la economía, con la debida flexibilización y liberalización de las fuerzas productivas, debe ser el camino -tal vez el único- para resolver el grave problema de los ingresos de los trabajadores estatales y que los mismos se correspondan con el trabajo que realizan.
La anterior es el camino para convertir al trabajo formal en la principal vía de sustento de la familia de los asalariados; porque los estudios arrojan que hoy no sucede así.