Despojado, vilipendiado, abandonado a su suerte, fue a sucumbir Carlos Manuel de Céspedes a la aislada loma de San Lorenzo, en la Sierra Maestra. Para aquellas horas su vida debió ser un verdadero calvario tras la muerte de su hijo Oscar, la separación de la familia exiliada en EE.UU. y el golpe de estado sufrido en carne propia.
El Presidente Viejo le llamaban. Tenía 54 años. Era ya un proscrito; un hombre solo, un alma en pena. La muerte, traicionera y brutal, lo arrastró al barranco. También lo hicieron los vivos, de sus mismas filas. Quizás su trágico final tuvo mucho de metafórico: era “un sol en llamas que se hundía en el abismo”, como escribiría Manuel Sanguily.
Pero el padre de la independencia cubana no tendría la paz eterna ni después de muerto. Por los afanes de sucesivas generaciones, que han querido buscarle mejor reposo –curiosamente, dentro del mismo cementerio, el de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba– sus restos se han removido varias veces.
En fosa común
Procedente del costero poblado de Aserradero, en horas de la mañana del primero de marzo de 1874, toca muelle en la urbe santiaguera la goleta Santiago. Entre sacos de carbón, gallinas y puercos, los españoles traen como trofeo de guerra, mancillado, el cuerpo exánime del iniciador de la guerra de independencia.
Tiene un orificio de bala sobre la tetilla izquierda, un ojo amoratado y el cráneo hundido, evidencias de su duelo con las tropas del Batallón de San Quintín, dos días antes, en el recóndito paraje de la Sierra Maestra.
Lo tiran a la sombra de una ceiba frente al puerto. De allí lo trasladan al hospital civil La Caridad, aledaño a la Casa de Intendencia, en el barrio El Tivolí. En calzoncillo y tendido sobre una ordinaria mesa de pino exhiben el cadáver. “Humillante capilla ardiente que le deparó su destino para hacerlo más grande a los ojos de sus conciudadanos”, sentenciaría Emilio Bacardí en sus Crónicas.
Por la tarde, en La Lola –el carretón de los muertos vulgares– conducen al expresidente de la República en Armas hasta el cementerio municipal. Sin penas ni glorias lo entierran en una fosa común del patio G, en la hilera primera. Pocos santiagueros son testigos del hecho. Algunos de ellos establecen de inmediato una especie de guardia juramentada para resguardar el sitio, y maquinan un plan para hacerse de los restos.
Operación rescate
En marzo de 1879, cuando está a punto de vencerse el plazo de ocupación reglamentaria de la bóveda, y se corre el peligro de que los huesos del prócer sean lanzados al osario colectivo, el grupo realiza su exhumación en secreto.
“En la oscuridad de la noche, bajo la lluvia y alumbrados solo por la luz de los relámpagos, seis hombres se mueven en total silencio por el cementerio de Santa Ifigenia. No son seres escapados de sus tumbas, sino seis patriotas que decidieron rescatar los restos de Carlos Manuel de Céspedes, a fin de impedir que se pierdan para siempre”, recrea el periodista Ciro Bianchi en un artículo.
Agrega Bianchi en su versión que “encabeza el grupo Calixto Acosta Nariño, corresponsal secreto de Céspedes en Santiago de Cuba, que había visto su cadáver cuando lo expusieron en el Hospital Civil de esa ciudad. Lo conforman Luis Yero Buduén y José Navarro Villar. Hay también tres negros en el grupo. Pero sus nombres lamentablemente no quedaron recogidos en la historia”.
Tampoco la tarja que hoy marca esa segunda tumba reconoce más bienhechores que los tres intelectuales. “Cubano: descúbrete. En esta fosa fueron inhumados y salvados para la posteridad los restos gloriosos del héroe de La Demajagua y mártir de San Lorenzo. Loor a los salvadores: Dr. José Joaquín Navarro – Luis Yero Buduén – Calixto Acosta y Nariño”. Así reza el vetusto mármol.
En justicia a la Historia, otros cuatro humildes protagonistas tuvo el trascendental rescate: el celador José Caridad Díaz, el albañil Prudencio Lencho Ramírez, y los sepultureros José Dolores Acosta y Fernando Gómez.
El propio Acosta Nariño, médico de profesión, describe la impresión del instante: “Conmovía ver aquellas palmas negras (del celador y de Lencho) manejar sus picos con tanto cuidado como si fueran a tocar un cristal. Media hora después aparecían los restos completos del Padre de la Patria acompañados de relámpagos y truenos, como si los mismos quisieran participar de la escena fúnebre”.
Guiados por la tenue luz de un farol, Acosta y el también cirujano José Joaquín Navarro atraviesan el cementerio con los despojos guardados en un cofre. Vuelven a enterrarlos en una tumba comprada por Yero, y ubicada en uno de los patios más antiguos de la necrópolis. Queda sin epitafio, para que no la descubran.
“A la unidad de nuestro funeral –apunta Acosta– marcharon los dos negros sepultureros, quienes durante cinco años habían velado con fidelidad los restos, nos quitaron la caja, porque ellos también querían cargar al que había muerto por la libertad de todos. Llegaron por fin al lugar donde se iba a depositar en la bóveda los restos en caja, clavándolos después fuertemente, colocándolos en la bóveda cerrada por mampostería sin nombre, sin señal alguna, conforme a lo que se había previsto, pues se hizo la exhumación con el mayor civismo y a mediados de mes para que dichos restos no se hubiesen perdido”.
A la luz, nuevamente
No es hasta el 16 de octubre de 1898, ya finalizada la guerra, cuando se revela públicamente que Céspedes yace en la fosa 103 del patio B, al ser colocada en ella una lápida de mármol enviada por los emigrados cubanos residentes en Jamaica, a iniciativa de Bacardí. “Ya tienes Patria”, se lee en la placa.
En el período republicano, influido por el estado de abandono que presenta el nicho, el Consejo Provincial de Oriente acuerda la construcción de una tumba digna para el Padre de la Patria. Pero, por lo estrecho, el espacio donde yace resulta poco propicio para esa intención. Entonces se escoge un cuadrante de 7,60 metros por cada lado, situado en el lado izquierdo del pasillo central, en el primer patio. Una posición privilegiada en el camposanto.
Como homenaje al alzamiento de La Demajagua, que Céspedes liderara el de octubre de 1868, en esa fecha de 1909 se coloca en el cementerio la primera piedra para erigir el nuevo monumento funerario.
Una firma italiana representada en Santiago por Juan Dotta gana en concurso la ejecución del proyecto. De Carrara llegan las piezas de mármol a bordo del vapor Pío XI, a principios de marzo de 1910. La obra, de estilo ecléctico y magnífica factura decorativa, se monta en ocho meses.
Estructurado en tres secciones, el conjunto escultórico luce un busto del héroe del 68. Detrás de este se alza una columna rematada por un capitel y coronada por un copón a modo de llama eterna. A un lado, la efigie de la Madre Patria sostiene una rama de laurel, un escudo cubano y unos eslabones rotos que aluden al primer cubano en romper las cadenas del colonialismo. Varios pilares y esquineros completan el cierre virtual del panteón.
Como parte de las actividades patrióticas por el aniversario de la muerte de Antonio Maceo, en la mañana del 7 de diciembre de 1910 una multitud marcha desde el Palacio de Gobierno Provincial hasta Santa Ifigenia. Asisten a la exhumación de la caja que contiene los restos de Céspedes, desde su segundo y clandestino entierro ocurrido 31 años antes.
Cinco doctores y un dentista van extrayendo la osamenta. La ponen sobre una mesa cubierta con una bandera cubana, mientras un notario levanta acta de la operación. Una vez clasificados y contados guardan los huesos en una caja metálica, y esta a su vez, dentro de otra de madera. Emprenden el regreso al edificio gubernamental.
En el majestuoso salón de actos repleto de banderas y ramos de laurel, velan la urna en capilla ardiente. Guardias de honor escoltan lo que queda del gran bayamés. También el pueblo asiste al solemne homenaje que concluye a las cuatro de la tarde.
A esa hora, la comitiva se moviliza de vuelta al cementerio. Veteranos, representantes de los gobiernos nacional y local, cientos de estudiantes, bandas de música y una gran enseña nacional acompañan los restos de Céspedes hasta el nuevo y hermoso sepulcro, digno de su talla. Suponen que ahí descanse definitivamente. Es su tercera inhumación. Pero no será la vencida.
Última morada
Ciento siete años permanece el Padre de la Patria en ese punto, donde acuden a rendirle tributos varias generaciones de cubanos. Pero en 2017 vuelve a interrumpirse su reposo, cuando se decide trasladarlo hacia una nueva ubicación en el área patrimonial central; esa primera línea que se ha denominado Sendero de los Próceres y en la que también descansan los restos de José Martí, Mariana Grajales y Fidel Castro.
Coordinado por la Oficina del Historiador de la Ciudad santiaguera, y con la asesoría de similar institución en La Habana, el proyecto comenzó a ejecutarse a finales de junio del propio año, con un equipo multidisciplinario.
Se estima que más de 20 toneladas en segmentos de mármol fueron desmontadas del mausoleo de Céspedes. Se requirió de una intervención cuidadosa para mover, sin daños mayores, la volumétrica estructura de exquisita elaboración y frágiles decoraciones.
Fue necesario aplicar la ciencia para realizar un levantamiento arquitectónico previo del monumento. Lo escanearon por completo para conservar detalles y reproducir las piezas en tecnología 3D. Mediante geo-radar localizaron los restos.
El 30 de junio retiran la tapa de la cripta donde está Céspedes. Asoma una caja de cedro con piezas de plata incrustadas que rotulan su nombre, las fechas de nacimiento y muerte; así como los escudos de la República de Cuba y de Oriente. Descubren además un cajón de plomo soldado. Encima aparecen dos periódicos: El Liberal y La Independencia; y el acta de exhumación de 1910, a un costado.
De la urna extraen, ya deshecha por el tiempo y las aguas subterráneas del camposanto santiaguero, la misma bandera que envolvió desde aquel momento los sagrados huesos. Prácticamente ninguno se ha perdido en un siglo. Casi todo lo detallado en la relación anterior está in situ.
Para depositarlos en su nuevo emplazamiento, colocan los restos en un receptáculo de acero níquel soldado, que es introducido en una urna de cedro. También dejan bajo la superficie terrestre las alegóricas piezas de plata.
El 10 de octubre de 2017, en ceremonia de alcance nacional, Carlos Manuel de Céspedes es inhumado por cuarta ocasión. Como novedad, el actual monumento se eleva unos centímetros del nivel de terreno, y ostenta en plano inclinado unas letras de bronce alusivas a su personalidad histórica. Asimismo, al compás de una elegía, recibe el tributo de una guardia de honor desde que sale el sol hasta su ocaso.
En busca del sueño perpetuo, el padre de la independencia cubana ha vuelto a la tierra del cementerio santiaguero. ¿Será la actual su última morada?
Céspedes es la figura mas que admiración, le profeso amor ,respeto .creo que los sentimiento de un bayames no podrían contenerse dentro de algunas frases mi imaginación lo ve caminar por las calles de su ciudad natal . me encantaría viajar en el tiempo y conocerle y traer a nuestro tiempo la grata experiencia de haber vivido al lado de el mas grande de los cubanos . Espero su cuerpo se vuelva a hacer inhumado para que al final descanse en la tierra que le vio nacer