Cada dos días, con metódica precisión, en la catedral, Jesús González Aragón asciende a la torre-campanario. El inmueble atesora objetos propios de museo y muchas otras cosas de valor, es sede de la diócesis de Cienfuegos y una de las prendas arquitectónicas del centro histórico urbano, Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Pero, le decía, cada dos días Jesús González Aragón sube a la torre-campanario. Una crujiente escalera lo lleva al interior del reloj, un pequeño recinto sucio pero bien iluminado por las esferas. Diez o quince minutos emplea el amable administrador en dar cuerda al complicado mecanismo, de suerte que el doblar de las campanas marque el tiempo con exactitud, oriente al transeúnte cotidiano y perturbe a las palomas.
“Cuando llegué a la catedral en agosto de 1998, el reloj estaba prácticamente parado”, cuenta Jesús. “Había dificultades con los cables de las poleas, desgastes en las manecillas de las esferas… y por ahí empezamos a tratar de ponerlo en marcha. Se atrasaba, no coincidían las agujas con el horario de anunciaban las campanas… hasta que en el 2000 vino un tornero. Lo desarmamos y ajustamos pieza por pieza, se le dio mantenimiento general, se pintó y engrasó, y ahí está, funcionando como nuevo.”
Construido por Collin, relojero mecánico sucesor de Wagner, en el número 118 de la calle Montmartre, en París, el artilugio fue donado aquí por los hermanos Avilés en 1873. Tiene más de cien años, sí, pero gracias a la pericia del tornero Noel Vera Colina parece recién inventado, y la consagración de Jesús González Aragón le proporciona, cada dos días, un nuevo soplo de vida.
En realidad, no todas las campanas de la catedral se ven desde el nivel de la calle; son siete en total. De ellas, las cuatro inferiores y visibles repican para transmitir avisos especiales a los feligreses. Las de arriba, en tanto, están ajustadas al reloj y marcan las horas. Se llaman Andrea, Matilde y María del Carmen.
“Es muy significativo para toda la población del centro histórico de Cienfuegos, y también para quienes lo visitan”, agrega Jesús, y afirma que seguirá accionando los mecanismos ocultos que producen la magia del antiguo reloj patrimonial, “hasta que Dios me lo permita, y mi salud”.
Develar los secretos de las cosas puede matar su ilusión, es verdad, pero aun ese riesgo tiene sus encantos. Desde lo alto de la torre-campanario, por sobre nuestra ciudad secular de cada día, se siente como en ningún otro lugar, que cada gota de tiempo transcurrido es inmensamente irreparable.