En busca de tu primer empleo como migrante sales de casa, y te incorporas feliz a una ola que arrastra a casi 10 millones de personas en el país donde estás. Atrás dejas alguna que otra fantasía hollywoodiana o del realismo soviético donde el mérito, la voluntad inquebrantable y la moralidad intachable, todo lo pueden. Ya sabes que la vida, real y cotidiana, es un filme a color donde los matices grisáceos abundan más que el azul cielo y el verde esperanza.
Te subes a un ómnibus, que poco a poco se repleta igual a la ruta 24 camagüeyana, tu inseparable amiga por un buen tiempo. Personas cansadas, cabizbajas, reflexivas, radiantes, sonrientes…seres soñantes y seres de insomnio. Sientes el dejavu de otros ómnibus, de otras personas, de otras vidas, en otros mundos, en otros lugares, en Cuba. Viajas…en una guagua a 6mil kilómetros de tu familia, y tu mente viaja también. Las últimas noticias te han conmocionado, ¡tan jodidos que estamos y ahora esto! piensas.
Te colocas los audífonos, para ser ese ser incorpóreo que escapa del no lugar donde estás. ¡Imagínate explotar un hotel en pleno corazón de la Habana! Ves las imágenes una y otra vez, te imaginas qué puede estar ocurriendo bajo aquellos escombros, sientes los sollozos, los gritos de dolor, nada puedes hacer, estás lejos, ya nada parece ser posible. Y te dices a ti mismo: ¡Ponte pa’ la cosa que vas a una gestión de trabajo! deja de pensar en Cuba que nada resuelves con eso.
Todo se vuelve inalcanzable, te irritas con tu impotencia igual que cuando se corta la llamada de mami o de los niños, y tienes que optar solo por escucharlos, si acaso. Pero cuando termina la llamada dejas también a un lado la conexión con ellos para conectarte en esta (otra) vida que te lleva. Bajas del ómnibus, caminas despacio, una avalancha de gente diversa en maratón cruza a la señal en verde, todos en perfecta comunión yendo a un donde no sé. Se aventuran algunos con la luz en rojo, corren si es preciso para ganarle a un auto…no tienes más remedio que esperar, tus piernas no permiten atrevimientos de ese tipo, te tienes que ir con la verde.
Das vueltas como un trompo por la Avenida Alfonso Pena, desorientado, inexperto, viviendo con el pasado a cuestas que no te abandona, juntándote a los socorristas en la Habana andas por las calles de Belo Horizonte, pensando cómo fue que se escapó ese maldito gas. Buscando la dirección a dónde vas, pasas tres veces frente al mismo vendedor ambulante de chicle, un joven negro que se esfuerza por mostrar su resiliencia ante un sistema que cada vez le niega más oportunidades. Piensas en ti mismo, un hombre negro, universitario, bla, bla, bla…que luego de pasar su juventud decide comenzar de cero en un lugar desconocido. Nada extraordinario, dejar todo atrás en Cuba, incluyendo los que amas, se ha vuelto un deporte masivo, una carrera de resistencias.
Por fin, encuentras el edificio donde hacen el peritaje preempleo, vas con tu bastón y dudas: ¿Será que no me van a aprobar con mi limitación física? Te dan ganas de desaparecer el bastón o de echar a correr para mostrar que estás entero, igual que en aquel desfile del 1ro de mayo donde perdiste el paso por tu cojera y al justificar tu falta de ritmo combatiente ante un controlador te dijo: ¿y pa’ que viniste mijo? ¡Pero no! te encuentras con una doctora amable, comprensiva, atenta, que solo te recomienda regresar allí si te incomoda el trabajo que harás. Te despides elocuente: ¡No se preocupe doctora, yo me sobrepongo!
Quizás te sientes culpable de estar feliz con tu primer empleo pues desde la isla siguen llegando noticias tristes de la explosión en el Saratoga. Más allá de los discursos y las retóricas de ocasión, ves a tu gente, quizás las mismas que protestan ahora se solidarizan y prestan ayuda. Todo se junta en tu mente, y te preguntas qué coño haces aquí, por qué no estás allá con los tuyos, por qué ni estás aquí ni estás allá, por qué no salimos de una para entrar en otra, piensas que hay que ir al mar y romperse la ropa y entregarse a Yemayá, a ver si abre los caminos.
Así perdido y divagando como un autómata vas de regreso al punto de ómnibus, te comes un pão de queijo y un suco de naranja…piensas en mami, en abuelita, en los niños, en tu hermana, en los que sufren por el desastre del Saratoga allá y los que todavía están en abrigos en Petrópolis aquí. Tomas el ómnibus, vas de pie, no hay asiento vacío, pero tú eres fuerte, tú todo lo puedes, has resistido mucho más y no será ahora que te rindas, no será ahora que nos rindamos. Tu mirada se pierde, tu cuerpo flota, te abandonas a tus propios pensamientos, y sin motivo aparente comienzas a sentir esa música que amas de Polito Ibáñez:
¿Dónde estarás?
¿Con qué misterio provocaste mis asombros?
¿Cuándo vendrás?
A descansarme los descuidos,
Y salvarme de una vez
Quizás puedas en tu magia desnudarme
Tal vez quieras tus sueños revelarme
Tus sueños conmigo
¿Dónde estarás?
¿Con qué misterio te me acercas si te nombro?
¿Cuándo vendrás a salvarme de una vez?
Tan acertado, tan triste.